Hijos parentalizados: Consecuencias de que los hijos ejerzan de padres

Trasladar el rol de progenitor a los hijos tiene fatales consecuencias a corto y largo plazo para su desarrollo y salud emocional

La parentificación o parentalización de los hijos suceden cuando progenitores y niños intercambian sus roles. Es un patrón de familia disfuncional que tiene terribles consecuencias a corto, medio y largo plazo para el desarrollo emocional, psicológico y afectivo los menores.

Aunque frases como «¡qué graciosa la niña, parece la madre!» o «es un niño muy responsable, actúa como un padre para sus hermanos” pueden parecer cumplidos, también pueden resultar indicios de un comportamiento subyacente que impide a los niños y niñas disfrutar su infancia, ya que se encuentran desempeñando tareas y roles impropios para su edad. Cuando esto se convierte en una dinámica establecida, estamos frente un fenómeno denominado parentificación o parentalización de los hijos que tiene consecuencias negativas para su salud emocional.

Lo normal, lógico y natural, es que los niños sean cuidados por sus padres. Entre los roles propios de los progenitores encontramos ser el sostén emocional de sus hijos, ejercer de educadores, proporcionarles amor y seguridad, trabajar, cocinar, hacer las tareas domésticas… Tareas estas que se pueden ir repartiendo entre otros miembros de la familia según su disponibilidad, edad y capacidad.

Sin embargo, en ocasiones, hay progenitores que renuncian, traspasan o delegan sus funciones en sus hijos e hijas, abandonando parcial o totalmente a su familia psicológica y/o físicamente.

Es cierto que los niños y niñas deben ir aprendiendo progresivamente ciertas tareas del hogar y ayudar a sus progenitores, pero esto debe hacerse dentro de sus posibilidades debido a su edad. Sin embargo, hay casos de menores y progenitores que invierten por completo sus roles, haciendo que los hijos hagan de padres de sus propios padres, una dinámica familiar disfuncional que se conoce en el ámbito de la psicología familiar como parentificación.

¿Qué es estar parentalizado?

Los especialistas en psicología se refieren al concepto «parentificación de los hijos» para designar una inversión de roles. Más concretamente, los hijos o hijas deben asumir el rol de sus progenitores por «imposición» o a propuesta de uno o ambos progenitores. Se trata de un término propuesto por el psiquiatra húngaro-estadounidense Ivan Boszormenyi-Nagy, uno de los fundadores del campo de la terapia familiar, un área donde con esta, y bajo otras denominaciones similares, es un tema a tratar bastante habitual.

 

Parentalización de los hijos

 

Por otra parte, el concepto parentalización fue definido por el terapeuta familiar argentino Salvador Minuchin en 1967, para definir lo mismo, la inversión de roles. Este especialista desarrolló la terapia familiar estructural, que aborda los problemas dentro de una familia al trazar las relaciones entre los miembros de la familia o entre los subconjuntos de esta.

Entonces, ¿qué es la parentificación y qué consecuencias puede tener?

La parentificación es una problemática inversión de roles entre padres e hijos. Según los expertos en psicología, esta situación, llevada al extremo, obliga a los niños y niñas a hacer grandes esfuerzos por ser maduros y responsables, asumiendo tareas que no les corresponden por su edad y madurez, por lo que acaban y viviendo situaciones que son impropias para un menor.

Tipos de parentificación

Como norma general, la parentificación se clasifica en dos subtipos que no son excluyentes. De hecho, con bastante frecuencia suelen darse juntas:

Psicológica o emocional

El niño es quien escucha y sostiene al progenitor, llegando a ejercer incluso de mediador entre las figuras adultas. Además de contar muchas veces con información que no le debería corresponder por pertenecer al ámbito conyugal, se encuentra a menudo con dilemas de difícil solución para su edad y etapa madurativa. Por ejemplo: «quiero a mi padre, pero no debería quererlo porque mi madre me cuenta que se porta mal con ella». Esta se considera una de las variantes consideradas más perjudiciales por los especialistas en terapia familiar debido a que «ponen al menor en una encrucijada difícil de resolver», matiza la psicóloga de la Tribu CSC, Mamen Bueno.

