Estos días se ha hecho viral la publicación de una madre que contaba en sus redes que le había regalado a su hijo una muñeca porque quería ser "el mejor padre del mundo". Y de nuevo…
Cada vez somos más las familias que nos preocupamos (y ocupamos) de intentar educar en igualdad a nuestras hijas y a nuestros hijos. Cuando hablamos de igualdad de género es probable que surjan muchas dudas porque, en realidad, iguales no somos, existen diferencias biológicas entre hombres y mujeres que nos hacen diferentes. Pero, entonces…
¿Qué es educar en igualdad?
Está claro que hay un componente biológico que nos diferencia y no se trata de negarlo ni de intentar equiparar lo que no es igual. Si hablamos de personas cisexuales, las mujeres menstruamos, podemos quedarnos embarazadas y parir, amamantar… y los hombres producen espermatozoides y tienen más vello corporal y facial. Pero hay multitud de ideas asociadas a lo que significa ser un hombre o ser una mujer que son, simplemente, construcciones sociales.
Durante siglos, mujeres y hombres han tenido roles diferenciados en la sociedad. Hoy en día, ni siquiera está claro que la caza fuera un dominio exclusivo de los hombres durante la Prehistoria; pero, lo que está claro, es que en nuestra Historia más reciente, han sido los convencionalismos sociales los que han relegado a las mujeres al ámbito doméstico, reservando a los hombres, por norma, los beneficios que se derivan de ocupar los espacios públicos.
No existe ninguna diferencia biológica que justifique que los cargos de máxima responsabilidad dentro de las empresas estén ocupados en un porcentaje elevadísimo por hombres. La web del INE recoge que:
“En el año 2020, el porcentaje de mujeres en el conjunto de Consejos de Administración de las empresas que forman parte del Ibex-35 ha sido del 27,7%, porcentaje 3 puntos superior al del año anterior y que ha hecho un largo recorrido desde los 11,2% de 2012, pero que, sin duda, es todavía insuficiente.”
Tampoco existe ninguna diferencia biológica que justifique que, a día de hoy, en multitud de familias, aun dedicándose ambos miembros de la pareja heterosexual a desarrollar su labor profesional remunerada, sea la mujer la que asume la mayor parte de las tareas domésticas así como la carga mental que implica toda la organización familiar. O que sean casi siempre las mujeres las que abandonen o “aparquen” su desarrollo profesional cuando es necesario que alguien se dedique a la atención y los cuidados tanto de descendientes como de ascendientes.
Siempre habrá quien nos diga aquello de… ¡pero si ya somos iguales! ¿Qué más queréis? Así que os devuelvo la pregunta. ¿Seguro que ya tenemos igualdad? ¿Igualdad de qué? Aún existen distintos ámbitos en los que mujeres y hombres deberíamos gozar de igualdad.
Igualdad de derechos
Y esta es, probablemente, la única de las igualdades que ya hemos conseguido casi por completo. Porque ante la ley, en principio, podríamos decir que gozamos de los mismos derechos. Centrémonos en la educación, ya que es de lo que estamos hablando en este post. Niños y niñas tienen exactamente el mismo derecho de acceso al sistema educativo. A un sistema educativo idéntico para ambos, por lo que, en este caso, la igualdad de derechos podemos decir que está ya conseguida.
Igualdad de oportunidades
Aquí ya comenzamos a patinar. Porque acceder a una carrera universitaria depende de tu nota de corte. En nada te va a favorecer o a perjudicar ser chica o chico. Pero, ¿y a la hora de acceder al mercado laboral? ¿Nunca habéis escuchado aquello de que en la entrevista de trabajo te preguntan si tienes intención de ser madre? ¿No nos extraña que existiendo un porcentaje de mujeres universitarias superior al de hombres y, por lo tanto, con alta cualificación formativa, después a la hora de acceder a puestos de máxima responsabilidad los porcentajes se inviertan y se distancien mucho más?
Igualdad de trato
Y aquí ya no es que patinemos, es que vamos cuesta abajo y sin frenos. Desde el mismo momento en que en la consulta de ginecología nos dicen aquello de “es una niña” o “es un niño”, nuestra mente se predispone a criar a una persona de un sexo o de otro, con todo lo que socialmente hemos interiorizado que significa pertenecer a un género u a otro.
No, ni a todos los niños les gusta el fútbol ni a todas las niñas les gustan las princesas. Pero si los porcentajes de niños futboleros son tan altos y abundan tanto las niñas presumidas no es por simple casualidad ni por predisposición genética. Infinidad de prejuicios sociales nos predisponen a tratar de manera diferente a niñas y niños tanto en casa como en la escuela.
Acabar con todos estos clichés y prejuicios de un plumazo es una utopía, pero trabajar para contrarrestarlos es el mejor camino.
¿Qué hacer para educar en igualdad?
Teniendo en cuenta que socialmente aún nos queda mucho trabajo por hacer para lograr una igualdad real de oportunidades y de trato, ¿qué podemos hacer en casa para brindar a nuestras hijas e hijos una educación más igualitaria? ¿Cómo podemos educar en igualdad? Podemos centrarnos en los factores que están a nuestro alcance y que son tremendamente importantes.
