Ante la ingente cantidad de publicidad dirigida a las madres y padres primerizos, a veces cuesta saber en qué invertir nuestro presupuesto. En este post os contamos qué artículos son imprescindibles para la llegada del…
Cuando una familia decide ampliar su descendencia con la llegada de un nuevo bebé, la imagen idílica de dos o más hermanos/as creciendo en armonía y jugando, sin conflictos, se dibuja en el horizonte como un paisaje idílico.
El problema de esta imagen idealizada de la crianza de varios hijos de edades similares es que genera unas expectativas altísimas que raramente coinciden con la realidad.
Los conflictos entre hermanos son naturales
Crecer junto a una hermana o un hermano es una experiencia que puede ser muy enriquecedora. La convivencia en el día a día dará lugar a recuerdos inolvidables. Tener una hermana es tener una compañera de aventuras de infancia. Tener un hermano es tener un compañero de juegos siempre cerca. El juego es el lenguaje natural de la infancia. A través del juego aprendemos a estar en el mundo. Y en el juego, como en la vida, es natural que surjan conflictos.
Los conflictos forman parte de nuestro día a día. Tenemos conflictos personales cuando nos debatimos entre lo que sentimos que debemos hacer y lo que nos gustaría hacer. Tenemos conflictos de interés cuando nuestra pareja quiere vivir en el campo y nosotras en la ciudad. Tenemos conflictos con nuestro equipo de trabajo cuando tenemos diferentes opiniones sobre cómo llevar a cabo una tarea. Los conflictos son naturales en las relaciones interpersonales.
Somos seres sociales, necesitamos convivir y formar parte de un grupo social, ya sea la familia, las amistades, el equipo de trabajo… y, al mismo tiempo, cada persona tiene su propio sistema de valores, sus intereses personales, sus opiniones, sus ideas, sus criterios… Lo más lógico es que, en esa convivencia, surjan discrepancias y se produzcan conflictos. Otra cosa es que como personas adultas tengamos más o menos herramientas para afrontar estas situaciones.
¿Por qué deberíamos pensar, entonces, que nuestros hijos no van a tener conflictos entre ellos? Aunque sean hermanos son personas distintas, cada uno con su propia personalidad, con sus propios intereses, con sus propias ideas y con sus propios gustos. Pasan casi todas las horas del día juntos, conviven, juegan, comparten… crecen juntos y aprenden a estar en el mundo de la mano. Lo raro sería que no surgieran diferencias entre ellos.
Además, debemos tener en cuenta que aún no tienen experiencia para gestionar estas situaciones por lo que lo más normal es que se peleen. Si añadimos que, cuando son pequeños, aún no tienen la capacidad de controlar sus impulsos es probable que lleguen a las manos sin necesidad de que hayan vivido situaciones violentas en casa. Simplemente, aún no tienen la capacidad ni el entrenamiento necesario para reprimir esos impulsos y gestionar esas emociones de enfado de otra manera.
Rivalidad entre hermanos
Pero es que, además, en el caso de los hermanos, se da una rivalidad natural. Los cachorros compiten entre ellos para engancharse a la teta de su madre. Se pisan, se empujan… porque su supervivencia depende de ello y sus hermanos son sus rivales directos.
Podemos pensar que nuestros hijos tienen a su alcance todo lo que puedan necesitar: alimento, abrigo, recursos… pero su necesidad de pertenencia les lleva a sentir peligrar su “lugar” en la familia ante la presencia de un “competidor”. Porque el amor de mamá o de papá puede ser infinito pero eso no lo saben; y nuestro tiempo, nuestra atención… es limitada, y cada minuto de atención que dedicamos a un hijo se lo estamos “robando” a otro.
Tomar conciencia de esto no debe ser algo que utilicemos para torturarnos pensando que no podemos llegar a cubrir todas las necesidades de nuestros hijos, sino para entender que la rivalidad y los celos entre hermanos, son naturales. Y si en cualquier tipo de relación es normal que surjan conflictos, cuando añadimos la rivalidad y los celos a la ecuación, lo raro sería que no surgieran.
Nuestro papel en los conflictos de nuestros hijos
Si asumimos, entonces, que los conflictos entre hermanos son normales y que, probablemente, se van a producir; lo importante es que tomemos conciencia de que nuestra manera de intervenir en esos conflictos sí puede ser determinante para mantener esa rivalidad dentro de lo que es natural.
Si intervenimos de manera sistemática, intentando evitar los conflictos y tomando partido por alguno de nuestros hijos, podemos contribuir, sin quererlo, a aumentar esa rivalidad natural.
Podemos llegar a fomentar esas peleas entre hermanos, de manera involuntaria, si nuestros hijos llegan a la conclusión de que en esas situaciones consiguen captar nuestra atención. En Disciplina Positiva hablamos de poner a los niños en el mismo barco para poner de relieve la necesidad de que, cuando sea necesaria nuestra intervención, lo hagamos sin tomar partido por ninguno de ellos.
Las peleas entre hermanos suelen ser, además, uno de los retos de la crianza que más nos cuesta gestionar. Es fácil que caigamos en la culpabilidad y pensemos que si nuestros hijos se pelean es porque estamos haciendo algo mal.
Asumir que los conflictos se van a producir, conectar con la necesidad de pertenencia de nuestros hijos y tener recursos para poder gestionar estas situaciones demostrando confianza en su capacidad para resolver sus diferencias; puede marcar la diferencia.
Cuando nos desprendemos de las expectativas idealizadas sobre las relaciones entre hermanos es más fácil que seamos capaces de enfrentarnos a sus disputas con la calma necesaria para acompañarles respetando sus diferencias y alentándoles a construir su relación sobre los cimientos del respeto mutuo.
Si tienes problemas para resolver los pequeños conflictos del día a día en familia, o te cuesta gestionar las rabietas y enfrentamientos de tus peques, puedes plantear tus dudas en la Tribu CSC, donde el equipo de profesionales de Criar con Sentido Común al completo presta apoyo y asesoramiento a las familias miembro. ¡Te esperamos!
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