En ella, un progenitor adulto convierte a su hijo/a en su sostén emocional, haciéndole sentir responsable de su propio bienestar psicológico, del que en realidad es incapaz de responsabilizarse él/ella mismo/a aún siendo una persona adulta. De esta forma, obliga al menor a atender sus necesidades emocionales. Los padres y madres que recurren a la parentificación emocional enmascaran esta situación tras la negación, justificando además, de forma irracional y distorsionada, que lo hacen por su bien.

Física o instrumental

Se responsabiliza a un niño o niña de asumir tareas domésticas o económicas (preparar la comida, hacer las compras, quedarse solo en casa, cuidar a sus hermanos menores o incluso trabajar) impropias de su edad. Es decir, un niño o niña pequeña lleva a cabo de forma habitual y rutinaria actividades correspondientes a los progenitores y nunca a niños y niñas.

 

Parentalización de los hijos

 

Este tipo de parentificación se considera menos nociva (a excepción de la situación en la que se fuerza a los menores a trabajar), ya que, por lo general, la parentificación emocional es más perjudicial para el desarrollo del niño, puesto que le supone asumir un rol que le puede provocar gran estrés mientras que sus necesidades emocionales quedan descuidadas, al no poder confiar en la persona adulta para que le ofrezca el sostén emocional necesario a su edad, ya que las necesidades emocionales de sus padres toman excesivo protagonismo y «acaban fagocitando las suyas», incide Mamen Bueno.

Parentificación: Consecuencias

El niño parentalizado interioriza que la única manera de obtener la atención de sus figuras de apego es tratando de agradarlas, complacerlas y cumplir las expectativas que creen que tienen sobre ellos, así que en lugar de buscar el cuidado que necesita, lo ofrece. De este modo evita sentirse indefenso. El precio de este intercambio de roles es demasiado alto para el menor ya que, por mucho que lo intente, el niño no es un adulto y es imposible que funcione como tal. No puede tener la misma capacidad para interpretar, reflexionar, entender, tomar decisiones, llevar a cabo ciertas acciones, etc. Por este motivo «llega muchas veces a conclusiones y creencias sobre sí mismo, lo demás y el mundo, distorsionadas», explica Mamen Bueno.

Las consecuencias para los hijos parentalizados o hijas parentalizadas de ese sobreesfuerzo por asumir y estar a la altura de toda la responsabilidad y el control que se les designa inadecuadamente para su edad se manifiestas a nivel del desarrollo psicológico, debido a que han madurado de golpe en algunos asuntos, pero no en otros.

Lo que sucede al habituarse a estar pendiente de lo que necesitan (o exigen) sus progenitores, sus hermanos u otros miembros de la familia, es que el niño o la niña no aprende a identificar sus propias necesidades. Es más, aprende a acallarlas. Además, es frecuente que estos niños y niñas nunca se lleguen a sentir a la altura de las expectativas que las personas adultas han depositado en ellos. Los sentimientos de falta de valía y de culpabilidad por la infelicidad o la insatisfacción de quienes le rodean son frecuentes en ellos/as.

Como consecuencia, los niños pueden presentar baja autoestima, ya que crecen interiorizando que sus intereses no son importantes. El psicólogo y psicopatólogo clínico Nahum Montagud, incide en otras nefastas consecuencias en un artículo publicado en «Psicología y Mente» que, además, son a largo plazo:

«La parentalización durante la niñez implica un gran impacto en el desarrollo de la identidad y la personalidad del individuo, en las relaciones interpersonales y en las relaciones con los propios hijos durante la edad adulta.

Se ha visto que las personas que en su infancia fueron parentalizadas son más propensas a desarrollar el síndrome del impostor en la adultez. Esta condición psicológica se caracteriza por experimentar una profunda inseguridad personal, aun habiendo conseguido grandes logros y éxitos, atribuyendo lo bueno que le sucede no a su esfuerzo o saber hacer, sino a meros golpes de suerte, factores extrínsecos y ajenos a su control.»

