Seguro que en más de una ocasión te ha pasado: tienes a tu peque en brazos y en un arrebato de felicidad te han dado ganas de achuchar al bebé o darle un mordisco en…
Estás en el sofá de casa, inmóvil, con el cuello contracturado, los brazos dormidos y la espalda no se sabe cómo después de una larga sesión de “tetasutra”.
Piensas en todo lo que tienes por hacer, el desayuno que aún está en la mesa, la lavadora por tender esperando desde hace unas horas con la bendita ropa arrugándose más y más, la nevera medio vacía y sin saber qué vas a comer hoy.
Respiras hondo y dices: «Está completamente dormido, ahora es mi momento». Te incorporas sigilosamente sin hacer ni un ruido y equilibrando el peso del bebé para que su sentido vestibular no note nada raro, respiras hondo, o no respiras, caminas de puntillas a la habitación, te acercas a su cunita o a la cama, empiezas a bajar tus brazos lentamente y…
¡Zasca! Tu bebé arquea la espalda como si intuyera que fueras a dejarlo solo en medio de un apoteósico final del mundo. ¿Te resulta familiar? Es lo que algunos llamamos el «síndrome de la cuna con pinchos».
Los adultos nos volvemos locos con esta situación, (y en especial las mamás que somos las que solemos pasar más tiempo con ellos y nos hacemos especialistas de este fenómeno en nuestro puerperio), es como si de pronto el bebé tuviera una cámara de visión trasera que le alerta de lo que va a pasar y le hace despertar ante el mínimo peligro o sospecha que puede existir ese momento sin mamá.
Y ojo, de este síndrome tampoco se salvan los papás cuando son ellos los que logran llevar al bebé a los brazos de Morfeo, aunque a veces prefieren acompañarles también… (no digo nada, pero lo digo todo).
¿Por qué si están tan dormidos no pueden seguir durmiendo en un colchón?
Pues muy sencillo, porque no es en absoluto lo mismo sentir ese calorcito, ese movimiento del cuerpo con la respiración, escuchar nuestro latido, ese que les hace recordar la sensación que sentían en el interior del útero, que les calma, que les hace sentirse tranquilos y por tanto abandonarse al sueño, que trasladarse a una fría cama, que por muy bonitas que tenga las sábanas, no genera ese sentimiento de compañía, de protección, de seguridad, de cariño, de nutrición afectiva…
Visto así, pues no hay color, la verdad. ¿No nos pasa lo mismo a los adultos? ¿Por qué ese empeño en “enseñar” a los peques a que duerman solos y cuanto antes lo hagan mejor?
Ya hemos hablado varias veces en el blog sobre el periodo de exterogestación, de los segundos nueve meses, y de que si comprendemos cuáles son realmente las necesidades emocionales de nuestros peques empezaremos a soltar lastre, escuchar a nuestro instinto y dejar de sentirnos culpables cada vez que les tomamos en brazos o dormimos junto a ellos.
Cuando un bebé se siente seguro, genera hormonas “de las buenas”, como por ejemplo oxitocina, la del amor, mientras que si carece de esa sensación de seguridad o está nervioso por falta de respuesta por nuestra parte empieza a segregar cortisol, la hormona del estrés, lo cual dificulta su desarrollo.
Además, durante los primeros nueve meses la unión entre el bebé y la mamá es tan fuerte que no es consciente de que es una personita diferente, y por eso cuando deja de ver a su principal figura de apego se pone nervioso, y lo expresa de la forma que sabe hacerlo, a través del llanto. No es que no esté “chantajeando” o “tomando la medida”, como nos quieren hacer creer algunos, es que simplemente nos necesitan.
Necesitan vernos para saber que existimos
Así es. Porque para el bebé, lo que desaparece de su campo de visión, no existe. Su realidad es lo que puede ver con sus ojos.
Y para demostrarte que es así te invito a que hagas una prueba. Coloca a tu bebé en el suelo, en su mantita de juegos o simplemente déjale en movimiento libre; puede ser que ya se voltee, repte o gatee, dale una pelotita para jugar. ¿Qué pasa si la pelota rueda y se cuela debajo del sofá? Pues que el bebé no la busca, no te la pide, porque para él, deja de existir, así de simple. ¿Alguna vez te habías fijado en esta percepción?
