La maternidad también se trunca. Tener un hijo es lo mejor que nos puede regalar la vida. Es felicidad, es conocer el amor más sincero, puro, el de verdad. Pero la realidad es que también…
Ponte los zapatos, come, lávate los dientes, haz los deberes, apaga la tele, pon la mesa, vete a la cama, recoge los juguetes… muchos niños y niñas se pasan el día escuchando órdenes. Se espera de la infancia que sea obediente. De hecho, se suele colgar la etiqueta de desobediente a niñas y niños como algo negativo, pero…
¿Es la obediencia tan bonita como la pintan?
La obediencia infantil es cómoda para las personas adultas, no nos vamos a engañar. Si nuestro hijo hace siempre lo que le pedimos, nos ahorramos un montón de conflictos. Si nuestra hija obedece siempre a la primera, no perdemos tiempo en negociaciones. Este ahorro de tiempo puede resultar muy tentador en un mundo en el que nuestras agendas tienen más tareas pendientes que horas y las prisas invaden nuestro día a día. Pero, ¿realmente quieres que tu hijo sea un niño obediente?
La obediencia, per se, implica sumisión. La RAE define el término obediencia como “Acción de acatar la voluntad de la persona que manda, de lo que establece una norma o de lo que ordena la ley”. ¿Es esto verdaderamente lo que queremos para nuestras hijas? ¿Realmente esperamos que nuestros hijos acaten lo que se les dice sin cuestionarse nada?
De los niños y las niñas, en general, no solo se espera que obedezcan, también les pedimos que lo hagan sin rechistar. Hasta el derecho al pataleo les robamos. Ese que siempre nos queda a las personas adultas. Porque cuando tenemos que cumplir instrucciones que nos resultan incómodas, lo hacemos. Llevamos ya más de un año usando mascarillas y acatando normas que nos condicionan y limitan la vida para conseguir frenar la pandemia por coronavirus. Pero no he escuchado aún a ningún miembro de la clase política que termine el discurso diciendo aquello de “¡Y sin rechistar!”. Es más, incluso las leyes se modifican cuando la sociedad evoluciona y se producen protestas en contra de las normas establecidas que son consideradas injustas.
¿Por qué entonces esperamos de la infancia que se comporten de manera absolutamente distinta a como lo hacemos las personas adultas? Porque se les considera ciudadanos/as de segunda. Vivimos en una sociedad terriblemente jerárquica y adultista en la que la infancia es considerada una etapa puente, un mero trámite (incómodo, para más inri) inevitable para llegar a la vida adulta, que es la etapa que verdaderamente cuenta; aquella en la que somos capaces de producir para el sistema.
Los riesgos de la obediencia
Lo que la sociedad espera de la infancia hoy y lo que se esperará de ellos/as en un futuro cuando sean personas adultas son cualidades absolutamente contrapuestas. Esta incoherencia social es tan grande que parece mentira que no seamos capaces de detectarla si no es cambiando la mirada hacia la infancia.
Se espera que cuando crezcáis seáis personas seguras de vosotras mismas, con pensamiento crítico, con capacidad de decisión y criterio propio, personas que sean capaces de expresarse con asertividad, de defender sus ideas y de luchar por sus derechos. Sin embargo, ahora, durante la infancia, precisamente en la etapa que os sirve de entrenamiento para desarrollar todas esas habilidades para la vida; se os pide que seáis obedientes, sumisas, callados, pasivas, moldeables… No sé bien en qué momento de la vida se espera que vuestros cerebros hagan un clic y desconecten de todo lo aprendido durante la infancia y se activen en vuestras vidas todas esas cualidades que no se os ha dado la oportunidad de practicar.
La obediencia ciega, no solo es negativa a largo plazo; es incluso peligrosa a corto plazo. Si les lanzamos el mensaje de que deben hacer siempre lo que se les diga sin protestar, ¿de qué manera podrán defenderse si se encuentran en una situación de abuso? ¿Y si alguien de confianza les pide que hagan cosas que en realidad no deberían hacer? La infancia es una etapa tremendamente vulnerable e indefensa. Acompañarla de la necesidad de obedecer a las personas adultas para complacerlas puede ser tremendamente peligroso.
Por todos estos motivos y por muchos más, me gustaría gritar a los cuatro vientos que…
Yo no quiero que mis hijos sean obedientes
Quiero que sean responsables, que cumplan con los acuerdos a los que se comprometen, que sepan expresar de forma respetuosa sus opiniones, que escuchen a las demás personas y tengan capacidad para buscar soluciones respetuosas con todas las partes. Quiero que sepan alejarse de quien les hace daño de manera sistemática y cuidar a las personas que están en su vida. Quiero que aprendan a equilibrar la balanza para escuchar sus necesidades sin apagar las voces del resto. Quiero que aprendan a plantarse cuando algo no es respetuoso en absoluto. Quiero que aprendan a hacerse cargo de sus errores y a ser personas compasivas. Quiero que aprendan a poner sus propios límites personales y a respetar los límites personales del resto. Quiero que aprendan a tomar decisiones correctas para su vida sin necesidad de que nadie les supervise.
Quiero que confíen en mí y sepan que pueden contar conmigo cuando cometan errores. Quiero que me digan las cosas que hago mal y que protesten cuando tome decisiones que consideren injustas. Quiero que busquen su propia satisfacción personal y pasen del qué dirán. Quiero tenerles en cuenta. Quiero que vivan hoy para ser personas completas y con sentido de comunidad ya, no para que lo sean el día de mañana.
Hija mía, hijo mío, yo no quiero que seáis obedientes. Podéis tomar decisiones sobre muchos ámbitos de vuestra vida. Sobre algunos temas concretos me tocará decidir a mí, pero siempre podréis cuestionar mis decisiones y pedirme explicaciones. A veces, podremos negociar y buscar puntos de encuentro. Otras, las menos, os explicaré mis razones y asumiré mi rol de madre para protegeros y cuidaros. Y aún así, en esas ocasiones, os seguirá quedando el derecho al pataleo. Porque yo sé que las redes sociales o los juegos online no son seguros para vosotros en este momento; pero entiendo que os fastidie no poder usarlas como hacen algunos de vuestros amigos.
Yo no quiero que seáis obedientes. Las personas obedientes caminan sin separarse nunca del rebaño, como autómatas, sin salirse del camino ya trazado. Yo quiero regalaros una azada para que os adentréis en el bosque y busquéis vuestro propio camino. Quiero coseros unas alas para que surquéis la vida siguiendo vuestro propio rumbo. Me ocuparé mientras tanto de manteneros a salvo de los precipicios y los acantilados. Os dejaré lidiar con las piedras que encontréis en el camino y estaré siempre cerca para brindaros el descanso que aún encontráis en mi abrazo. Me encargaré de aprender a acompañaros la vida sin más límites que los del amor y los del respeto.
A cambio solo os pido una cosa. Prometedme que nunca, nunca, seréis niños obedientes.
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Precioso, silvia, cuanta razón tienes, cuanto daño se le hace a la infancia desde la óptica del adulto. Yo también no quiero que mis hijos sean obedientes y sumisos!
¡¡Bravooo!! Espectacular post!! Digno de colgar en todas las casa y aulas del mundo !!