Más allá de la cicatriz externa que deja una cesárea, hay heridas mucho más profundas: la herida emocional, esa que no se ve a simple vista, pero que puede ser mucho más duradera e invisible,…
Hace casi 5 meses me convertí en madre por segunda vez. Tenía miedo al parto. Pero no al dolor en sí, miedo a que no fuera un parto respetado, como ocurrió la primera vez que di a luz. Pero entonces aprendí la importancia de hacer de las pocas cosas que están en nuestra mano en todo el proceso: elegir dónde y con quién hacerlo. Pero ¿cómo elegir el mejor hospital para dar a luz?
La culpa, la eterna compañera de viaje en la maternidad
Siempre quise tener más de un hijo. Era algo que teníamos claro tanto mi pareja como yo. Pero, si la primera vez me inundó una alegría inmensa (y miedo), con la segunda llegó la culpa. Recuerdo que nada más ver el positivo, verbalicé en voz alta todos mis miedos: «No voy a poder quererla igual que a Julieta. Pobre, le vamos a robar la exclusividad de nuestros brazos y atención que ha disfrutado hasta ahora».
Ay, la culpa. En mi cabeza no paraba de resonar esa famosa frase de «El amor se multiplica, nunca se divide». Pero yo pensaba que era totalmente imposible. El primer hijo te convierte en m(p)adre. Con él (re)descubres de la mano el mundo. La dureza infinita de la m(p)aternidad que casi nadie te había contado junto a momentos de felicidad absoluta. No, eso no se puede repetir con un segundo hijo.
Y en parte es cierto. Recuerdo que le conté mis miedos a una amiga con 3 hijas y me dio una respuesta que no esperaba: «Con Julieta lo has vivido todo por primera vez y eso no lo vas a poder repetir con nadie. Pero lo/a querrás igual, no lo dudes». Y no se equivocaba.
¿Hospital público o privado para tu parto? ¿Cómo elegir el mejor hospital para dar a luz?
¿Qué es mejor parir en un hospital público o privado? En mi primer embarazo tuve la oportunidad de elegir entre un hospital público de referencia con una amiga matrona o un privado donde conocía a la jefa de Obstetricia. Elegí este último. Acabé con una cesárea y su consiguiente herida emocional de la que me costó trabajo sanar. Me planteé infinitas veces cómo hubiera sido mi parto si hubiera elegido la primera opción. No sé si habría acabado igual, pero sí sé que el proceso habría sido infinitamente distinto.
Ahora tenía claro lo que quería y lo que no. Sabiendo que el parto es un proceso dinámico y que el resultado depende de muchos factores que no están en nuestra mano. Además partía con una cesárea previa y, aunque no es impedimento para intentar un parto vaginal, después supe la importancia de contar con toda la información para defender tus deseos hasta el final.
Con esto no idealizo el parto vaginal. Lo importante no es por dónde se nace. Pero sí considero fundamental contar con toda la información porque esto nos hace libres y capaces de tomar decisiones. Sin embargo, esto no justifica dudar constantemente del equipo médico ni poner en entredicho sus acciones. En principio, por mucho que nos informemos, no sabemos más que el equipo sanitario que nos atiende. Y ahí es dónde (para mí) está la clave: si eliges bien dónde parir, sabiendo que cuentan con protocolos actualizados, podrás entregarte con plena confianza sabiendo que velarán por lo que deseas.
¿Por qué elegir dónde dar a luz?
Cuando me quedé embarazada, acababa de salir de mi zona de confort. Estaba en una ciudad completamente nueva en la que no conocía a nadie. Así que de las primeras cosas que me planteé fue dónde iba a dar a luz. ¿Dónde dar a luz a mi bebé? ¿Público? ¿Privado? Una vez más tenía las 2 opciones, pero esta vez tenía claro la importancia de elegir el hospital dónde dar a luz.
Parir en privado o público es una de las dudas más habituales. Después de varias consultas en ambos sitios, descarté la opción del privado. Así que al menos había reducido las opciones a solo 2 posibilidades. Entonces descubrí que uno de los hospitales de mi ciudad era referente en parto respetado en toda la comunidad autónoma. No podía tener tanta suerte. No era el que me tocaba, pero era tan simple como gestionar el cambio ya que en España se puede elegir el hospital público para dar a luz.
