El juego del calamar llega a los colegios

La cruenta serie de moda ha saltado de lo cinematográfico a lo cotidiano invadiendo los espacios reservados a la infancia

La serie de Netflix “El juego del calamar” es el último éxito de la plataforma audiovisual y se ha convertido en todo un fenómeno de masas.

El argumento de la serie es simple y cruel: un grupo de personas con graves problemas económicos aceptan participar en un juego cuyo ganador se hará millonario. Para ello tendrán que sobrevivir a seis pruebas inspiradas en juegos infantiles tradicionales, como el escondite inglés. Quien pierde es brutalmente asesinado a sangre fría. Las escenas son muy sangrientas. La violencia explícita hace que la serie no sea recomendada para menores de 16 años.

El juego del calamar: La normalización de la violencia

Podríamos iniciar un debate moral sobre todos los mensajes implícitos en la serie. Las personas ricas organizan una competición para divertirse viendo cómo las personas pobres compiten por llegar a alcanzar el mundo de riqueza desde el que les observan. En ese intento por alcanzar una vida de bienestar y riqueza la mayoría pierden la vida.

El paralelismo con las travesías que las personas que viven en países subdesarrollados emprenden para conseguir entrar, a cualquier precio, en lo que llamamos el primer mundo, se me antoja evidente. Cierto es que no se organizan competiciones para nuestra diversión. Pero existen mafias que se enriquecen a costa de organizar estos viajes temerarios en los que se pierden tantas vidas aprovechando la desesperación de las personas que ansían poder tener una vida digna. Puede que no nos riamos, pero hemos normalizado este tipo de violencia hasta el punto de llegar a ver, día sí y día también, los cuerpos sin vida que llegan a nuestras orillas, sin inmutarnos. 

 

El juego del calamar llega a los colegios

 

Las escenas en las que los “jugadores” se alinean formando filas con sus monos uniformados y el número identificativo cosido al pecho recuerdan a los campos de concentración. Otra de las formas de violencia ejercida de manera masiva por la humanidad que muchas veces se ha visto reflejada en el cine. 

La ficción es ficción. El cine, como cualquier otro arte, tiene la capacidad de contar historias, expresar emociones, movilizar conciencias, entretener, representar la belleza, la bondad o la crueldad… Atrás quedaron los tiempos (o eso quiero pensar) en los que las ideas eran censuradas y las expresiones artísticas debían pasar el filtro de quienes estaban en el poder. 

Como personas adultas tenemos la capacidad de decidir qué tipo de música, películas, series, libros, cuadros… consumimos. Si no me gusta una serie puedo dejar de verla. Si decido verla, puedo elegir hacerlo simplemente como entretenimiento o hacer una lectura más profunda sobre las cuestiones que en ella se plantean. 

No vamos a responsabilizar a “Los juegos del calamar” de la normalización de la violencia en nuestra sociedad. No es la primera ni la última producción de ficción en la que la violencia es especialmente explícita y cruenta. Existe un género de cine, el gore, dedicado expresamente a la filmografía centrada en la violencia gráfica extrema. A nadie en su sano juicio se le ocurriría ver junto a sus hijos/as Kill Bill, por ejemplo. Sin embargo, por algún motivo que no alcanzo a entender, a alguien (ojalá fuera solo una mente descerebrada e inconsciente) se le ha ocurrido pensar que mezclar violencia extrema con juegos infantiles, convierte a esta serie en contenido apto para la infancia.

 

El juego del calamar llega a los colegios

 

Los juegos de El juego del calamar en la escuela

Y así es como asistimos a una “moda” que ha saltado de lo cinematográfico a lo cotidiano invadiendo los espacios reservados a la infancia. No, no es que maestras y maestros nos hayamos vuelto locas/os y estemos organizando juegos parecidos a los de El juego del calamar en la escuela, es que miles de niñas y niños en todo el mundo han tenido acceso, de una u otra manera, a esta serie de Netflix que, desde luego, no estaba dirigida a ellas/os

