El secuestro emocional: Cuando pierdes los estribos con tu peque

Cómo realizar una correcta gestión emocional en momentos de crisis para evitar discutir con los niños

¿Nunca habéis perdido la paciencia, estallado y discutido acaloradamente con vuestros peques, aunque el motivo inicial no fuera, en realidad, tan importante? Cuando nuestros instintos se imponen durante mucho tiempo a nuestra parte más racional y emocional, se produce lo que se denomina un «secuestro emocional».

Qué es el secuestro emocional

Numerosas investigaciones han concluido que nuestro cerebro está formado por una parte más emocional (sistema límbico) y una parte más racional o pensante (neocórtex). El cerebro emocional o límbico responde con mayor velocidad, pero sus respuestas son más imprecisas porque no han pasado por el análisis de lo racional.

Cuando sufrimos un «secuestro emocional» es que nuestra parte más racional ha cedido ante la puramente emocional. La consecuencia es que reaccionamos de forma automática a los estímulos externos que son procesados por el cerebro emocional.

 

 

La amígdala, que es la encargada del procesamiento y almacenamiento de las reacciones emocionales, examina el entorno en el que nos encontramos y comienza a preguntarse cosas tales como: «¿me hará daño esto?», «¿puede hacerme sufrir?», «¿tengo miedo a esto?», «¿me perjudicará?»… y ella misma busca las respuestas a sus propias preguntas.

Todo esto lo hace sin nuestro permiso. La amígdala, de forma subconsciente, busca sus respuestas. Si estas son afirmativas y percibe peligro o malestar emocional, nuestro sistema nervioso da una señal de alarma a nuestro organismo, para que se prepare para defendernos ante «la amenaza».

Y eso es justo lo que hacemos cuando nos enfadamos y no podemos evitar discutir con los niños: perdemos el control y actuamos de forma absolutamente emocional durante unos instantes. Nos enfadamos, gritamos y hacemos o decimos todas esas cosas de las que luego se suele decir que «no pensamos ni sentimos» realmente. Es decir: hemos sido víctimas de un secuestro emocional.

 

 

Cómo y por qué se produce

A veces las situaciones nos estresan, se nos van de las manos y acabamos estallando. Esto es así porque caemos víctimas de una suma de reacciones psicológicas y fisiológicas, conocidas todas ellas como el proceso de secuestro emocional.

Todo esto nos ocurre en determinados momentos por una cuestión evolutiva. El ahora llamado «secuestro emocional» era en realidad un mecanismo básico para la supervivencia de nuestros antepasados. Ellos sufrían «secuestros emocionales» cuando por ejemplo se encontraban con un enemigo o un animales. Reaccionando por instinto conseguían huir o atacar para eliminar el peligro. Ahora, en lugar de eso, nos enfadamos y discutimos.

Los peligros de aquel entonces han desaparecido. ¡Ahora puede atropellarnos un coche, pero no atacarnos un mamut! Sin embargo, en muchas ocasiones seguimos percibiendo una sensación de peligro. Este proceso (que ha quedado un poco obsoleto), produce en la actualidad resultados no deseados en nosotros (ya que en las relaciones humanas, una emoción puede ser efímera, inexacta y poco realista).

 

 

Nuestra parte emocional nos sigue preparando para respuestas automáticas que antes eran vitales, pero que ahora no resultan ser siempre positivas. Es lo que sucede cuando tenemos ataques de celos, nos enfadamos con familiares y amigos o no caemos en discutir con los niños en pleno enfado.

¿Qué nos sucede en esos momentos?

En estas situaciones, durante el secuestro emocional, toda nuestra atención se centra en dar cabida a una emoción negativa y en darle respuesta. Esto nos impide racionalizar la situación que vivimos. Por ello muchas veces nuestras respuestas no se corresponden con lo que esperamos de nosotros. Normalmente, una vez pasada la tormenta, somos capaces de analizar lo sucedido y arrepentirnos de nuestro comportamiento.

Durante nuestro «estallido emocional», nuestro organismo segrega exactamente las mismas hormonas que son necesarias para huir o luchar. Como consecuencia se nos acelera el pulso, se reduce nuestro campo visual, se altera nuestra circulación y se acelera el pensamiento. ¡Exactamente igual que si nos encontrásemos ante un peligro! En esos momentos, pareciera que nos encontramos ente a un mastodonte, ¡en lugar de frente a un niño pequeño!

 

 

Esquivamos al neocórtex o cerebro pensante y nos volvemos mucho más instintivos. La amígdala declara un estado de guerra a nuestro entorno y nos volvemos animales peleando por nuestra supervivencia emocional (a la que en la actualidad podemos equiparar a la supervivencia física).

A los niños pequeños y adolescentes les sucede con frecuencia: se sienten dominados por sus instintos más a menudo (ya que, cuanto más jóvenes son, peor identifican y gestionan las emociones debido a su proceso madurativo) y son mucho más propensos a sentirse mal, enfadarse y estallar.

¿Cómo podemos controlarlo?

Antes del secuestro emocional, se produce un desbordamiento emocional. Este el que tenemos que aprender a detectar y detener a tiempo. Interrumpir la respuesta emocional para analizar la situación racionalmente, nos permite evitar que la amígdala lleve a cabo su secuestro de la parte racional. Así, finalmente, evitamos enfadarnos y discutir con los peques.

Para ello, es conveniente que descubramos los síntomas que presentamos cuando nos estresamos, enfadamos o agitamos interiormente. Esto se consigue deteniéndonos a observar cómo son las cosas en realidad cuando estas no son como esperamos, como nos gustan o como habíamos imaginado. Estos «síntomas» incluyen sudoración, acaloramiento, aceleración del ritmo cardíaco…

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Después tenemos que buscar algún mecanismo de escape de nuestra emoción, para que baje su excitación. Por ejemplo: el secuestro emocional se puede evitar tomándonos un momento justo antes de estallar para (como se suele decir), respirar y contar hasta diez.

El tiempo fuera positivo, por ejemplo, es una herramienta de la Disciplina Positiva tremendamente útil. Se trata de una táctica muy sencilla que se puede aplicar en cualquier ocasión y que tiene un valor fundamental tanto para nuestro bienestar emocional, como para la educación emocional de nuestros hijos.

Su objetivo es enseñarnos a no actuar sin calma ni reflexión, para conseguir que nuestras reacciones se ajusten al entorno y no sean desproporcionadas. Sirve para aprender a relativizar, no empeorar la situación y ayudarnos a ser capaces de enfocarnos en la búsqueda de soluciones. En otras palabras: nos permite realizar una correcta gestión emocional en momentos de crisis.

 

 

Cuando perdemos los estribos en medio de una tormenta con los peques, al pasar esta nos sentimos mal porque nos damos cuenta de que nuestra reacción ha sido desproporcionada. Entonces nos arrepentimos de nuestros actos, de nuestras palabras y del malestar que estos han causado en nuestros hijos.

Nos sentimos madres y padres torpes e imperfectos cuando, en realidad, solo somos humanos en proceso de aprendizaje constante. La clave para evitar toda esta espiral negativa se encuentra en la gestión emocional.

 

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Por último, cabe decir que pedir perdón a los niños es encontrar consuelo propio, al tiempo que educar en valores y proporcionarles una maravillosa herramienta de vida. Al disculparnos con los peques, también les estamos enseñando a pedir perdón a ellos.

Al fin y al cabo, ellos también son grandes maestros para nosotros, y nos enseñan que equivocarse no es hacer las cosas mal sino tener la oportunidad de concebir el error como una estupenda oportunidad de aprendizaje y crecimiento.

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