¿Por qué nos sentimos tan mal dejando a nuestros bebés en la escuela infantil? La respuesta es clara: porque no queremos dejarlos allí. Porque querríamos tenerlos con nosotras en todo momento y nos cuesta la…
Es apenas una punzada al principio. Algo que desechamos de inmediato para volver a sentir los bocados de felicidad que nos deja la noticia de la llegada del segundo hijo. Pero esa punzada se repite y se van agrandando y, al final, se puede convertir en una pesada losa (¡otra!) para la mujer. Estoy hablando de la culpa cuando llega el segundo bebé.
Seguramente habrá mujeres que no lo hayan sentido. Somos millones de seres humanos en este mundo. Pero estoy convencida de que al menos una vez ha llamado a la puerta de la cabeza de todas las madres. Recuerdo perfectamente una pregunta que me hicieron al dar la noticia: «¿Y no te da pena la otra? Es todavía muy pequeñita. Pobre mía». Y, ¡pum!, ahí estaba, como si me hubieran echado sal en una herida en carne viva. Porque a mí me dolió esa frase y mi alegría se amargó por un instante.
¿De dónde procede esa culpa?
Cada vez que hablo o pienso en la culpa la relaciono con el judeocristianismo. Siglos y siglos de sermones en los que se identificaba la culpa con una cuestión que había que soportar, que había que llevar dignamente, porque somos pecadores. Y las mujeres, para más inri, mucho más pecadoras aún. Pero, se sea o no creyente, lo cierto es que es un sentimiento que duele, sobre todo cuando la culpa incide en tus miedos más profundos y te afecta enormemente en lo emocional.
Mi pareja y yo teníamos clarísimo que queríamos más de un bebé (al final han sido tres). Así que cuando me quedé embarazada por segunda vez me sentí feliz. Pero reconozco que no pensé mucho en las consecuencias para la mayor ni para mí misma. No obstante, fue a raíz de ese comentario cuando la felicidad se vio ensombrecida por esos sentimientos de culpa.
¿De dónde surge esa culpa? Yo creo que están muy relacionada con las ideas preconcebidas que tenemos las mujeres (y que nos inoculan desde pequeñas) sobre la maternidad. En alguna ocasión he abordado el tema de la madre perfecta en el blog. En el caso de la culpa, esta está relacionada con ese romanticismo de que la maternidad es perfecta y de nuestras expectativas. Por lo general, la llegada del primer bebé provoca emociones muy, muy fuertes. Todo es nuevo, todos es emocionante, todo gira alrededor de él.
Cuando pensamos en el siguiente, esa situación ideal (ejem, ejem) se ve como si un terremoto fuera a derribar todo lo que habíamos construido. O al menos lo vivimos así. Pueden surgir pensamientos egoístas (a mí me ocurrió): «ahora que empezaba a poder dormir algo más», «ahora que puedo dedicarme algo de tiempo a mí», etc. Y a ello se suman los relacionados con el o la primogénita: «¿cómo se sentirá cuando llegue el hermanito o hermanita?; ¿Cómo va a cambiar nuestra relación?; ¿Sentirá que lo abandono/a?… Y con el nuevo bebé, porque también te planteas si podrás responder a todas sus necesidades.
También es muy habitual que nos asalte la duda sobre si nuestros sentimientos serán iguales; si querremos al segundo igual que al otro; sin sentiremos las mismas mariposas. El el mero hecho de plantearnos si amaremos más a un hijo que a otro ya es motivo más que suficiente para sentirnos culpables.
Pero, ¿es realmente culpa?
Buena pregunta. La Real Academia de la Lengua (RAE) define la culpa como «imputación a alguien de una determinada acción como consecuencia de su conducta». Y también, desde un punto de vista psicológico, como «acción u omisión que provoca un sentimiento de responsabilidad por un daño causado». Es decir, la sensación interna insistente de haber hecho algo malo, de haber causado daño a los demás o haber infringido alguna norma. Una sensación que nos provoca un malestar insistente.
Mamen Bueno, psicóloga del equipo de Criar Con Sentido Común, aclara que ese debería ser el punto de partida. «Lo principal es dejar de llamar culpa a lo que a lo mejor es frustración, tristeza, agobio, enfado… Que a veces se tiende a llamar culpa lo que no es». Hay que subrayar, de hecho, que muchas veces el sentimiento de culpa (o lo que sea) se produce en base a algo que no ha pasado aún -y no tiene por qué pasar-, o de interpretaciones de la realidad que pueden estar distorsionadas. Y, admitámoslo, ¡estamos tan cansadas y con tantas hormonas bailando en nuestro cuerpo mientras estamos embarazadas! Es lógico que nos dominen a veces sentimientos de tristeza, de agobio, etc.
«La culpa nace del señalamiento acusador o la condena producida por “algo que hicimos o que no hicimos y se asumía que debíamos hacer o no hacer”. Este “sancionarse o reprocharse” surge de la propia inflexibilidad. La crianza y la educación recibidas influyen en la internalización de conductas autopunitivas, respecto a lo que se espera que hagamos o no hagamos«, explica la psicóloga de Criar Con Sentido Común.
La llegada de un segundo bebé implica la necesidad de «reajustarnos», puntualiza Mamen Bueno. «Es un periodo que está influido por ideas preconcebidas, presiones sociales, culturales, la historia de cada una… Y eso supone una cantidad de emociones difíciles de encuadrar. Y todas se engloban en la culpa, en lugar de en decepciones, resentimiento, frustración, agotamiento, dificultad para poner límites, etc.»
