Tenemos los castigos muy interiorizados y en ocasiones son muy tentadores, pues resultan un recurso fácil e inmediato. Pero la disciplina en positivo nos ofrece otras soluciones... Por ello, en casa intento no usar los…
El aprendizaje de los peques empieza desde bebés pero es a partir de cierta edad cuando la interacción con ellos puede darnos más de un quebradero de cabeza. Si queremos educar de forma respetuosa, ¿qué hacemos cuando la disciplina positiva no funciona en nuestra familia?
Optar por la disciplina positiva es elegir la educación respetuosa
A medida que nuestros hijos e hijas se van haciendo mayores, nuestras preocupaciones sobre ellos pasan del «¿está respirando?», «¿por qué tiene tantos mocos?» o «¿cuándo dirá su primera palabra?» a «¿cómo gestiono sus rabietas?», «¿cómo consigo que recoja sus juguetes?» o «¿por qué me grita?».
Hay muchas formas de emprender ese camino tortuoso (aunque principalmente feliz), dependiendo del modelo de educación que queramos aplicar en casa. Si el respeto es nuestro santo grial, es posible que hayamos optado por la disciplina positiva.
Leemos sobre ella y nos decimos: «¡es justo la relación que quiero con mis hijos!». Pero, de pronto, resulta que no funciona. Que el niño o la niña en cuestión sigue sin recoger los juguetes o se enfada o llora sin razón (aparente). Entonces pensamos: «la disciplina positiva es muy bonita en la teoría, pero no me funciona». ¿Qué podemos hacer entonces?
La disciplina positiva no tiene que «funcionar»
Pues no. La disciplina positiva no tiene que funcionar porque no es un interruptor al que le das y se ilumina la bombilla. No es una herramienta o una técnica. Es una filosofía de vida y, como tal, exige esfuerzo personal y mucho trabajo diario. Exige andar y desandar. Caer y levantarse. Así que lo primero que hay que hacer es reflexionar de forma sincera y ver en qué momento hemos errado en el paso.
Porque la disciplina no tiene que funcionar ni busca funcionar. No se opta por ella para conseguir que el otro (en este caso, nuestro hija o hijo) nos obedezca y haga lo que nosotros digamos. Se trata de una revolución personal, interior, de nosotros mismos y nuestros propios valores; que tiene que hacernos ver que muchos de los conceptos que tenemos asumidos culturalmente no son el camino correcto. De algún modo, tenemos que reeducarnos y asumir que no es lo mismo firmeza que autoritarismo ni amabilidad que debilidad.
Se trata, pues, de un proceso en el que hay que interiorizar cómo queremos ser nosotros para ser buenos compañeros de viaje en la vida de nuestros hijos. Así que, como cantaba Aretha Franklin, lo que aquí se necesita sobre todo es respeto. Y el respeto no es más que aceptar al otro, sin juzgarlo, sin intentar cambiarlo, pero teniendo en cuenta sus sentimientos y valores. Es aceptar las diferencias buscando un punto de confluencia para convivir en armonía.
El respeto es la clave
«¡Pero si yo respeto a mi niño/a! ¡Pero no hace lo que le digo!». La frustración a veces nos ciega y asumimos que nuestra postura es la correcta y que quien se equivoca es él o ella. Tal vez las expectativas también nos confundan porque la disciplina positiva no asegura que los hijos hagan siempre lo adecuado, pero sí que nosotros trabajemos día a día para que al menos tomen (buenas) decisiones y se sientan acompañados y respetados.
Y es que la disciplina positiva se basa en el respeto; en el respeto a uno mismo, a nuestros sentimientos, a nuestras necesidades; pero también al respeto al otro, a su personalidad, a sus sentimientos, a sus necesidades. Se fundamenta en darnos la mano y respetarnos mutuamente.
