La cadera es una articulación esférica porque la parte superior del hueso del fémur tiene forma de esfera y encaja en una parte del hueso de la pelvis (zona también esférica pero cóncava). En el…
Dos de mis tres hijas han tenido displasia de cadera. Se trata de una anomalía que surge cuando el fémur no encaja correctamente en la cadera. Esto puede provocar problemas de desarrollo y estabilidad de la articulación en el pequeño.
Afortunadamente, en ambos casos la detección fue muy rápida, durante los primeros días vida, y se les ha corregido. Pero el miedo, la incertidumbre y la preocupación me acompañaron durante el primer año de sus vidas.
Seguramente ellas no recordarán haber llevado un arnés especializado que les inmovilizaba las caderas. Yo, sin embargo, no lo olvidaré; y aunque con el tiempo se convertirá en la anécdota de la familia, ahora me sigue doliendo recordar cómo dormían con las piernas elevadas. No obstante, lo más positivo es (además de que las dos lo han superado, obviamente), saber que nuestros profesionales de la salud pública son excepcionales.
La noticia: un jarro de agua fría
Mi primera hija nació de parto natural y sin ningún problema de salud. Así que cuando nació la segunda, no me planteé que pudiera ser distinto. Sin embargo, en una de las primeras visitas del Niño Sano mi pediatra detectó algo anormal cuando le exploraba las piernas (maniobra Ortolani y Barlow, para evaluar si la cadera está luxada o es luxable). Así que optó por solicitar una cita con rehabilitación. Allí fue todo muy rápido. El mismo día la exploraron y le hicieron una ecografía que confirmó lo que mi pediatra sospechaba: tenía displasia de cadera.
En ese momento el mundo se me vino abajo. Ninguna madre quiere que a sus hijos le pase nada. Para mí fue un jarro de agua fría. No tenía ni idea de qué era eso y al principio me costó trabajo asimilar que mi niña, tan sana, tan feliz, tuviera un problema de cadera. Y cuando la doctora rehabilitadora nos informó de que había que ponerle un arnés durante unos meses… No pude evitar llorar.
Luego, al contárselo a mi entorno enseguida me llegaron los comentarios: «Ah, eso lo tuvo una sobrina mía»; «la hija de mi vecina tuvo que llevar varios meses un pañal doble»… y cosas así. No sé si me tranquilizaron o no, pero me sentía muy perdida. ¿Por qué a mi hija?
Lo cierto es que hay factores de riesgo para el desarrollo de una displasia de cadera: la postura dentro del vientre de la madre; el primer hijo, debido a la posición en un útero más tenso porque no se ha distendido antes; las niñas tienen más probabilidades de sufrirla; y la historia familiar, porque se puede heredar una constitución de pelvis que favorece el desarrollo de la displasia.
El arnés de Tübingen para corregir la displasia de cadera
Una vez que se detecta la displasia de cadera, el tratamiento buscará tratar la luxación y conseguir que la cadera encaje con el fémur, y buscará que el bebé no tenga complicaciones y secuelas. De hecho, por eso es tan importante la detección precoz. Algunos bebés solo presentan cierta inestabilidad durante las primeras semanas, que puede desaparecer de forma espontánea.
El especialista, no obstante, decidirá qué pasos seguir. En nuestro caso, se optó por ponerle un arnés de abducción. El habitual en aquellos momentos era el de Pavlik. Sin embargo, en mi hospital estaban probando con otro modelo menos extendido, el arnés de Tübingen. Y este fue el que le prescribieron.
El arnés mantiene las piernas abiertas durante todo el tiempo. Durante unos meses lo tiene que llevar día y noche. Solo se retira para bañar al bebé. Al principio puede resultar incómodo, pero mi hija (y luego, la otra) se acostumbró rápidamente. Eso sí, cada vez que tocaba baño la pobre estiraba las piernecitas sin parar con cara (eso me parecía a mí) de alivio.