Por eso hacia los seis u ocho meses hay un material Montessori que me gusta mucho y que trata de explicar precisamente esto: las cajas de permanencia.
La idea es invitar al niño a que meta la pelota dentro de la caja (con el cajón cerrado), para poco a poco hacerle entender que aunque deje de verla sigue existiendo, estando ahí, y para ello se lo mostramos abriendo el cajón y recuperándola, así una y otra vez hasta que el peque va interiorizando la situación que a priori podría ser pura magia.
La ansiedad o angustia de separación
Todo este “fenómeno” de la primera infancia está también muy relacionado con esta situación que tanto nos agobia a los padres.
A veces pasa que tenemos “bebés muy sociables”, de esos que son capaces de irse “a los brazos de cualquiera” sin llorar, que parece que todo les viene bien y se hinchan a regalar miradas y sonrisas para el deleite de todos los adultos que presencian la escena. Y de pronto, hacia los ocho o nueve meses, o antes de cumplir el año, cambian repentinamente, y ya sólo quieren estar en el regazo de mamá o papá, ¿por qué?
Pues por lo mismo. Una vez transcurrido el periodo de gestación exterior empiezan a darse cuenta de que son personitas independientes, de que mamá no siempre está ahí como continuación de su propio cuerpo, y entonces empiezan a no querer “quedarse solos” o sin esa sensación de seguridad absoluta que proporciona su principal figura de apego.
Esto coincide muchas veces con la época en que nos toca meter al peque en una escuela infantil, ya que se nos acaba el permiso de maternidad (que hemos alargado con horas de lactancia, vacaciones y todo lo que hemos podido juntar), y hay que volver al mundo real. Empezamos con el periodo de adaptación y los primeros días acompañamos en el aula junto a la maestra, pero se nos parte el alma cuando llega el momento de la despedida.
Y en esta situación, lo mejor que podemos hacer es acompañar siempre desde el respeto, empatizar y validar sus emociones, y sobre todo, estar tranquilos y confiados de que de entre todas las opciones posibles seguro que hemos hecho un gran esfuerzo por elegir el centro más adecuado a las necesidades de la familia.
Si nosotros los papis estamos inseguros y nerviosos con la nueva situación, el peque será capaz de notar esa sensación, y estará también más preocupado. Cuanto más conozcamos a la persona que se encargará de sus cuidados y más hablemos de todo este proceso más llevadera será la adaptación, pero por supuesto, es un proceso que requiere su tiempo, y cuando lo entendemos desde el punto de vista de nuestro hij@ seremos más capaces de hallar herramientas para facilitarlo.
Mi consejo, hablar con el peque y contarle la nueva organización familiar, (por muy pequeño que sea y que parezca que no nos va a entender), decirle que va a pasar un ratito cada día en una escuelita, o con una madre de día o la opción que hayamos elegido, (a veces tenemos la suerte de contar con abuelos disponibles que pueden echarnos un cable), y sobre todo, dejarle claro que aunque no vea a mamá o papá durante unas horas porque tienen que marchar al trabajo, SIEMPRE VAMOS A REGRESAR.
Qué bonito artículo Miriam. Cada día más contenta de seguirte, de leer lo que tienes que contarnos y feliz de ver que tenemos mismos gustos e ideales, también sigo a Tania de Edurespeta y he participado en el 3er. Crowdfunding de Lléname de besos el bolsillo! están en reimpresión. Me encanta también que ahora te estás dando más visibilidad en redes, tu trabajo lo merece, porque le pones pasión, le pones emoción 😘
Ohhh Montse muchísimas gracias, muchísimas gracias por contarme que te llega mi mensaje y la pasión que pongo a mi trabajo, no sabes la ilusión que me hace. Gracias por comentar y me alegro mucho de que te haya gustado el artículo.
Hola! Veo que todos hablais de la angustia de separación, y yo sigo preocupada porque mi bebe de 15 meses nunca la tuvo ni la tiene. Se va con cualquiera en incluso nos ignora cuando hay mas gente. ¿Es esto normal?
Yo creo que tampoco tienes por qué preocuparte Lorena, hay bebés muy sociables y quizá vosotros le hayáis dado un buen apego de seguridad y cuando va a otros brazos os mira y sabe que son «de confianza».