Por un lado, podemos trabajar personalmente para eliminar los estereotipos de género de nuestras familias. Aquello de que los niños no lloran o las niñas se sientan bien (entiéndase con las piernas bien juntas) ya pasó a la historia. Hacer un esfuerzo para suprimir estos estereotipos para que nuestras hijas e hijas crezcan y entiendan que no hay colores asociados al género, ni juguetes de niñas o de niños, ni nada parecido.
Si aún no tenemos mucha conciencia sobre este tema, nos puede parecer algo inocente, pero detrás de estas “tradiciones” hay multitud de mensajes subliminales que van calando en su subconsciente. Y todos esos mensajes, queramos o no, les van a llegar, porque vivimos en sociedad, nos relacionamos; y nuestra sociedad aún perpetúa de manera sistemática todos estos estereotipos y prejuicios que nos marcan y nos condicionan a la hora de desarrollarnos como personas ya que nos están diciendo qué se espera de nosotros/as según seamos mujer u hombre.
Cada vez que abrimos una revista de juguetes y vemos a niñas jugando con cocinitas y bebés; y a niños jugando con superhéroes y haciendo deporte; estamos lanzando mensajes que condicionan a la infancia. Esto es a lo que se espera que juegues según seas niño o niña. Pero el mensaje real es mucho más profundo y peligroso. Esto es lo que se espera que seáis cuando crezcáis. Cuidadoras de bebés y organizadas amas de casa; y aventureros valientes y fuertes. El mensaje es cruel y peligroso a partes iguales para ambos géneros. A ambos les marca un camino establecido y a ambos les niega la posibilidad de experimentar y disfrutar de la otra parte.
De todas partes les llegan mensajes que asocian feminidad a belleza, dulzura, paciencia, entrega desinteresada a los demás, bondad, emotividad… así como otros que asocian masculinidad a fuerza, valentía, tosquedad, diversión, despreocupación, riesgo, competitividad… No existe una forma única ni correcta de ser mujer o de ser hombre. Es más, existen tantas formas como personas hay en el mundo.
Y será nuestra misión combatir desde el hogar todos estos mensajes para darles la oportunidad de descubrir su propia forma de ser niño o niña libres de todos estos estereotipos de género. Para que, el día de mañana, nuestras hijas no se sientan culpables por querer tener tiempo para ellas o desarrollarse profesionalmente aunque sean madres; para que nuestros hijos no se avergüencen de sus emociones y aprendan a gestionarlas; para que nuestras hijas no crezcan pensando que la belleza es su máximo potencial; y nuestros hijos no crezcan bajo la presión de tener que demostrar continuamente que son los mejores.
El mayor reto, dar ejemplo
Y aunque nos esforcemos en intentar que, tanto nuestros hijos como nuestras hijas, tengan acceso al mismo tipo de juguetes, que puedan elegir libremente su ropa y sus accesorios, que decidan si quieren llevar el pelo largo o corto, si quieren agujerearse las orejas o no… aunque en casa no les condicionemos con todos estos clichés; aún hay un reto mayor que va a condicionar definitivamente como van a entender qué es ser mujer o ser hombre. La manera en que nosotros y nosotras lo somos.
Si yo le regalo a mi hija juegos de ciencia y balones de fútbol, si le doy la opción de decidir llevar el pelo corto, si me esfuerzo por construirle una infancia libre de estereotipos para que se sienta libre de ser quien quiera ser sin sentir la presión de tener que sentirse culpable por hacer cosas con las que disfrute, sin estar todo el día preocupándose por los demás; pero luego yo, antepongo las necesidades e incluso los deseos de los demás a mis propias necesidades, ¿qué mensaje le llegará más? Si el modelo de mujer que está viendo en mí, se siente culpable por quedar a tomar café con una amiga una vez al mes, ¿de qué sirve que no le regale muñecos a los que cuidar si el espejo en el que se mira, que soy yo, se encarga a los cuidados de los demás en cuerpo y alma hasta el punto de olvidarse de sí misma?
Si le regalo a mi hijo cocinitas y muñecos para que aprenda que responsabilizarse de los cuidados y el hogar también es asunto suyo, si le permito expresar sus emociones y se las valido, si me esfuerzo por construirle una infancia libre de estereotipos para que se sienta libre de ser quien quiera ser sin sentir la presión de tener que ocultar sus emociones y mostrarse siempre fuerte y valiente; pero luego su padre, jamás se permite mostrarse vulnerable ni dar signo alguno de debilidad, ¿qué mensaje le llegará más? Si el modelo de hombre que está viendo en su padre no se implica en la crianza y exhibe una masculinidad estereotipada, ¿de qué sirve que no le regale superhéroes a los que imitar si el espejo en el que se mira, que es su padre, no se permite fallar en nada y se exige a sí mismo permanecer siempre fuerte como una roca?
Nadie dijo que fuera fácil. Deshacernos de los estereotipos y las herencias de nuestra infancia es, de hecho, muy difícil. Pero cada paso que damos en este sentido nos acerca un poquito más a nuestro objetivo: educar, de verdad, en la igualdad.
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