Todas las familias deseamos que nuestros hijos e hijas se conviertan el día de mañana en adultos capaces y autónomos, pero a menudo nos da miedo darles alas y nos cuesta soltar cuerda, algo básico…
Dinamarca es declarado todos los años, desde 1973, por la OCDE como el país más feliz del mundo. El secreto de su felicidad no es otro que su estilo de crianza. Todas las instituciones mundiales reconocen que las familias danesas crían hijos felices que se convierten en adultos felices, que además repiten este ciclo. El resultado es una sociedad feliz, de personas fuertes y emocionalmente seguras.
El secreto de la felicidad
Los niños y niñas daneses son felices porque desde pequeños se les enseña a estar en contacto con sus sentimientos. La clave de la felicidad es esa: la inteligencia emocional. La correcta gestión de las emociones hace que tengan seguridad en sí mismos y la capacidad para ver siempre el lado positivo de las cosas.
¿Cómo consiguen esto los daneses? Con el fomento en la infancia del juego libre, el optimismo realista, la empatía, la autenticidad, la responsabilidad (que no la obediencia sumisa) y la unión familiar.
El juego libre
Muchas veces nuestra obsesión por que estén bien preparados para la vida nos hace apuntarles a un sinfín de actividades que nos restan tiempo en familia y tiempo de juego. No obstante, la diversión no es un desperdicio de tiempo, es vital para nuestro bienestar como personas.
Un niño que no juega es un niño estresado, malhumorado y triste. Jugando aprenden, entre otras cosas, que no todo sale como uno quiere o espera, les hace pensar cómo alcanzar objetivos y vencer la frustración. En otras palabras: les enseña qué es la resiliencia.
Limitar las horas frente a pantallas y fomentar el juego libre en nuestros hijos e hijas es, por tanto, vital para su felicidad. ¿Y en qué consiste este tipo de juego? En dejarles tiempo y espacio para jugar a sus anchas, a solas y/o con otros niños, sin intervenir (a no ser que sea absolutamente necesario porque vayan a hacerse daño, por ejemplo).
La autenticidad
Educar con autenticidad es el primer paso para inculcar valentía y honestidad. Esto incluye enseñarles a validar todas las emociones, a expresarlas y gestionarlas correctamente. También apoyarles para desarrollar su propia personalidad y a animarles a ser valientes para mantenerse fieles a sí mismos.
La autenticidad supone buscar dentro de nosotros mismos lo que es correcto, y no tener miedo a expresarte y actuar en consecuencia. Es estar en contacto con nuestras emociones y actuar conforme a ellas, en lugar de aplacarlas o ignorarlas. Es saber mostrar tristeza y compartir alegría.
¿Cómo se consigue? Enseñando a nuestros hijos e hijas a no compararse ni competir, sino a enfocarse en el esfuerzo en lugar de en los resultados. También ayudándoles a saber comunicar con asertividad y honestidad las propias emociones y pensamientos.
Redefinición, la clave para tener un punto de vista más positivo
Los optimistas realistas son aquellas personas no ingenuas que saben filtrar información perjudicial innecesaria, ignorando palabras y experiencias negativas y desarrollando el hábito de analizar las situaciones bajo un enfoque positivo, centrándose en qué pueden hacer frente a ellas que les resulte provechoso.
El lenguaje limitante y las etiquetas que a menudo empleamos con nuestros hijos provocan que, en lugar de hacerles sentir motivados para seguir intentándolo, se centren en los resultados negativos y se frustren.
Practicar la redefinición es alejar de nosotros la negatividad para ver la misma situación desde un prisma más positivo, evitando los pensamientos catastróficos y optando, en cambio, por el enfoque constructivo y el diálogo fortalecedor.
Debemos enseñar a nuestros hijos e hijas a separar las acciones y comportamientos (calificables de bueno o malos, exitosos o desastrosos) de las personas, ayudarles a ser pacientes y constantes, a explorar sus emociones y a tener sentido del humor para ser capaces de tomarse a bien las cosas y seguir intentándolas.
La empatía
Cuando a una sociedad le falta empatía, lo que queda es un mundo lleno de competitividad extrema, que nos aísla individualmente y nos empuja a desconectar de nosotros mismos y de los demás, en un afán por tener éxito, ser el más fuerte y el mejor.
Estamos acostumbrados a decirles constantemente cómo deben pensar, qué deben decir y cómo se deben sentir en lugar de ayudarles a conectar con sus propios pensamientos y emociones, y animarles a expresarse libremente y con sus propias palabras.
En Dinamarca hay programas escolares que fomentan el ejercicio de la empatía desde la infancia. Podemos cultivarla esforzándonos por entender a los demás y ponernos en su piel, estableciendo relaciones interpersonales sólidas, aprendiendo a escuchar e intentando comprender a nuestros interlocutores, aún cuando tengan puntos de vista diferentes a los nuestros.
No usar ultimátums
Los daneses apuestan por un estilo de crianza democrático en el que se fomenta la responsabilidad más que la obediencia. La familia danesa tiene muy interiorizada la idea de que no hace falta enseñar a los más pequeños a ser buenos, porque los niños son buenos por naturaleza.
Para enseñarles a ser respetuosos parten de la base de que el respeto se construye en ambos lados: tienes que darlo para recibirlo. Educar con miedo no fomenta el respeto. Las luchas de poder tampoco.
Buscar soluciones en lugar de culpables, no hacerles sentir criticados, no perder la paciencia ni los nervios, y fomentar el diálogo y la escucha activa son herramientas que nos ayudan a conseguir que estén más dispuestos a escuchar, razonar y valorar nuestras palabras.
Reforzar la unión y el sentido de comunidad
Los niños y las niñas necesitan sentir que pertenecen a un grupo, que se les reconoce como miembros de su propia familia y tienen valor e importancia dentro de ella. Satisfaciendo esta necesidad innata en ellos les aportamos seguridad y confianza.
De esta forma, crecen y se convierten en adultos con un modelo familiar positivo que se sienten bien en comunidad. Para conseguir este objetivo, debemos reforzar la unión familiar buscando momentos de conexión, comunicación y disfrute juntos.
Que no todo sean quejas, peleas y batallas en casa. ¡También podemos divertirnos juntos! Las tareas domésticas compartidas y las experiencias positivas nos alientan a estar juntos, a valorarnos y escucharnos, a compartir y confiar.
Al fin y al cabo, ¡la familia también es un equipo!
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