Los miedos forman parte de nuestra estructura emocional y son tan necesarios que gracias a ellos hemos sobrevivido hasta hoy. Todos los seres humanos, sin excepción, hemos sentido y convivido con diferentes miedos, unos más…
La evolución del bebé durante los primeros dos años es asombrosa. Sin embargo, entre el primer mes y los 12 meses se producen una serie de hitos que nos harán sentirnos felices de inmediato: la primera sonrisa consciente, el primer gritito, la primera palmada… Alrededor de los ocho meses (siempre aproximadamente porque cada peque es un mundo) aparece el desplazamiento o gateo (hay muchas formas de hacerlo). ¡Y surgen muchas dudas respecto a cómo debe gatear el bebé!
Pero ¿todos los niños y niñas lo hacen? Pues no. Lo cierto es que hay bebés que se saltan esta etapa y otros a los que, de pronto, les da miedo moverse lejos de mamá. ¿A qué puede deberse? ¿Podemos ayudarlo o ayudarla a que pierda ese temor? Hay diversas razones por las que pueden sentir miedo a gatear pero, afortunadamente, las madres y padres podemos apoyarles para que lo superen; sin forzarlos, por supuesto, pero animándoles a hacerlo porque el desplazamiento es un hito importante que favorecerá su autonomía motora y psicológica.
¿De dónde procede el miedo a gatear?
Quizás lo primero que hay que plantearse es si nuestro bebé está realmente preparado para gatear. Como digo, existen hitos del desarrollo pero no siempre se cumplen al pie de la letra. Hay peques con 10 meses que no se desplazan y otros que directamente comienzan a andar.
En cualquier caso, es importante observar a nuestro hijo y si vemos señales de que algo va mal (como que a los 10 meses aún no es capaz de sentarse solo; que rechaza constantemente ponerse boca abajo; o que con 14 meses ni siquiera se pone de pie agarrándose a algún mueble u objeto), mejor acudir al pediatra para que lo evalúe.
Comprobado que sí está preparado para gatear, el miedo puede estar relacionado con alguna mala experiencia. Quizás se ha hecho daño en sus primeros arrastres o simplemente no se siente seguro o teme tener algún percance. Ese miedo se puede traducir en llanto, en abrazarse a ti y no soltarte…
En este punto habría que plantearse también si los adultos hemos «contagiado» ese temor al bebé. Muchas veces, en nuestro afán por protegerlos, verbalizamos pensamientos negativos que pueden calar en sus cabecitas. Los típicos «te vas a caer», «no hagas eso», «¿no ves que no puedes solo?», etc. son pensamientos limitantes y tiene un efecto más fuerte del que podemos imaginar.
El miedo también puede estar relacionado con nuestra ausencia. Sobre los ocho o nueve meses los bebés van asumiendo que son personas independientes de su madres; así que si desaparecemos, sufren. Si no estamos cerca de ellos al ponerlos en el suelo y, por tanto, no nos ven, podemos desencadenar un rechazo al gateo por temor a perdernos.
En algunos casos los bebés no toleran estar colocados boca abajo porque simplemente les da miedo esa posición o les supone demasiado esfuerzo aguantar el peso de sus propios cuerpos. Son niños o niñas que perciben la información sensorial de su entorno (en este caso del movimiento) de forma exagerada. Para ellos estar boca abajo es casi como para nosotros estar al borde de un precipicio.
¿Por qué es importante el gateo?
El gateo, en cualquiera de sus vertientes de movimiento, es un hito de desarrollo de un bebé. Esto no significa, insisto, que sea imprescindible para su avance normal. Sin embargo, hacerlo sí tiene beneficios destacables tanto a nivel de desarrollo de la motricidad, como psicológico.
Por un lado, mejora su percepción visual espacial así como el equilibrio; y favorece la estabilidad articular. Gracias al gateo desarrollan el proceso de lateralización, donde una mano se establece como la dominante; y el patrón cruzado, que hace posible el desplazamiento corporal. También favorece la escritura y la lectura temprana.
Por otro, desde el plano psicológico, avanzará en su autonomía. Será él o ella quien elija dónde ir, a qué distancia de nosotras quiere mantenerse, y será consciente de sus nuevas habilidades; lo que incidirá en su autoestima. La emoción y el estímulo le harán hacer pequeñas conquistas diarias.
¿Qué puedo hacer para animarle a gatear?
Una vez hemos detectado miedo o reticencia a cualquier tipo de desplazamiento autónomo en nuestro bebé (y este no se deba a que aún no está preparado), podemos hacer algunas cosas para animarlo a conquistar el suelo.
Tener un espacio adecuado y seguro es el primer paso. Elige una zona despejada y amplia, si es posible, en la que pueda moverse y explorar con libertad (y siempre ropa cómoda). Asegúrate de que no hay obstáculos insalvables o zonas donde pueda tener algún percance.
Por supuesto, no lo dejes solo. De hecho, en las primeras veces debes tratar de transmitirle calma y confianza: no pasa nada, no hay peligro en moverse por el suelo. Tal vez echarte en el suelo con él puede ayudarle a ver que no hay por qué temer. Eso no significa que tengas que intervenir o le coloques de una postura u otra. Es importante respetarlos al máximo. Eso, además, le ayudará a confiar en sí mismos.
En este punto, el humor, las canciones… todo lo que signifique diversión le invitará a estar contigo y disfrutar de ese rato en el suelo. El juego es un aliado fantástico en este sentido. De hecho, una vez que vaya perdiendo el miedo a estar en el suelo solo, puedes ir colocando algún obstáculo para que lo intente esquivar.
Es importante, por supuesto, no obligarle ni forzarle a hacer nada que no quiera. Si se pone nervioso o llora, atiéndelo de inmediato y tranquilízalo. Tal vez lo puedas volver a intentar más adelante u otro día. Y si no gatea, pues nada. Ya andará (¡y entonces la revolución será total en casa!).
El movimiento libre
Moverse es básico para el ser humano y, como vemos, primordial para un niño; de ahí la importancia de favorecer el gateo o cualquier modalidad de desplazamiento. El método Pikler (impulsado por la pediatra húngara Emmi Pikler) defiende la no intervención de los adultos en el desarrollo psicomotriz de los niños y permitir que se muevan libremente, en entornos seguros, con nuestro acompañamiento y supervisión y sin recurrir a ningún elemento externo (tipo andador).
Este método huye de posturas forzadas y les da a los peques toda la autonomía para decidir cómo y cuándo. Según esta teoría, las posturas que adoptan son más naturales y su desarrollo fisiológico y psicomotriz más adecuado, correcto y seguro.
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