Se conoce como padres tigres a aquellos progenitores que se muestran autoritarios en su relación con sus hijos para que estos alcancen el éxito bajo cualquier circunstancia. Es un modelo de crianza que tiene consecuencias…
Cuidar una relación de pareja requiere tiempo, esfuerzo y dedicación; por eso la pareja con hijos tiene un plus de dificultad. Y es que al final del día, cuando por fin duermen los niños, estamos agotados, pero un gesto tan simple como apagar el móvil puede favorecer la interacción, el vínculo, la comunicación y el contacto en unos minutos clave.
En Criar con Sentido Común y en la Tribu CSC hemos comentado más de una vez que el abuso de smartphones perjudica las relaciones entre [p]madres e hijos, porque al estar pendientes de la pantalla dejamos de estar disponibles para nuestros hijos y ellos para nosotros y, a pesar de estar juntos, dejamos de interactuar entre nosotros.
Hemos hablado, por ejemplo, de cómo de utilizar la hora de la comida o de la cena para afianzar los vínculos familiares, de la importancia de establecer normas de uso de pantallas en casa, del necesario equilibrio entre la cantidad y calidad del tiempo en familia o sobre cómo negociar con los adolescentes para un correcto uso del móvil.
Pero ahora vamos a darle una vuelta de rosca más al tema, para hablar sobre el uso de los móviles por la noche cuando, ya en la cama, tenemos a nuestra pareja al lado haciendo y ambos nos dedicamos a hacer exactamente lo mismo (mirar la pantalla), sin darnos cuenta que podría ser muy perjudicial para la pareja. Así que, cuando por fin duerman los niños, apagad los móviles.
Cuando tres son multitud: El móvil sobra
Nos levantamos a las 6 o las 7 de la mañana y no hemos dejado de correr durante todo el día: prepara desayunos y almuerzos, lleva a los niños al cole, busca aparcamiento, asegúrate de que entran, sal corriendo para el trabajo sorteando atascos, cuadra la hora del mediodía para comer deprisa y corriendo, vuelve a trabajar, recoge a los niños del cole, cruza la ciudad con unos y otros para las extraescolares, haz recados, prepara meriendas y cenas, supervisa la hora de los deberes…
Es probable que después de los baños, las cenas, recoger la cocina y preparar todo lo del día siguiente, cuando los niños (¡por fin!) ya se hayan dormido, enciendas el móvil para ver los mensajes pendientes, los correos, navegar por la red o cotillear las redes sociales. Sin embargo, es probable también que después de todo un día de correr de aquí para allá apenas hayas tenido un rato para hablar con tu pareja de algo que no sean los niños, la logística familiar o la organización de la casa.
Ese momento al final del día, cuando por fin la pareja está junta y a solas son clave para alimentar la relación de una pareja con hijos. Y en ellos, el móvil estorba y perjudica. Porque esos últimos minutos finales del día son clave (y a veces los únicos que tenemos) para hablar de otra cosa que no sean las notas del niño, la visita al pediatra o lo que hay que comprar, arreglar o hacer.
La pareja con hijos: «Ya casi no hablamos»
Momentos para ver el móvil, durante el día, hay muchos (y no es que esté prohibido echarle un vistazo cuando están juntos los dos miembros de la pareja). El problema, cuando añades niños a la ecuación, es que no llega a todo, y alguien (o algo) se resiente: o los niños, o el móvil… o tu pareja.
Según un estudio de la Universidad de Baylor basado en encuestas a 453 personas adultas, utilizar el móvil ignorando a la pareja puede llegar a arruinar una relación. En el caso de parejas sin hijos, por la falta de atención, incluso llegando algunas personas al punto de acabar escribiendo un WhatsApp para que la otra persona por fin te «escuche».
Si hablamos de parejas con hijos esto cobra especial relevancia, porque el rato de la noche, ambos en la cama, puede llegar a ser el único en el que están juntos, uno al lado del otro, sin estar haciendo otra cosa, y pudiendo hablar.
Incluso aunque haya algún peque compartiendo habitación (o incluso cama), sobre todo si todavía son pequeños. Pero muchas veces los niños se duermen antes y nos dejan un ratito para hablar. Es más, puede ser bonito que se duerman mientras sus padres comparten lo que han hecho ese día, cuentan alguna anécdota curiosa o comparten lo que quieren hacer al día siguiente.
Compartir un rato de «calidad»
La gracia del momento (que a veces pueden ser tan solo unos pocos minutos hasta que uno de los dos empieza a dar cabezadas inconsciente), es compartir un momento de diálogo de los llamados «de calidad».
Esto puede ser compartir anécdotas, curiosidades, planes a medio o largo plazo para hacer en familia, manifestar inquietudes o preocupaciones al otro, pedirle opinión sobre algo, preguntarle al otro cómo está o cómo ha ido su día… En definitiva, seguir construyendo la relación de pareja apoyándose el uno en el otro, como hacían tiempo atrás.
Porque si el rato de estar juntos en la cama se convierte en «Tenemos que ir a comprar jabón de la lavadora, que no queda», «Recuerda que tenemos que pintar el pasillo» o «Tenemos que hablar sobre si vamos o no a comer a casa mi madre el sábado»… pues se corre el riesgo de acabar prefiriendo mirar el móvil. De esas cosas es mejor hablar en otro momento, estando quizás más despiertos, para que entre los dos puedan ir planeando los quehaceres del día a día, y esforzarnos en cambio para que esos ratos de la noche tengan algo de especial, algo de aquella época en la que os pasabais horas hablando por teléfono de tonterías y ninguno de los dos quería colgar, porque aún no vivíais juntos, cuando al encontraros cada tarde os recorrían las mariposas por el estómago.
Algo de eso. Aunque sea solo por unos segundos.
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