 

Mindfulness para adolescentes con trauma infantil

 

Por otra parte, cuando a un niño/niña se le empuja a adoptar el rol de padre/madre, también peligra la evolución de su propia identidad. Y cuando llegue a la edad adulta, es más probable es que sea incapaz de identificar sus emociones, pedir lo que necesita, decir «no» y poner límites.

En el caso de la parentalización física o instrumental de los hijos o hijas, aunque de menor impacto psicológico, hay que señalar que si los menores han de ocuparse de excesivas tareas impropias de su edad, estas pueden restarles tiempo para estudiar, formarse, practicar deporte, salir con los amigos o incluso trabajar en aquello que les hubiera gustado, una vez llegada la adolescencia, si es que su rol implica sostener económicamente a su familia.

Solo hay una excepción en la que algunos especialistas señalan como positiva la parentalización, y es cuando esta es temporal, en cuyo caso, hay autores (como la psiquiatra italiana Mara Selvini Palazzoli) que consideran que el intercambio de roles puede tener una connotación positiva. Es decir, depende de que se trate de un rol temporal o no.

Por ejemplo, puede que una familia precise tiempo para reajustar sus roles si uno de los progenitores comienza a trabajar fuera de casa, sufre alguna enfermedad o fallece. En ese caso, el niño puede ver su rol temporalmente reasignado, pero acompañará al sistema familiar hasta que este logre alcanzar un nuevo punto de equilibrio. Por el camino, además, aprenderá valores (como la empatía o la responsabilidad) y obtendrá valiosas herramientas para la vida (como la autonomía personal o la cooperación). El problema radica en la rigidez de los roles, cuando el niño se ve atrapado. En este caso no hay ayuda, sino abuso. Es entonces cuando el intercambio de roles deja de ser una circunstancia de la que puede obtenerse un aprendizaje y adquirir resiliencia, para convertirse en un obstáculo en el desarrollo saludable del niño o la niña.

¿Cómo identificar la parentificación?

Aunque los niños parentalizados no suelen percatarse de la situación, las personas adultas que les rodean sí pueden identificar ciertas señales. Entre otros, hay ciertos signos del síndrome de parentalización que son bastante habituales:

  • Superresponsables con sus propios asuntos y los ajenos.
  • Tienen dificultades para relajarse.
  • Aprenden a valerse por sí mismos hasta el punto de la autosuficiencia.
  • Creen que es mejor no molestar y, además, les cuesta confiar en otros.
  • Viven situaciones de negligencia en cuanto a los cuidados que deberían tener con ellos.

 

Parentalización de los hijos

 

Sin embargo, uno de los peores peligros de la parentificación es que las cualidades que posee un menor parentalizado generalmente suelen ser valoradas como positivas e, incluso, son halagadas: «Es tan responsable, cuida tanto de sus hermanos, ayuda mucho a su madre, sabe valerse por sí mismo, colabora tanto en casa, ayuda a su padre tanto…» son algunos de los elogios que reciben estos niños que, de esta forma, no solo normalizan la situación, sino que sienten que su valía aumenta al reforzar este tipo de comportamientos. Por lo tanto, la parentalización de los hijos se vuelve invisible, aún cuando tiene nefastas consecuencias en ellos.

Y sí, es cierto que todos los atributos que pueden mostrar estos niños y niñas son, ciertamente, muy favorables. Pero si se convierten en parte de su rutina diaria, en parte de sus responsabilidades dentro del hogar, en su rol dentro de la familia… No habrá equilibrio en el desarrollo de estos menores, sino un gran sobreesfuerzo por parte de estos menores para estar en un lugar que no deben; un lugar que, por otra parte, está vacío porque las personas adultas que deberían ocuparlo no ejercen o no pueden ejercer su rol.

Y debido a que la sociedad les halaga, sus progenitores les obligan y ellos normalizan todo aquellos que sus propios padres (sus figuras primarias de referencia, en quienes confían) parecen ver natural… A menudo a los niños y niñas les resulta difícil reconocer esta inversión de roles hasta llegada a la edad adulta.