Por una parte, la industria del marketing se ha puesto a funcionar y ya hay mapas inspirados en la serie en videojuegos frecuentemente usados por niños y niñas, como Minecraft o Roblox. Por otro lado, ante nuestra sorpresa y desconcierto, nos encontramos con que niños y niñas reproducen en el patio del colegio escenas de la serie. Tras jugar a juegos tradicionales fingen ejecutar a quien queda descalificado/a del juego, cuando no se ceban con quien ha perdido propinándole collejas. Cuando preguntas de dónde provienen estas actitudes la respuesta en estos días siempre es la misma: son los juegos del calamar

Sí, aunque a quienes intentamos criar con sentido común nos parezca inconcebible, son muchas las niñas y niños que te dicen abiertamente que han visto la serie en casa con su familia. No adolescentes de instituto, no. Niños y niñas de edades muy cortas. Incluso de cinco o seis años. Sabemos que para ser madre o padre no es necesario estudiar psicología evolutiva pero, solo un pequeño detalle: antes de estas edades, la distinción entre fantasía y realidad es confusa. Niñas y niños creen que lo que ven es real. Si leen un cuento en el que los animales hablan, pensarán que pueden hablar. Si ven una película de unicornios pensarán que los unicornios existen. De ahí la necesidad de cuidar especialmente el tipo de contenido al que acceden a edades tan tempranas

 

El juego del calamar llega a los colegios

El juego del calamar llega a los colegios

 

Pero es que la serie El juego del calamar tiene un ingrediente que la convierte en especialmente peligrosa para la infancia. No es que los niños vayan a jugar a ser superhéroes o indios y vaqueros, es que lo que se muestra en la serie se corresponde con su realidad. Son los juegos a los que ellos juegan habitualmente. Así que no necesitan ponerse en la piel de ningún personaje de fantasía para reproducir su actitud. Solo tienen que seguir jugando a lo que juegan siempre con un “pequeño” matiz: aniquilar a quienes pierden. 

Si a esta edad, en la que aún no tienen capacidad para discernir entre lo que está bien o mal, normalizan y dan por válido que se puede agredir, torturar o asesinar a quien pierde en un juego¿qué pasará cuando sean testigos de un caso de acoso escolar? ¿No les estamos insensibilizando ante la violencia? ¿Se sentirán con derecho a ridiculizar o humillar a quienes no den la talla en un juego colectivo? Porque papá y/o mamá no se escandalizan cuando ven estas escenas, las ven como entretenimiento. Quién sabe si, incluso, se ríen. 

Habrá quien pueda pensar que todo esto es una exageración y que los niños y las niñas no solo aprenden de lo que ven en la pantalla, que lo más importante es lo que se aprende en el seno familiar. Pero no olvidemos que es en este ámbito, precisamente, el de la familia, donde están teniendo acceso a este tipo de contenido. Si un padre o una madre es capaz de ver una serie tan sangrienta como El juego del calamar junto a su hijo/a pequeño/a sin pararse a reparar en los perjuicios para su desarrollo, es probable que tampoco tenga la capacidad de acompañar ese proceso para permitirles desarrollar un pensamiento crítico que les permita condenar este tipo de actitudes

 

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No, la responsabilidad no es de quienes han creado la serie ni de la plataforma que la difunde. Y las familias no necesitan sentirse juzgadas. Pero si el sentido común no es capaz de imponerse y frenar este sinsentido, solo conseguiremos seguir mirando hacia otro lado mientras construimos sociedades violentas en las que ya ni siquiera nos inmutamos cuando el telediario nos muestra, cual música de fondo, las imágenes de una nueva mujer asesinada o de algún inmigrante muerto en nuestras costas. Al fin y al cabo, la mayoría de personas adultas ya están insensibilizadas a la violencia. Debe ser que hay quien piensa que cuanto antes, mejor. Que así es la vida y así se la hemos contado. Que es lo que hay y que no podemos meter a los niños en una burbuja. 

Y lo siento pero me niego a normalizar la violencia. Será que se me siguen saltando las lágrimas con las imágenes del telediario. Que aún no he perdido la capacidad de empatizar con la persona real, de carne y hueso, que está detrás de la pantalla. Que me siguen escandalizando los niveles de crueldad a los que es capaz de llegar el ser humano… Pero no quiero que eso cambie en mí. No quiero acostumbrarme. Y tampoco quiero vivir en una burbuja. Quiero contribuir para construir una sociedad libre de violencia. Llamadme loca. Pero me van los retos. Y la educación es la llave del presente y del futuro.

 

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