Mi embarazo no fue fácil. En la semana 27 me detectaron un CIR (crecimiento intrauterino retardado) que, según dijeron «solía ser muy difícil revertir». Y, de nuevo, la importancia de estar informados. En la Tribu CSC, encontraréis a todo un equipo de profesionales, entre las que se encuentra la matrona Sara Caamaño, que os puede ayudar ante cualquier duda. Por supuesto, me ayudó, y en apenas 15 días conseguimos mejorar resultados. Pero ya en ese momento me hablaron de una posible inducción. No me libré tampoco de controles semanales desde ese mismo momento.
A ello se sumó tensión alta al final del embarazo y un desgarro muscular en la zona lumbar en la semana 39, con sus consecuentes visitas a urgencias durante 3 días seguidos. Y como en todos sitios hay profesionales buenos y (malos) no tanto, en una de esas visitas me crucé con una ginecóloga de guardia que no paraba de repetirme que tenía que ir a cesárea directa porque no me podían inducir al tener ya una cesárea previa .
Me negué. La matrona del centro de salud me había animado a intentar un parto vaginal. Sabía que en principio era posible, ya que hacía 30 meses de la intervención y me habían informado en las visitas de control de los posibles riesgos. Quise preguntarle por qué quería hacerme una cesárea sin necesidad estricta, pero sabía que con un poco de suerte, no me volvería a cruzar con esa ginecóloga. Y en ese supuesto, ya me «enfrentaría» a ella.
Mi parto: Una inducción por tensión alta
Al día siguiente me quedé ingresada. Inducción. Aún recuerdo la cara del ginecólogo cuando dijo esa palabra y le pregunté si era posible (sabiendo la respuesta de antemano, claro). «Sí, la situación no es nada favorable, pero vamos a intentarlo». Y ahí empezaron las (posiblemente) 39 horas más largas de mi vida. Pasé una noche más o menos tranquila a pesar de los nervios, para despertar con contracciones intensas desde el primer momento. Pasaron a ser regulares y seguidas en apenas 2 horas, lo que me llevó a pensar que la cosa iba a buen ritmo.
Error. No había dilatado nada. Y a partir de ahí, horas de contracciones, de movimiento, de duchas de agua caliente para aliviar el dolor. Apenas 2 centímetros y no podía con la intensidad, especialmente cuando se rompió la bolsa. Recuerdo a la matrona hablarme del dolor de las contracciones en un parto inducido. Así que por fin llegaba la epidural.
O no. Un único anestesista que estaba en una intervención justo en ese momento, y cuando llega a la habitación… ¡Sorpresa! «Hay un valor de la coagulación alterado en la última analítica y no podemos ponerte la epidural». Otra larga hora para repetir los análisis y tener los resultados. Ahora sí. Epidural. Y justo en ese momento, comenzaron 12 horas vomitando.
Pero también escuché las palabras mágicas de la matrona: «No creas que te vas a quedar tumbada en la cama, te voy a cambiar varias veces de postura y con alguna pensarás que estoy loca». Para mí fueron palabras mágicas, después de mi primer parto cuando me «abandonaron» tumbada en la cama tras ponerme la epidural.
Era quizás la cosa que más vergüenza me dio poner en mi plan de parto: «Una vez con la epidural y con la consiguiente limitación de movimiento, me gustaría contar con el apoyo de la matrona para poder adoptar diferentes posturas que sigan ayudando al progreso de parto». Algo tan obvio en algunos sitios y tan lejano en otros. Conocí 4 turnos de matronas y cada vez que se presentaban y me decían «Me he leído tu plan de parto» a mí solo me salía disculparme por poner cosas básicas (y otras no tanto). Pero muy necesarias para mí. Para poder soltar y confiar a ciegas.
Porque ellas me cogieron de la mano para afrontar todos mis miedos. Me acompañaron en mi noche más larga. Y fueron testigo de la llegada al mundo de mi pequeña.
Sé que la segunda cesárea me estuvo rondando muy cerca. En cualquier otro hospital no hubieran esperado tanto tiempo «por protocolo» con cesárea previa, oxitocina, contracciones intensas, horas con la bolsa rota… En mi cabeza aún resuena demasiada gente contar su experiencia en el expulsivo y decir «Salió en 3 pujos, literal». En mi caso fueron 2 horas. Pero también están grabadas a fuego las palabras de la matrona: «Prepara las manos que la recibes tú». Porque la vida se volvió a abrir paso. De una forma diferente a la primera, pero con la misma magia y emoción.
Tuve la enorme suerte de que respetaron mis tiempos. Los míos y los de mi segunda hija, Celeste. Ella, que llegó al mundo pequeñita, pero dispuesta a ocupar su lugar rápido. Y con unos enormes ojos azules que hacen honor a su nombre. Caprichos de la genética.
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