Diversos informes médicos han tratado de determinar qué factores afectan al riesgo de desarrollar alergias alimentarias en los primeros años de vida de un bebé. Siendo la cesárea uno de los factores sometidos a análisis.…
Cuando Paula nació no respiraba. Esa mañana realizaban a Lucía una versión cefálica para tratar de cambiar la posición de Paula en la tripa (venía de nalgas). Pero no fue posible. Demasiado ‘crecidita’ ya para tratar de girarla sin riesgos y poco líquido para hacer con seguridad la maniobra.
Cuando las doctoras del Hospital Rey Juan Carlos planeaban otro día para hacer la cesárea, valoraron que Lucía estaba ya anestesiada, había hueco en quirófano y profesionales para proceder… Así que, aunque no era lo previsto: ¡Iba a nacer Paula!
Yo estaba en una habitación que nos habían habilitado, esperando para volver a casa con Paula ‘colocada’ o ‘sin colocar’. Lo único seguro hasta ese momento es que ese día volvíamos a casa…
Una enfermera me dio un traje para entrar a quirófano y yo lo dejé encima de la cama, dando por sentado que se había equivocado de habitación.
–Bueno, pues te pones esto, te lo atas por aquí y por allí y ya venimos a por ti.
–No. Creo que te equivocas. Yo estoy esperando a que traigan a mi mujer después de un intento de versión cefálica.
En ese instante, entra una segunda trabajadora a la habitación que justo había oído mi comentario: “Pero no le habéis dicho nada: ¡que vas a ser papá!”.
Total… que deprisa y corriendo me pongo lo que me han dicho. No sé si me lo até como me dijeron (seguro que no). Sí sé que me puse la protección que cubría los pies, que también me habían facilitado, y un gorro. Y seguí a la trabajadora hasta que me llevó a un enorme quirófano.
Y allí estaba Lucía. Tumbada, con una sonrisa de oreja a oreja y voz temblorosa (estaba nerviosa)… “¡Que vas a ser papá!”.
Total… Yo me siento: miro que hay alrededor entre ocho y diez profesionales médicos, que me parecieron 20.000. “Qué de gente hay aquí”, pensé. Agarro a Lucía la mano fuertemente mientras las cirujanas empiezan la cesárea.
–¡Uy! pero qué poca grasa tienes hija, qué envidia.
Nos debían ver nerviosos, porque hicieron alguna broma para tranquilizarnos un poco. Pero era para estarlo: íbamos a conocer a Paula cuando no estaba previsto y todo había sido mucho más rápido e inesperado de lo que habíamos imaginado.
Las profesionales continúan la cirugía. Se trataba de una cesárea que llaman ‘respetada’. Nos anunciaron que Paula venía y habilitaron un espacio para ponerla encima del pecho de la mamá y que pudiera estar en contacto con nosotros desde el primer momento.
Sacan a Paula… Yo veo una cosita preciosa, pequeñita… y que no se movía ni hacía ruido alguno.
En el segundo que hay de la tripa de Lucía a su pecho aparece una mano que se lleva a Paula. Era el pediatra. Comenzaba la fase de reanimación. Paula no respiraba.
Lucía es muy impaciente. Es impulsiva, para lo bueno y para lo malo. Nosotros somos ambos autónomos. Yo siempre le digo que hay que marcar estrategias a medio y largo plazo. Ella lo quiere todo para ayer y espera también que las cosas lleguen de inmediato.
Imaginaos una situación así para una persona que considero impaciente e impulsiva. Sólo se oía un pitido muy alto y muy molesto. Un piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii largo… Ensordecedor. No hacía más que pensar que Paula…
Nos empezamos a acariciar las manos. Y sólo me susurró con voz calmada:
–¿Estará bien verdad?
–Seguro que sí, cariño.
Fue lo único que pude decirle.
Comenzaron los segundos más largos de mi vida. Mi oído había logrado filtrar el estruendoso pitido y sólo estaba esperando una cosa: “¡Que se oiga un lloro de bebé, por Dios!”.
Pero no llegaba. La supuestamente impetuosa e impaciente Lucía guardaba silencio. Me acariciaba la mano y yo a ella. Miraba hacia donde estaban reanimando a Paula, pero completamente tranquila.
Lucía era paciente y me estaba transmitiendo tranquilidad. En la situación más desesperante y límite que habíamos vivido, Lucía estaba teniendo paciencia. Cualquiera hubiera llorado. Se hubiera resistido. Hubiera gritado de desesperación.
Cuando hablamos de este eterno momento me reconoció que estaba hecha un flan. Pero desde el primer segundo de vida de Paula la maternidad me enseñó algo nuevo de mi pareja. Una forma de afrontar los problemas y situaciones (¡y qué situación!) que jamás hubiera imaginado.
¡Y llegó un llanto! ¡Parecía un gatito!
La reanimación continuó durante no tengo ni idea cuántos minutos y volvió a llorar en varias ocasiones, hasta que el gemidito (ni siquiera era un lloro con fuerza) fue algo más constante.
Me levantan de la silla. Me piden que acompañe a Paula a la que apenas podía ver tras una cristalera. ¡¿Cómo voy a dejar sola a Lucía ahora?!
Me llevan a la sala de neonatos… Sin decirme si está bien, si está mal, si habrá secuelas… El doctor que reanimó a Paula me explica que no ha tenido fuerza suficiente para respirar por sí misma, y que por eso ha necesitado oxígeno y reanimación. Tiene que pasar al menos una noche en neonatos.
¿Cómo le explico esto a Lucía? Madre mía… Una mamá, recién sometida a cesárea, que no ha podido estar con su bebé… Ni con su pareja en un momento así. Ha estado sola.
¿Me entenderá bien? ¿Cómo la calmo ante tal situación? Porque es para estar nerviosa y alterada… A ver cómo gestiono todo esto…
Entro en la habitación… y la mamá me lo puso muy fácil. La supuesta impaciente me escucha con atención. La ‘monillo’ (así la llamo yo por ser tan nerviosa), me atiende. Me pregunta si está bien.
–Necesita pasar una noche en neonatos y ver cuándo le pueden ir retirando el oxígeno que le ayuda a respirar. Pero está bien.
–¿Y cómo es?
–Es preciosa cariño.
–¿Cuándo puedo ir a verla?
–En cuanto puedas ir al baño caminando.
Las que habéis pasado por una cesárea sabéis que es un trance duro, incomodísimo y difícil (sólo visto desde fuera… No puedo imaginarme lo que es sentirlo).
En unas horas estaba caminando por la habitación. Porque la entereza y la fuerza no la perdió en ningún momento. A pesar de la cesárea se recuperó rápidamente, y esa misma noche, por fin, pudo ver a su ‘bebita preciosa’. ¡Y hasta le dio de mamar!
La maternidad me enseñó que mi pareja es paciente, tranquila y segura en las situaciones más extremas (cuando es más difícil serlo).
La maternidad me confirmó que mi pareja es fuerte, valiente y una madre que hará lo que sea por su hija. Aunque esto ya lo sabía. Por eso estoy muy contento de que seas la madre de mi hija.
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