Abuelos y abuelas. ¿Te has fijado en ellos? Están por todas partes. Cada mañana, cuando voy a dejar a mis hijos al colegio, me cruzo con varios de ellos. Caminan despacio, con sus dolores o…
Este post se publicó originalmente el 05/05/2019 y ha sido actualizado en fecha 11/11/2024
No tengo muy claro por dónde empezar porque creo que te tengo que decir muchas cosas y las tengo por la cabeza dando vueltas, un poco como soy yo mismo, cuando me dices que no me entiendes entre risas y besos porque estoy riendo y me pongo a llorar y luego a reír otra vez. A ver si consigo ordenarlo para contarte lo que te tengo que contar…
Sé que desde que nací has tratado de hacer las cosas del mejor modo posible. Que has sentido algo que nunca antes habías sentido: MIEDO. Y que te persigue algo que todo el mundo parece intentar alimentar: CULPA.
El miedo a fallar, a equivocarte, a no hacer cosas importantes o hacer otras que podrían hacerme daño, el miedo a que algún día tenga algún reproche hacia ti… el miedo a que la personita más importante de tu vida pueda decirte dentro de unos años que no lo hiciste bien.
Y la culpa por no hacerlo mejor, por no tener más tiempo, más energía, más paciencia, más alegría, más sabiduría. La culpa de no ser más madre, más mujer, más para mí, más para todos. Como si eso fuera posible o como si existiera una persona que lo cumpliera, que seguro que NO la hay. Porque no es posible.
Así que aquí estoy para decirte lo que no te digo todos los días, pero quizás debería. Que sé que desde que nací o, mejor dicho, desde que supiste que estaba en tu vientre, te has visto en algo así como una montaña rusa de emociones, a veces arriba del todo, a veces abajo del todo. Sabiendo que subirías sin querer evitarlo, y sabiendo que caerías sin poder evitarlo.
Y es que soy consciente de que has sufrido mucho hasta llegar a la maternidad, y que conmigo decidiste que lo ibas a hacer muy bien, al darte cuenta de que por fin tenías la oportunidad de curar viejas heridas a través de la maternidad porque, ¿hay acaso algo más sanador para el alma que dar vida a otro ser? ¿Hay algo mejor que saber que estás alimentando mi cuerpo y mi mente? ¿No es un orgullo inmenso ser consciente de que estás dando lo mejor de ti para ayudarme a ser la gran personita que soy capaz de ser?
Porque lo mejor que puedes darme como madre no es la mejor ropa, ni los juguetes más chulos, ni un montón de regalos, eso que muchas madres dicen que nos dan porque “ellas nunca lo tuvieron”. Lo mejor es el cariño, el tiempo, la dedicación y el amor.
Porque un día echaré a volar y lo que me llevaré conmigo serán tus palabras, tus besos, tus caricias, tu cariño… y también tus enfados, tus tristezas, tus “no puedo más” y las lágrimas que a menudo tratas de ocultar. ¿Y sabes qué? Que habrá valido la pena verlo todo en ti para saber que YO PUEDO SENTIR LO MISMO EN MÍ.
Y créeme cuando te digo que hay mucha gente que no se da permiso, que no se deja sentir, que no se deja caer, porque no han visto lo que he visto yo: a una madre feliz y alegre, y también a una madre cansada y enfadada.
Y en las dos versiones me has enseñado algo: lo maravillosas que son las risas y los momentos bonitos y lo importantes que son las emociones que nos hacen daño, para aprender a APOYARNOS en LOS DEMÁS y aprender a pedir PERDÓN.
Porque cada vez que me decías “Ahora no, cariño… a mamá no le apetece”, o “Déjame un rato, cariño… mamá está enfadada”, «Perdóname cielo, que antes te he gritado», o incluso “Abrázame fuerte, peque, que mamá está triste”, me dabas pie a revisar lo que yo había hecho o dejado de hacer. Y no solo esto; también me dabas la posibilidad de enmendarlo secando tus lágrimas, dándote un besito, ofreciéndote un abrazo.
Pero aún digo más. Siendo tú misma me mostrabas que es normal y lógico sentirse así, y que cuando te sientes de esa manera está bien buscar un rato de soledad. Y está bien sentir, también, que necesitas todo lo contrario, a los demás alrededor para abrazarte y escucharte.
Pues eso, mamá. Todo ello quedará en mí, en mi aprendizaje, en mi vida, en mi manera de ser, y eso hará que cuando tenga hijos, si algún día los tengo, ellos se lleven también este aprendizaje: ¡Mis hijos serán un poco de quien tú eres!
Y ahora estarás pensando que no haces nada del otro mundo, que solo eres una persona que intenta hacerlo bien con su familia, y que en demasiadas ocasiones se equivoca. Pues puedes estar tranquila: eso mismo lo piensan todas las madres, porque sois tan responsables, dais tanto por nosotros, que siempre creéis que podríais haber dado más o haberlo hecho mejor.
Querrías ser perfecta sin darte cuenta de que ya lo eres: perfectamente imperfecta, exactamente como los niños y niñas os necesitamos para aprender a vivir en un mundo que de perfecto tiene muy poco.
Necesitamos a madres así, como tú, porque venimos al mundo a ser felices y a ser libres, y tú intentas cada día que yo lo sea. Lo sé. Lo veo. Lo siento.
Así que GRACIAS, mamá, de verdad.
¿Te he dicho ya que TE QUIERO? Porque TE QUIERO MUCHO, así, con mayúsculas.
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