Ayudar no es el problema: La importancia de distinguir entre «ayuda» y «abuso»

Es importante aclarar que ayuda y abuso no son lo mismo. Pedir colaboración a los niños en casa (para que ayuden a poner o a recoger la mesa, recojan sus juguetes o se vistan solos), es una responsabilidad adecuada para la mayoría de ellos si resultan tareas accesibles a su edad. Esto incluso forma parte de su correcto aprendizaje y desarrollo, y les beneficiará ayudándoles a desarrollar su autonomía personal de forma positiva.

El abuso se produce cuando hay una falta de sensibilidad parental acerca de lo que el niño necesita en cada etapa de su desarrollo cognitivo y emocional, cuando falta el equilibrio y una de las partes está recargada (en este caso el niño), al existir mucha responsabilidad y poco margen para el juego libre. El abuso es confundir la ayuda con la obligación.

 

Parentalización de los hijos

 

Es importante prestar atención a este tipo de dinámicas familiares, ya que en muchos casos se invisibiliza el sufrimiento que causa. En apariencia, los hijos pueden parecer desde fuera perfectamente sanos, felices e incluso «perfectos» (responsables, colaboradores, educados, maduros…) y que dentro de la familia hay equilibrio, pero en el fenómeno de parentalización de los niños, esto no es así. En realidad, «la sobrecarga de responsabilidad puede ser nefasta a la larga», advierte Bueno.

Edad adulta: ¿Cuáles son las señales de la parentificación?

La parentalización no solo afecta muy negativamente al desarrollo natural y saludable del niño. También tiene graves consecuencias en la edad adulta: En un artículo publicado en «Psichology Today», la popular psicóloga Whitney Goodman, especializada en psicoterapia familiar, sintetiza en 14 las señales de parentalización de los hijos que estos suelen poder reconocer al llegar a la adolescencia o la edad adulta, puesto que mientras son pequeños normalizan la situación:

  1. Crecer sintiendo que tenías que ser responsable.
  2. Problemas para «soltarse» y fluir (por ejemplo, para jugar o dejarse llevar y disfrutar).
  3. Notar que te gusta tener el control.
  4. Encontrarte inmerso en discusiones o problemas entre cuidadores.
  5. Sentir que te dan responsabilidades que no son apropiadas para alguien de tu edad.
  6. Recibir a menudo cumplidos por ser «tan bueno» o «tan responsable» (o «tan maduro», «tan bien educado»…).
  7. Sentir que ser autosuficiente es mejor que confiar en los demás.
  8. No recordar «ser un niño».
  9. Tus progenitores tuvieron problemas para cuidarse a sí mismos.
  10. Te conviertes a menudo en un cuidador de otros.
  11. Ser cuidador te hace sentir bien (incluso, cuando estás sacrificando partes de ti mismo).
  12. Tener un mayor sentido de empatía y la capacidad de conectarte estrechamente con los demás.
  13. Sentir que necesitas ser apaciguador o pacificador.
  14. Sentir que tus esfuerzos no son apreciados.

 

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De acuerdo a los estudiosos de este trauma, al ir creciendo es posible detectar las consecuencias del intercambio abusivo de roles cuando el niño parentalizado llega a la edad adulta:

