Hasta siempre 2020

Hemos aprendido que de nada valen las terrazas de los bares si no podemos brindar con los nuestros

Se acerca el final del año y, como siempre, solemos hacer balance de lo vivido antes de centrarnos en los propósitos para el año que está por venir. Este 2020 ha sido un año difícil, raro, diferente… La pandemia ha marcado nuestro día a día desde el mes de marzo. Hemos vivido situaciones que jamás pensamos que llegaríamos a vivir. Pasamos de ocupar las calles, los teatros, los bares, las playas, las montañas… A vivir entre las paredes de nuestra casa, confinados, durante semanas. Y lo más difícil, pasamos de los abrazos y los besos a la distancia y las mascarillas

Se me empañan los ojos al recordar el primer día que, tras meses sin vernos cara a cara, pudimos volver a pasear y, aunque fuera de lejos y con mascarillas, la mirada de mis hijos volvió a cruzarse con la de sus abuelos. El brillo en los ojos que desvelaba la sonrisa triste que se escondía tras las mascarillas. La alegría del reencuentro sazonada con la pena de no poder abrazarse. La piel hambrienta de caricias. Los brazos huérfanos de abrazos

 

 

Hemos aprendido a convivir con la mascarilla y todo lo que implica. La privación sensorial. La dificultad para entendernos, perdernos la expresión facial, tener que elevar la voz para que nos escuchen, las gafas empañadas… Hemos añadido el gel hidroalcohólico a nuestros productos de higiene habitual. Hemos salido a hacer la compra con la sensación de estar viviendo dentro de una película de ciencia ficción. Hemos cambiado los dos besos de cortesía por el choque de codos o pies. Y todas estas experiencias nos han ayudado a poner de relieve lo que ya sabíamos, quizás, pero dábamos por sentado… Que éramos ricos y, a lo mejor, no lo valorábamos lo suficiente.

Que lo importante, lo que mueve el mundo, lo que nos mantiene enganchados a la vida… No se compra con dinero. Que de nada valen las terrazas de los bares si no podemos brindar con las amigas. Que los viajes más largos son los que hacemos hacia dentro, cuando nos atrevemos a escucharnos. Que convivir con las personas que amamos no tiene precio. Que necesitamos sentir el sol en la cara, aunque sea a través de una ventana. Que los mayores placeres son los más simples: un paseo por la naturaleza, un abrazo, tiempo con quienes te importan… Que vivir en un lugar que te guste es más importante de lo que pensábamos. Que la vida está donde disfrutamos de estos pequeños placeres.

 

 

2020 no ha sido agradable, a qué negarlo. Hemos mirado a la cara del miedo. Hemos visto mermadas nuestras libertades. Hemos convivido con el desconcierto. Y eso, en el mejor de los casos. En el peor, hemos perdido a alguien de nuestra familia sin poder, siquiera, despedirnos

Y, sin embargo, ahora que el año 2020 toca a su fin, creo que es de justicia reconocer también que en cada dificultad se encierra una oportunidad de aprendizaje. Y que este año 2020 que a veces desearíamos borrar del calendario, me ha regalado también momentos inolvidables. Cuando pase el tiempo y sea capaz de mirar atrás con perspectiva quisiera guardar en mi cajita de recuerdos los mejores de este año…

El arcoíris de tiza que pintamos en la pared del patio para vestir de colores los días grises. La tarde que pasamos haciendo croquetas en equipo con los mejores pinches de cocina que podría imaginar. El reencuentro con la familia y los amigos, como un torbellino de amor sin tregua en mitad de la tormenta en calma. La liberación que ha supuesto la decisión de dejar de teñirme, que nació de una conversación hermosa con mi hija durante el confinamiento. Las interminables charlas por whatsapp con las amigas que viven lejos.

 

 

El ansiado reencuentro con el mar, como un amante deseado en la distancia. El juego de espías que inventé para que no dejáramos huellas por la calle cuando se suponía que no debíamos tocar superficies. La noche que fuimos a la playa a ver la lluvia de estrellas con los pies hundidos en la arena y los sueños apuntando al cielo. El tiempo y las ganas de decorar la casa y vestirla de nosotros. Los viajes por el mundo que hemos hecho en nuestros sueños, “mamá, esta noche quiero ir a Australia a hacer surf”, “nos vemos en Australia, cariño”. 

La bendita locura de acompañaros la infancia, que este año ha puesto a prueba mi creatividad más que nunca. La bendita locura de estar viva que, cuando el enemigo es la muerte, nos enchufa más que nunca a la vida. Que no se nos olvide. 2021, devuélvenos la normalidad. No la nueva, la de verdad. Si puede ser. Sea como sea, aquí te espero, con ganas de navegar tus días y surcar la vida. Si traes tormentas capitanearé la travesía aferrada a mi timón. Los días de calma seré la brisa fresca que despeina la rutina. Desde mi barco se te ve bonito. Será, tal vez, que ansiamos vientos de cambio. Hasta siempre, 2020. Bienvenido, 2021.

 

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