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Hoy, 5 de septiembre, se celebra el Día Mundial del Hermano. Tener un hermano o no tenerlo condiciona tu infancia. Con esto no quiero decir que una opción sea mejor que otra, cada familia debe decidir si ampliar la familia con más hijos o no, en función de sus deseos, sus circunstancias y sus posibilidades.
Tanto quienes han crecido como hija/o única/o como quienes han crecido en familias numerosas pueden haber tenido infancias maravillosas o infernales, según cuáles hayan sido sus experiencias vitales. Sin embargo, hoy celebramos el Día Mundial del Hermano, así que me gustaría hablar desde mi experiencia personal, como hermana y como madre de mi hija y de mi hijo, que también son hermanos.
El regalo de crecer junto a un hermano
Antes de ser madre, cuando pensaba en formar una familia o me imaginaba cómo sería, siempre me veía como madre de dos o tres niños/as. A veces, incluso de cuatro. Nunca contemplaba la posibilidad de tener un solo hijo o una sola hija. La razón, supongo, radicaba en mi propia experiencia personal. Para mí, crecer junto a mi hermano fue un regalo. Yo soy la primogénita de mi familia y, cuando tenía tres años, mis padres me hicieron el mejor regalo del que pude disfrutar en mi infancia. Supongo que, en su momento, sería un cambio difícil de afrontar. No recuerdo haber sentido celos, aunque es probable que mi memoria no alcance tan lejos.
Sin embargo, cuando pienso en mi infancia, junto a mi hermano, se me dibuja sin quererlo una sonrisa en la cara que me delata. No porque todo fuera una balsa de aceite. Nos peleábamos, por supuesto. Aún recuerdo mi ceño fruncido cuando le arrancaba las cabezas a mis barbies. Recuerdo nuestros enfados y la rabia ahogándome en la garganta cuando me regañaban o me castigaban por “su culpa”. Cuánta injusticia familiar soportamos las hermanas mayores. Él también sufría las inclemencias de ser el pequeño. ¿Y por qué la hermana puede y yo no? Pero de cada una de esas fricciones de la convivencia… cuánto aprendimos para la vida.
Y, sobre todo, cuando pienso en mi infancia junto a mi hermano, la sonrisa me delata porque en la balanza de la vida, cuando crecimos, pesaba más lo bueno que lo malo. Porque aún tengo presentes aquellas tardes en que jugábamos a construir un campamento con los cojines y sábanas de nuestras camas. Porque aún viven en mí aquellas tardes de verano construyendo castillos en la arena y fortalezas indestructibles en nuestros corazones. Porque guardo en mi cajita de recuerdos imborrables las tardes lluviosas de invierno jugando a juegos de mesa en el salón de aquel piso pequeño que a mí se me antojaba un castillo. Porque aún siento que tú eres mi HeMan y yo tu Teela ante los retos disfrazados de Skeletor que se nos presentan en la vida.
Supongo que por eso, porque aunque con los años hayamos construido nuestras propias vidas y nuestros caminos no vayan paralelos como al principio de nuestra existencia, los recuerdos bonitos ganaron por goleada a las peleas entre hermanos; decidí regalarle la misma experiencia a mi hija, cuando me asaltaron las dudas sobre si ampliar la familia o no.
El regalo de ser madre de hermanos/as
A pesar de que siempre había tenido claro que sería madre de dos como mínimo, la vida nos prepara sorpresas con las que no habíamos contado y, como suele decirse, del dicho al hecho va un trecho. Así que hubo un momento en el que, después de tener a mi hija, me planteé seriamente plantarme.
Pensando en mí, finalmente, pudieron las ganas de volver a vivir la experiencia de ser madre de nuevo y de criar a dos a la vez. Pensando en ella, me lancé a la aventura de regalarle una experiencia que no había pedido y no sabía cómo saldría. A veces, cuando se pelean y se disputan los recursos limitados de mi tiempo y mi atención, una vocecilla me dice que criar a una sola igual habría sido más fácil.
Pero en la balanza vuelven a ganar los momentos en los que puedo sentarme a escribir un post mientras escucho de fondo carcajadas infantiles que salpican de inocencia y ternura toda la casa. Me quedo con esos momentos en que no son conscientes de que les observo y se regalan caricias o besos sinceros. Me quedo con ese vínculo que les lleva a protegerse mutuamente cuando se sienten en peligro. Me quedo con el regalo de tener asiento de primera fila en los primeros actos de vuestras vidas y poder presenciar cómo os acompañáis la infancia mutuamente.
En el Día Mundial del Hermano, me quedo con la belleza que ha aportado a mi vida haber crecido junto a mi hermano y poder ver cómo crecen juntos, compartiendo risas y peleas, mis hijos.
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