  • Personas adultas con baja autoestima (que sienten que deben satisfacer los deseos de los demás y actuar en servicio de ellos para poder ser querido, ya que carece de valía propia).
  • Problemas para gestionar las emociones (ya que sus figuras de referencia y apego no les enseñaron cómo hacerlo).
  • Sentimientos frecuentes de malestar, ira y la frustración (emociones lógicas en personas que no saben satisfacer sus propias necesidades).
  • Idealización del progenitor que no le da la protección esperada y no satisface sus necesidades (aún así lo necesita, así que inhibe todo sentimiento de ira hacia él para poder seguir queriéndolo).
  • Mayor tendencia a sufrir ansiedad y ataques de pánico (debidos al trauma infantil, que no siempre es fácil de identificar debido a que muchas veces tienen aún una relación de cuidado con sus progenitores).
  • Dificultades en las relaciones. Es posible que la persona adulta parentalizada en la infancia desarrolle un acusado miedo al compromiso y tema que formar una nueva familia suponga una carga equivalente a la que le tocó sobrellevar en su infancia o que tener una relación signifique tener que estar al servicio de otra persona. También puede suceder que establezca relaciones de dependencia.
  • Repetición del patrón aprendido y parentalización de los propios hijos.
  • Cuidador compulsivo que ayuda y cuida para sentirse merecedor del amor de la pareja, los hijos, los amigos, etc.
  • Síndrome del impostor. Como de niño ha cargado con una responsabilidad imposible de asumir para su edad, pero es incapaz de atribuir esta dificultad a que es un niño y no puede cumplir las funciones de un adulto, siente que ha fracasado, que ha decepcionado a sus padres y nunca será lo suficientemente bueno. De adulto, es muy posible que haya interiorizado esa inseguridad sin importar el éxito que alcance y cuánto le feliciten. La sensación constante de no ser suficiente, bueno, inteligente o válido puede ser persistente en él.

 

 

¿Por qué se parentaliza a los hijos? Causas de la parentificación

En 2019, un estudio en Chile se centró en el ejercicio de la parentalización de los hijos en familias monomarentales como medio para mantener el equilibrio familiar, ya que esto resultaba ser «una herramienta de utilidad» dentro del sistema familiar. Así, los autores concluyeron que

«dentro de los resultados se puede apreciar como la parentalización responde a la historia personal de los jefes de hogar, así como a las circunstancias ambientales a las que se enfrentan las familias o enfermedades de los miembros de estas«.

Es decir, debemos buscar siempre la causa de la parentalización de los hijos en los progenitores, que son quienes la llevan a cabo. Bien porque por sus circunstancias necesitan una ayuda que no tienen para llevar su hogar y cuidar de sus hijos, bien porque sus problemas psicológicos o emocionales guían sus actos.

¿Maltrato, negligencia o abuso?

De esta investigación en hogares matriarcales, se infería que en muchas ocasiones las progenitoras no eran conscientes de estar ejerciendo ningún tipo de maltrato. No obstante, los autores del estudio recuerdan que, de acuerdo a UNICEF, es posible clasificar el fenómeno de parentalización como

«un tipo de negligencia emocional, ya que desde el momento en que se le otorga a un niño una tarea que excede sus capacidades físicas y/o emocionales, necesariamente el padre o cuidador está ignorando cuáles son las reales capacidades que el niño posee de acuerdo a su edad. Sin embargo, a diferencia de otros tipos de negligencia o maltrato, este fenómeno tiende ser invisibilizado puesto que es un medio para mantener el equilibrio familiar

 

Depresión infantil: Causas, Síntomas y Tratamientos

 

Además, los investigadores proponen el ejemplo de un padre que, por motivos de trabajo, no tiene con quien dejar a sus hijos y, por lo tanto, el hijo mayor queda a cargo de sus hermanos:

«En este caso el hijo cumple funciones que le corresponden al padre, obteniendo como beneficio el ser reconocido por su labor de “ayuda” para con sus padres o cuidadores, y estos últimos también se ven beneficiados por las tareas realizadas por su hijo

La psicoterapeuta EMDR Belén Picado también incide en que a menudo la parentalización no es consciente, es propia de familias disfuncionales y suele traspasarse generacionalmente, al reproducir a menudo patrones aprendidos durante la infancia que, a su vez, pueden volver a reproducir los hijos parentalizados en el futuro, con sus propios hijos e hijas.

