Si tienes más de un hijo esta pregunta no te sonará raro... Seguro que en algún momento te lo has planteado y acto seguido te has sentido fatal ¿verdad? Pues te voy a decir que…
Noto triste a mi hijo pero no quiere hablar… Uno de los grandes retos de la crianza y la educación es la comunicación. De hecho, existen libros dedicados expresamente a este tema: cómo conseguir que nuestros hijos y nuestras hijas nos escuchen cuando les hablamos y de qué manera conseguir que quieran hablar con nosotras/os de sus temas personales.
Vaya por delante que todas las personas podemos tener secretos o puede haber temas que no nos apetezca compartir con otras personas porque consideremos que forman parte de nuestra intimidad sin que esto suponga ningún problema. Pero en el caso de la crianza, aunque es positivo que puedan tener también su intimidad, es fundamental que sentemos una relación basada en la confianza ya que nuestro deber es protegerles y difícilmente podemos hacerlo si no tenemos conocimiento de qué asuntos les preocupan o les inquietan.
Cómo consigo que mi hijo hable conmigo
Ante todo: presencia. Difícilmente vamos a construir una relación de confianza con una persona que no pasa tiempo con nosotros/as y que no se interesa por nuestros asuntos. Esto puede parecer un absurdo porque las familias conviven juntas y, por lo tanto, pasan muchas horas al día en compañía mutua. Pero esto no es suficiente. Estar presentes es mucho más que compartir el mismo espacio.
Implica hacer cosas juntos, disfrutar de planes en familia, interesarnos por los temas que les interesan, hacerles partícipes de nuestras cosas (siempre teniendo en cuenta la edad y con sentido común)… Si cada vez que nuestro hijo viene a contarnos que su amigo Pepito se ha caído en el patio, por ejemplo, nos pilla mirando el móvil y le contestamos sin levantar la vista de la pantalla y sin mostrar ningún interés por lo que nos está contando, nuestro hijo va interiorizando que sus asuntos no son en absoluto de nuestro interés. Si cada vez que nuestra hija nos propone hacer algo juntas le decimos que tenemos muchas cosas importantes que hacer y que no tenemos tiempo, nuestra hija va grabando en su inconsciente que hacer cosas con ella no es importante para nosotras/os.
Lo sé. Los dramas de la infancia nos parecen nimiedades. Pero son sus dramas. Para ellos/as no existen las facturas ni las reuniones de trabajo ni la planificación de las vacaciones ni la limpieza de la casa. Sus problemas diarios son las peleas con los amigos en el cole, aceptar que no puede tener todos los juguetes que ha visto en los anuncios y que le encantan, esa piedra que ha recogido en el patio del colegio para regalártela y que se le ha perdido por el camino es lo más duro a lo que va a enfrentarse en el día de hoy. Para ti es solo una piedra, pero para él es su piedra. Y si va interiorizando poco a poco que las cosas que son importantes en su vida no nos interesan, difícilmente se va a animar a compartir con nosotros/as sus problemas cuando los tenga.
Además de la presencia, también es importante cómo nos comunicamos. Aprender a validar las emociones de nuestros hijos es quizá uno de los aprendizajes más valiosos que podemos incorporar a la ecuación de la crianza. Porque cuando nuestra hija viene a nosotras/os llorando porque se le ha roto una esquinita del dibujo que estaba preparando para su amiga, entre “no pasa nada, solo se ha roto un poco” y “siento mucho que estés tan triste porque se ha roto el dibujo” hay una línea que puede parecer insignificante, pero que puede marcar la diferencia a la hora de que nuestra hija quiera comunicarse con nosotros/as o no.
Pongámonos en su lugar, si cuando le cuentas a una persona de tu confianza, puede ser tu madre o un amigo, algún tema que te inquieta suele contestarte “ay hija, no es para tanto, yo qué sé, no le des tantas vueltas a las cosas”; probablemente no sintamos mucha predisposición a seguir contándole a esa persona las cosas que nos preocupan. Total, lo único que hace es minimizar nuestro problema, quitarle importancia a lo que sentimos y hacernos sentir que no tenemos razón para tener esa preocupación. Ni empatía, ni acompañamiento, ni ideas que aporten soluciones…
Tampoco es que debamos resolver todos los problemas de nuestros/as hijos/as ni que nadie deba resolver los nuestros. A veces, todo lo que necesitamos es que alguien nos diga “siento que lo estés pasando mal y estoy aquí contigo”.
¿Qué hago si mi hijo no quiere hablar conmigo?
En primer lugar, preguntarnos si hay algo que estemos haciendo mal y que esté fomentando esa falta de comunicación y, si es así, intentar revertir la situación. No se trata de fustigarnos por no haber sabido crear ese clima de confianza mutua hasta ahora sino de ponernos manos a la obra para empezar a construirlo.
Empecemos por olvidarnos de los sermones y los reproches. Nadie quiere contarle sus problemas a una persona que sabe que le va a sermonear si ha cometido algún error. En su lugar, podemos centrarnos en escuchar con atención y sin juicios; y centrarnos en la búsqueda de soluciones, tal y como nos propone la Disciplina Positiva.
Si creemos que la comunicación puede estar perjudicada porque llevemos tiempo sentando las bases de esta distancia emocional; puede ser conveniente que, además de comenzar a hacer estos cambios, tiremos de honestidad emocional y hablemos abiertamente con nuestros/as hijos/as. Podemos decirles abiertamente que sentimos si en otras ocasiones no hemos estado a la altura de lo que necesitaban de nuestra parte y que queremos cambiar esa dinámica para recuperar la relación de confianza entre ambas partes.
Otra buena idea puede ser interesarnos por las cosas que les gustan: la música, los videojuegos, las series, los juegos infantiles… Lo sé, sus centros de interés y los nuestros no suelen coincidir, pero si podemos hacer ese esfuerzo, compartir aficiones y diversión con otra persona crea puentes de conexión instantáneos que son complejos de conseguir de otras maneras.
¿Cuándo hay que buscar ayuda?
Si no conseguimos que nuestro hijo o nuestra hija nos cuente lo que le pasa y le notamos triste, si notamos que se están produciendo cambios en sus hábitos, si ha bajado el rendimiento en la escuela o notamos cambios en su comportamiento, si está con menos ánimo o menos apetito que de costumbre… un primer paso, puede ser ponernos en contacto con la escuela para saber si tienen constancia de que se esté produciendo allí alguna situación que pueda estar afectándole de esta manera.
Si no conseguimos averiguar cuál es el origen de esa tristeza y, además, esta situación perdura en el tiempo, puede ser conveniente buscar ayuda profesional o acudir a terapia (en la Tribu CSC puedes consultar online a nuestro equipo de profesionales durante todo un mes gratis.), ya que estas conductas sin explicación aparente y que permanecen en el tiempo pueden estar originadas por problemas serios que podrían escaparse a nuestro conocimiento y que sería imprescindible abordar para poder ayudar a nuestra hija o a nuestro hijo.
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