¿Tiene sentido ese sentimiento de culpa por la llegada del segundo bebé?
Pues no. De verdad que ese nivel de exigencia que tenemos las mujeres con respecto a la maternidad no merece la pena. Navegando por internet he leído un artículo en el que se hacía referencia a un estudio que se hizo en Australia en el que participaron 20.000 personas encuestadas durante 16 años, y la conclusión era que el segundo hijo genera más ansiedad que el primero. No digo que no sea verdad, pero a mí esa conclusión no me ha gustado porque mi segunda hija es el amor de mi vida, como los son las otras dos.
La culpa de tener un segundo hijo ha estado a punto de saltar pero la he bloqueado. Porque no tiene razón de ser. Al segundo hijo se le quiere exactamente igual que al primero. Yo siempre les digo a mis hijas que en casa tenemos el triple de amor que en otras casas y que eso es toda una suerte. Es una frase muy utilizada, pero la reutilizo: el amor no se divide, se multiplica. Y es verdad que hay momentos que ya viví con mi primera hija, pero la experiencia fue distinta. El mismo parto, por ejemplo, lo fue; aunque solo fuera porque con mi primogénita hubo epidural y con la segunda no dio tiempo. ¡Tenía mucha prisa!
«La clave es tener paciencia», subraya Mamen Bueno. Y sí, paciencia y ser realistas. La llegada del segundo hijo afecta al primero, evidentemente. Pero, ¿por qué siempre pensamos que va a ser negativo? Lo único que debemos tener en cuenta es que hay que hacerle cómplice de la nueva situación, animarlo a participar en los cuidados, a hacerle partícipe en definitiva. De hecho, es un mensaje muy positivo porque le mostramos nuestra confianza y él o ella gana en autoestima.
Si tenemos pareja, podemos dividir los ratos porque es necesario pasar un tiempo en exclusiva con cada hijo. Si no la tenemos, ¿no es suficientemente duro ya tener dos bebés y encima castigarnos con la culpa? Aparecerán los celos, claro. Es algo natural, pero es una experiencia que también les ayudará en su desarrollo como personas. Las peleas entre hermanos los preparan para solucionar conflictos con otras personas y a ser asertivos.
Cambiar culpa por responsabilidad, primer paso para la aceptación
¿Qué hacer con el sentimiento de culpa ante la llegada de un segundo hijo? Un primer paso para manejar la situación sería sustituir la culpa por la responsabilidad y asumirla. Tal y como explica Mamen Bueno, hay que responsabilizarse de:
- Identificar tus emociones, ya sean agradables o desagradables, y validarlas.
- Aceptar que lo haces de la mejor forma que sabes.
- Valorar las opciones y escoger la que mejor se adecúa en tu caso a tus necesidades y a las de tu bebé. Es normal beber de diferentes fuentes.
- Tratarte con respeto y cariño. No machacarte.
- Aceptar tus errores y limitaciones.
- Pedir ayuda. No eres perfecta.
Rebajar las expectativas sería una buena forma de neutralizar esos sentimientos de culpa. Si no somos tan autoexigentes, veremos las cosas con otra perspectiva. Y eso no significa que no nos preocupemos, o que no tengamos sentimientos encontrados. Eso es natural y sano, nos ayuda a reflexionar y a seguir hacia adelante. Pero sí pienso que si imprimimos un poco de realismo a todas esas ideas preconcebidas de supermamá, ciertos pensamientos perderán fuerza.
Es importante, por otro lado, expresar cómo nos sentimos. No solo verbalizarlo a nosotras mismas, sino compartirlo con las personas más cercanas. Otras perspectivas, otras visiones nos ayudarán a darle la vuelta al calcetín. Incluso compartir experiencias con otras madres puede ser muy positivo. En la Tribu de CSC podréis hacerlo con todas las mujeres que forman parte de ella. Y, por supuesto, si la losa pesa tanto, podéis recurrir a nuestras profesionales para que os orienten sobre cómo afrontar la llegada de un segundo hijo.
No hay maternidad buena ni mala. Seguro que habéis pensado o escuchado alguna vez que nuestras madres lo hacían mejor. Tengo mis dudas. Lo harían de otra forma, como pudieron o les enseñaron, igual que hacemos nosotras. Nuestra maternidad es única. Cada una tiene su forma de encarar esta etapa tan maravillosa y tan dura.
Y no hay que juzgarnos estrictamente ni con lupa. Hay que ser más autocompasivas. Todas queremos lo mejor para nuestros hijos y todas encontramos nuestro camino. Es más, esa experiencia propia nos ayudará con el segundo bebé y, encima, disfrutaremos más con algunos momentos, que asumiremos con más experiencia pero la misma ilusión.
Hola. Me encanta vuestra págiina la seguimos desde mucho antes de nacer nuestro hijo.
Sin embargo en este artículo siento diferir cuando la redacción se escribe exclusivamente en femenino.
El sentimiento de culpa cuando llega el segundo hijo no es monopolio de las madres, y para muestra yo mismo.
Es algo común en este tipo de artículos y en algunas conferencias de algunas ferias a las que hemos asistido, donde la figura paterna es menospreciada ( no intencionalmente) y nos sitúa en el plano de actor invitado, cuando en muchas de las fases del embarazo y post parto sufrimos igual que las madres. Por supuesto no todos ni en la misma medida.