«La parentalización no suele ser algo consciente y es frecuente, sobre todo, en familias disfuncionales donde las funciones y las jerarquías entre sus miembros no están bien definidas. No es extraño que uno o ambos progenitores fueran en su día niños parentalizados y, a la hora de formar su propia familia, repitan ese patrón con sus hijos sin siquiera darse cuenta

Para otros psicólogos, la parentalización es una forma de maltrato infantil. Así, por ejemplo, lo manifiesta Montagud:

«Aunque surja de forma inconsciente y, en muchos casos, de forma totalmente ingenua, la parentificación no deja de ser un fenómeno perturbador para la infancia de cualquier niño. Es considerada violencia y maltrato psicológico, como mínimo un tipo de negligencia parental

 

Depresión infantil: Causas, Síntomas y Tratamientos

 

De cualquier forma, puesto que la parentificación se hace presente en dinámicas de familias disfuncionales y la causan los progenitores, para su abordaje es necesario explorar los antecedentes de los progenitores.

El perfil de la familia que parentaliza a sus hijos

La parentalización de los hijos por parte de sus padres es un fenómeno de mayor complejidad que el pensar, simplemente, que un padre o una madre no quiere a su hijo o es conscientemente irresponsable con su cuidado, puesto que en ocasiones estos ni siquiera son conscientes de estar causándoles un perjuicio severo. Algunas de las situaciones que derivan en la parentificación debido a la inversión de roles son:

  • Consumo de alcohol, drogas u otras sustancias.
  • Un progenitor tiene una enfermedad grave o discapacidad.
  • Progenitores con trastorno de salud mental (depresión, ansiedad, son emocionalmente inestables…) o de la personalidad (trastorno de personalidad narcisista, trastorno histriónico, trastorno límite de la personalidad, dependencia emocional…)
  • Progenitores que en su infancia sufrieron situaciones traumáticas o de carencia afectiva que no han llegado a sanar (duelo mal sanado por fallecimiento de progenitor o familiar cercano, carencia emocional, abuso, negligencia, apego desorganizado, autoritarismo o sobreprotección con resultado de falta de autonomía personal y/o autoestima, ansiedad por separación…).
  • Dificultades económicas en la familia.
  • Fallecimiento de alguno de los progenitores (la muerte de la pareja progenitora cuyo duelo no se ha realizado de manera adaptativa puede hacer que el progenitor superviviente sea incapaz de superar el fallecimiento de su par y convierta a su hijo/a en su sostén emocional)
  • Divorcio o separación de los padres (y malestar y/o manipulación por parte de uno de ellos, que pretende triangular a los hijos de ambos; bien subconscientemente por temor a perderlos o conscientemente, con el objetivo de causar daño al otro progenitor. La inversión de roles también puede suceder cuando en una separación o divorcio uno/a de los/as hijos/as pasa a asumir el rol del progenitor que ya no está en casa).

En todas estas situaciones, el niño o la niña puede comenzar a funcionar como un soporte de sus propios progenitores que, siendo personas adultas, hallan consuelo y recuperan, de forma disfuncional, el equilibrio perdido.

 

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En otras situaciones puede ser el niño o la niña quien asuma el papel de «protector». Como, por ejemplo, en situaciones de maltrato o enfermedad de uno de los progenitores. O en casos en los que debido a las circunstancias del progenitor (enfermedad física, depresión, adicción, etc. que impida al padre/madre cumplir con sus funciones como progenitor) y habiendo varios hermanos/as es habitual, uno de los hijos adopta el papel de padre/madre para con a sus hermanos (generalmente más pequeños) y, en ocasiones, el de cuidador del progenitor alcohólico y/o el de apoyo del no adicto para que la familia no se desintegre.

Trastornos de personalidad en el progenitor que parentaliza: La parentalización más severa

Hay un caso en el que los especialistas consideran que la situación puede ser más severa. Y es que la parentificación puede ser todavía más grave si el progenitor padece algún algún trastorno de la personalidad como el narcisista, el dependiente o el límite; y/o su estado anímico habitual suele ser la depresión y/o la ansiedad.

En estos casos el trastorno imposibilita al progenitor para ejercer sus funciones, bien porque es incapaz de darse cuenta de lo que sucede; bien porque tiene una mentalidad infantiloide, inmadura e irresponsable y de búsqueda de la atención (como en el caso del trastorno narcisista) o porque la sintomatología le consume, dificultándole hacer las más básicas tareas (por ejemplo, en el caso de padecer depresión).

