La vitamina D está de moda. Esta es una frase típica cuando se empieza a hacer algo nuevo o diferente. Pero no, no se trata de una tendencia pasajera, hay cosas que se hacen porque…
Venga, recoged, daos prisa, vamos a llegar tarde… todo el día jugando, ¡si es que no puede ser! Nos pueden las prisas y el estrés del mundo adulto pero, en realidad, no solo es que pueda ser, es que debería ser. Los niños y las niñas necesitan jugar, el juego es su lenguaje natural y su principal vehículo de aprendizaje.
Todas estas frases automatizadas que minimizan la importancia del juego son el resultado de vivir en una sociedad adultista en la que la infancia es entendida como un mero trámite para llegar a lo que verdaderamente importa: la etapa adulta, en la que somos capaces de producir. Y en la que, por lo tanto, las necesidades de la infancia son menospreciadas y desatendidas.
Pero el juego no solo es una necesidad de nuestros hijos e hijas. También es la mejor forma de conectar con ellos/as. Si queremos tener una relación de confianza con nuestras hijas e hijos tendremos que conectar con su mundo y no hay mejor manera de hacerlo que entrando en su universo a través del juego.
En la Tribu de Criar con Sentido Común podéis encontrar asesoramiento profesional para saber qué materiales de juego y actividades lúdicas favorecen el desarrollo y los intereses de vuestros hijos e hijas, según su edad, necesidades y/o nivel madurativo.
¿Por qué es tan importante jugar?
El juego es el lenguaje natural de la infancia. A través del juego niños y niñas se expresan. El juego les sirve para comunicarse con el mundo que les rodea y también para entenderlo. También les sirve para poner en práctica sus habilidades sociales ya que favorece las relaciones entre iguales y les permite abordar la resolución de conflictos en su ámbito natural.
El juego es el mejor vehículo de aprendizaje. Durante la infancia, el cerebro se desarrolla a un ritmo vertiginoso y está continuamente absorbiendo información y realizando nuevas conexiones neuronales. La manera natural en que niños y niñas aprenden es a través del juego. El juego les permite representar la realidad del mundo que les rodea y practicar las diferentes destrezas que van adquiriendo de acuerdo a su desarrollo evolutivo.
El juego les permite desarrollarse física y emocionalmente. Durante la primera infancia la necesidad de movimiento es fundamental. Para conocer el mundo en el que viven necesitan explorar su entorno y esta exploración también se da, de manera natural, a través del juego. En la medida en que esta necesidad de juego y de movimiento sea satisfecha también estaremos favoreciendo su desarrollo emocional.
El juego les proporciona bienestar. Un niño que juega es un niño feliz. De hecho, el juego es uno de los Derechos fundamentales de la Infancia. La Convención sobre los Derechos del Niño reconoce expresamente, en su artículo 31, el derecho al juego y a participar en actividades recreativas propias de su edad.
Así que si los niños y las niñas se pasan el día jugando no es para hacernos la vida más difícil a las personas adultas. Es, simplemente, su naturaleza infantil. Su necesidad y su derecho.
El juego como puente para la conexión con nuestros hijos
Pero, además, el juego puede convertirse en nuestro mejor aliado, en el puente de unión que nos permita conectar con nuestras hijas e hijos y establecer nexos entre nuestro mundo y el suyo. A través del juego volvemos a conectar con nuestra propia infancia y conseguimos conectar con sus necesidades y su naturaleza.
A menudo, nos empeñamos en que niñas y niños entiendan que deben comportarse de determinada manera para adaptarse a las necesidades de nuestro ritmo de vida. Y eso, además de no respetar sus necesidades y su naturaleza, es la mejor manera de entrar en un bucle de insatisfacción y frustración constante. No se le puede pedir a un niño que siga el ritmo de vida adulto porque, simplemente, no está preparado para ello. Sin entrar a debatir sobre si el ritmo de vida que llevamos en la actualidad es, siquiera, saludable para las personas adultas.
Pero, ¿y si fuéramos capaces de acceder a su propio ritmo a través del juego? ¿Y si, en lugar de exigirles que hagan las cosas deprisa, fuéramos capaces de convertir esas situaciones en un juego? “¡Rápido! Subid a la nave espacial y abrochaos los cinturones. ¡La misión espacial está a punto de comenzar!”. Puede ser mucho más útil que “Venga, subid ya al coche que vamos tarde, todos los días igual, de verdad, estoy harta”.
Si nosotros/as, que conocemos la naturaleza infantil porque un día fuimos niños/as y porque nos relacionamos día a día con ellos/as y sabemos cómo se relacionan con el mundo, no somos capaces de entrar en su mundo, ¿por qué deberíamos esperar que ellos/as, que carecen de experiencia y de capacidad para entender nuestras necesidades, se adapten a nuestro ritmo?
El poder del juego va mucho más allá de la infancia. No solo es un derecho, un lenguaje, un vehículo de aprendizaje, proveedor de bienestar y de salud… También puede convertirse en nuestro mejor aliado y permitirnos ahorrarnos muchos conflictos si somos capaces de conectar con nuestra propia infancia y con nuestros hijos e hijas de la forma más divertida en que podemos comunicarnos y abordar la mayoría de situaciones: jugando.
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