Y como los y las peques aún no saben cómo se hace eso, hay que enseñarles. Pero enseñarles no es imponerles nada (aunque sí existen límites, evidentemente). Si elegimos la disciplina positiva para sentirnos bien y creer que nuestros hijos e hijas nos obedecerán, seguramente estemos errando el tiro.
Tal vez «no funciona» porque no hemos profundizado en su comportamiento. Un mal gesto, un grito o un capricho puede ser la solución que ellos y ellas encuentran a otra cosa que no vemos y que es la que realmente tenemos que atender.
¿Y cómo conseguimos que se abran? Pues desde luego con el castigo, las amenazas o el miedo no lo vamos a lograr. Es cierto que son herramientas que a corto plazo pueden tener resultado, pero a la larga serán contraproducentes. Y los premios o el chantaje, tampoco.
Un punto de partida para avanzar realmente en disciplina positiva
La disciplina positiva ofrece muchas herramientas para mejorar en nuestra relación con nuestros hijos. Hay muchas opciones para ponerla en práctica: la tabla de rutinas, el rincón de la calma, el tiempo fuera positivo… Pero es posible que al utilizarlas no obtengamos los resultados deseados (o, al menos, no con la inmediatez esperada).
Mi recomendación, desde luego, es compartir nuestra experiencia y acudir a personas que sepan de la materia. En La Tribu, de hecho, tenemos ese respaldo profesional que estás buscando si te sientes identificada con esta situación. Sobre esta cuestión, nuestra maestra y educadora en disciplina positiva, Silvia Guijarro, ofrece dos reflexiones que nos pueden ayudar a aclarar nuestras ideas:
¿Desde dónde estoy actuando? ¿Desde el miedo? ¿Desde la niña o el niño herido que se siente no respetado?; y, por otro lado, ¿para qué he elegido la disciplina positiva? ¿Qué estoy buscando? ¿Qué quiero? ¿Que me hagan caso, que cumplan mis órdenes? ¿O quiero que sean tenidos en cuenta?
Porque a veces nos convencemos de que queremos escucharlos y hacerlos partícipes, cuando lo único que buscamos es manipularlos para que hagan lo que queremos que hagan.
Por eso nuestra experta nos recomienda que «partamos de cero», que toda la familia aporte sus ideas, aunque muchas sean difíciles de ejecutar. Tal vez no funcionen algunas opciones pero lo que sí funcionará es el respeto mutuo, que al fin y al cabo es lo que buscamos cuando de verdad interiorizamos la disciplina positiva.
Reflexionar también es positivo
No es fácil hacer autocrítica y reflexionar en qué nos equivocamos pero también es una forma de aprendizaje. Hacerlo nos ayuda a comprendernos a nosotros y nosotras mismas y a descubrir si realmente queremos lo que creemos que queremos. La comprensión nos dará claves para saber qué camino hemos de tomar.
Precisamente la disciplina positiva va por esa senda de comprensión: nos anima a entendernos a nosotros y nosotras para luego hacer lo propio con nuestros hijos e hijas, y así conocer sus creencias y necesidades. De este modo, es más fácil acompañarles en la búsqueda de soluciones que, al fin y al cabo, tendrán que encontrar ellos y ellas (no nosotros).
Si lo hacemos, aprenderán a comprenderse a sí mismos y a los demás. Les daremos opciones para que encuentren el camino y puedan sentirse capacitados cuando sean adultos para enfrentarse a cualquier situación y ser felices.
Podemos probar con dejar de ordenar y preguntar; con pedir su colaboración de forma respetuosa; utilizar frases positivas en vez del recurrido NO; o simplemente dejarlos hablar y escucharlos de forma activa.
Es posible que las rutinas no se haya establecido bien en casa porque no se les ha escuchado; porque no se sienten respetados; porque les hemos impuesto algo con lo que no se sienten cómodos. Si en vez de eso, pactamos esas rutinas, sabiendo para qué se hacen y por qué son importantes; la cooperación será mucho más natural.
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