«En casos muy graves se puede llegar a ver al hijo o hija como una posible pareja y hacer entrar al menor en una relación incestuosa,  plagada de abusos sexuales con consecuencias tremendamente dramáticas para los y las menores», declara la experta en trauma Mamen Bueno.

¿Qué se puede hacer frente a la parentificación de los hijos?

Puesto que es importante y saludable que dentro de la familia cada miembro pueda disfrutar del lugar que le corresponde; si eres progenitor y te percatas de esta situación, lo correcto es esforzarte por corregirla cuanto antes. Al fin y al cabo, la crianza es compleja y es fácil cometer errores que, no obstante, al ser conscientes de ellos podemos corregir por el bien de nuestros hijos e hijas. El progenitor que parentaliza sus hijos/as y quiere revertir o corregir esta situación, solo debe re-ocupar su rol dentro de la familia, liberando de esta forma al niño o la niña de sus propias responsabilidades como adulto de referencia.

La psicóloga, escritora y terapeuta Whitney Goodman, sostiene que existen diferentes niveles de daño que pueden desarrollarse.

«Hay cualidades que surgen a través de la parentificación que pueden beneficiarlo  en ciertas áreas de su vida, como ser un niño responsable o un gran cuidador. No todo es malo, pero tiene el potencial de volverse algo no tan bueno para su ser adulto. Es necesario encontrar el equilibrio adecuado entre responsabilidad, juego y diversión«, explica la experta.

 

Parentalización de los hijos

 

Los niños en estas situaciones, agrega la especialista, a menudo necesitan un trabajo infantil interno. Por lo general, tienen que luchar más para divertirse y son más fácilmente arrastrados al rol de cuidador. Ellos suelen centrar su valía personal con lo que le proporcionan al otro y lo «buenos» que son. Es por ello que esta autora recomienda jugar, dejarse llevar, soltarse. Goodman insiste en la necesidad de reaprender a jugar: improvisar un fin de semana, hacer deporte, tumbarse en el césped, bailar… cualquier actividad que sea del grado de la persona y le proporcione goce y bienestar. Al principio puede costar un poco, pero solo es cuestión de practicar para comprobar lo bien que sienta la libertad de elegir y dejarse llevar.

Cómo sanar de adultos cuando sufrimos parentalización en la infancia

En la mayoría de casos, la parentalización se «cronifica» y es el hijo-padre o la hija-madre quien puede reparar en las consecuencias que ha tenido en su vida haber sufrido parentalización durante su infancia. Si es tu caso, y ya tienes la la edad suficiente como para percatarte de que siempre has ejercido un rol que no te corresponde dentro de tu familia, y que esto te ha generado malestar, nunca es tarde para salir de ese lugar y disfrutar de otras experiencias.

A pesar de ser el/la responsable de la situación y de las nefastas consecuencias para la salud mental de sus hijos/as, es tan poco frecuente que sea el/la progenitor/a quien repare el daño, que la experta Whitney Goodman, enfoca sus pautas para sanar en las víctimas, una vez que estas son ya personas adultas. Para esta especialista, lo más importante es tomar conciencia.

«Muchos niños crecen aprendiendo que sus necesidades no son importantes o que necesitan aplastarlas o no hacerles caso para sobrevivir. Escucharse a uno mismo y reconocer tus necesidades puede ser un concepto totalmente extraño, a pesar de que, lo que no recibimos de nuestros cuidadores de niños es, a menudo, exactamente lo que necesitamos«, comenta Goodman en un artículo en El País.

 

Depresión infantil: Causas, Síntomas y Tratamientos

 

Para esta autora, los niños parentalizados han de aceptar de adultos «el dolor de no satisfacer las necesidades de la infancia», así como «reconocer que no fue justo y que te dolió». Pero, asimismo, recuerda que «no hay necesidad de vivir más en el pasado».

Tratarse a uno mismo con amabilidad y aprender a quererse y respetarse son, para la especialista, puntos de refuerzo positivo igualmente importantes en el proceso de sanación. También aprender a protegerse en espacios físicos seguros, que nos aporten serenidad y velar por la propia salud emocional. «Permítete sentir y experimentar emociones. Recuerda que sus sentimientos son reacciones normales y que tienes el poder de decidir qué quieres hacer con ellos», incide. Un autodiálogo interno positivo y compasivo te ayudará a ser más comprensivo contigo mismo y a sentir menos pena, culpa o frustración, así que dedica tiempo a hablarte con cariño. Dado que el perfeccionismo y el sobreesfuerzo son características muy comunes en estos pefiles, Goodman recomienda decirnos 3 cosas bonitas por cada autocrítica que nos hagamos.

Asimismo, puede resultar útil compartir tus valores con las personas adecuadas para así conectar con otras personas afines, con las que compartes los mismos valores. También necesitarás aprender a poner límites a las personas cuyas relaciones te están desgastando y no te permiten ser tú mismo/a.

En definitiva, en los casos de parentalización de los hijos, en líneas generales, las recomendaciones al llegar a la edad adulta pasarán por aprender a practicar un mayor autocuidado, enfocarte en el presente-futuro para sanar y aprender a poner límites, aprendiendo a que, en ocasiones, poner por delante las propias necesidades no solo no es egoísta, sino saludable y del todo necesario. Una buena forma de comenzar a hacerlo es invertir tiempo en conocerse a uno/a mismo/a, descubriendo y ejercitando las propias cualidades y dedicando tiempo para el ocio y la diversión, con aquellas actividades o planes que mayor bienestar y satisfacción te produzcan. ¡O incluso averiguando cuáles son!

Descubrir sus necesidades es fundamental para la persona adulta que sufrió parentalización durante su niñez, ya que de pequeño aprendió a ignorarlas para priorizar las de su progenitor/a. Puede ser necesario que hagas un ejercicio de introspección para descubrir todo eso que necesitabas y no te dieron, o lo que necesitas ahora y no sabes darte a ti mismo. Es importante tener claro que para poder ayudar a otros antes tenemos que ocuparnos de cubrir nuestras propias necesidades. Por lo general, lo que no recibimos de nuestros cuidadores de niños suele ser exactamente lo que necesitamos en la edad adulta.

 

 

Si de pequeños tuvimos que hacernos adultos antes de tiempo, nuestra parte más natural y espontánea queda silenciada por la parte más responsable y cuidadora. Por ello, también es importante trabajar para recuperar la espontaneidad y la capacidad de disfrutar sin culpa ni ansiedad.

Pero para trabajar la herida de la parentalización infantil y sus consecuencias en la edad adulta, lo primero de todo es tomar concienciar. Es difícil aceptar que nuestros progenitores tuvieron un comportamiento inadecuado o negligente con nosotros y que nuestras necesidades no fueron satisfechas por quienes debían hacerlo.

«A veces requiere de un duelo profundo de lo no fue, de lo que no se tuvo, y no se tendrá. Con ello es más probable que perdonemos, si así quisiéramos, por lo que ocurrió de pequeños. Y dejar de esperar a tener lo que no tuvimos«, señala Mamen Bueno.

También es natural sentir que fue injusto y nos dolió. Estos sentimientos hacia nuestros progenitores pueden resultar dolorosos, pero es necesario darles el espacio y el valor que les corresponden para seguir adelante. Una vez hecho esto, es responsabilidad nuestra, como adultos, cuidar de nuestro propio bienestar y evitar reproducir estos patrones en nuestros/as propios/as hijos/as.

Asimismo, puede ser necesario trabajar sobre las emociones, ya que la persona adulta que en la infancia ha sido parentalizado/a aprende a ocultar las propias emociones para no molestar a los demás (ya que su progenitor/a desoía sus necesidades y no le ofrecía sostén emocional sino, más bien, le «utilizaba» para su propio soporte psicológico).

Cuando hay escaso contacto con las propias emociones, el resulto es una vida emocional empobrecida y, probablemente, llena de heridas y/o carencias afectivas. De ahí que sea necesario empezar por reconocer lo que se siente y aprender qué nos enseña cada emoción sobre nosotros/as mismos/as.

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