También era complicado vestirla y cambiarle el pañal. No obstante, creo que lo pasábamos peor los adultos. Es inevitable sentir pena, pero ella era una bebé feliz, muy risueña y tampoco fue nunca un impedimento para la lactancia ni con la mochila de porteo.
Una vez que se coloca el arnés, las visitas al área de rehabilitación son constantes. Es importante comprobar que está bien colocado, que la cadera está en la posición correcta y que no produce complicaciones como rozaduras o contracturas. Al principio las revisiones eran cada 15 días, luego se fueron espaciando.
Al principio el arnés lo tenía que llevar todo el día, pero después de unos meses se lo retirábamos 4 horas al día, luego 8, y después sólo se lo ponía por las noches. Finalmente se lo quitaron pasados unos pocos meses. No llegaba al año. El día que en la consulta me dijeron que no tenía que llevarlo sonó en mi cabeza el Aleluya.
Después, aunque ya no precisaba el arnés, continuaron las visitas al médico. Le hicieron un seguimiento exhaustivo, con varias pruebas más y una radiografía final para comprobar que, efectivamente, la cadera se había acoplado perfectamente. Le dieron el alta con 18 meses aproximadamente, una vez la doctora vio cómo caminaba con normalidad.
Tercer bebé: la historia se repite
Cuando nació mi tercera hija, yo había olvidado todo lo pasado con mi segunda niña. Sin embargo, un día después de nacer, en el control con la pediatra que se hace en el mismo hospital, mi marido le comentó a la doctora que nuestra segunda hija había tenido este problema. Ella no dudó y solicitó una cita con rehabilitación.
Tener antecedentes familiares de displasia de cadera y ser niña son factores de riesgo de displasia de cadera y hay que estar más pendientes de la evolución. No le había notado nada mal al bebé, pero como su hermana había tenido displasia, mejor no jugársela. El segundo jarro de agua fría fue peor.
Al igual que la vez anterior, le hicieron una ecografía en la primera visita. Recuerdo que el doctor estaba con varios residentes y fue explicando qué se hacía en estos casos y qué tenían que mirar. Cuando terminó, me dijo que efectivamente las caderas de mi bebé también presentaban displasia. Me volví a romper.
Habían pasado unos dos años y ya creía olvidado ese mal sueño. Pero en esta ocasión solo fue la noticia lo que me dolió. Decidí agarrarme a los positivo. Se lo habían detectado muy pronto, antes incluso que a la mediana, así que pensé que todo iría bien. Y si para mi otra hija hubo que esperar a que la ortopedia trajera el arnés, esta vez me lo dieron el mismo día porque ya estaba normalizado el uso del arnés de Tübingen.
Antes de los seis meses ya no llevaba arnés y, aunque seguimos acudiendo a rehabilitación, su buena evolución era una inyección de alegría. Como su hermana, tuvo que acudir a consulta hasta que anduvo. Cuando le dieron el alta, se fue sonriendo, como siempre, y despidiéndose de todos con su manita.
Eternamente agradecida a todos los profesionales sanitarios
Para empezar, mi agradecimiento a la pediatra Isabel López Alcaide, que atendió a mis hijas en el Centro de Salud del Alamillo en Sevilla. Gracias a ella se le detectó rápidamente la anomalía a mi segunda hija. Y en extensivo a los pediatras de atención primaria, porque mi caso demuestra lo importante que son las consulta del Niño Sano y la diligencia que demuestran estos profesionales públicos a la hora de realizar estas pruebas rutinarias.
También a la doctora que decidió mandar por protocolo a mi tercera hija al especialista (desgraciadamente, no recuerdo su nombre). Y, por supuesto, al área de Rehabilitación Infantil del Hospital Virgen Macarena de Sevilla y en especial al responsable de la unidad, el doctor Juan Andrés Conejero, por su profesionalidad y por la atención que recibieron mis hijas.
La detección precoz y el tratamiento fueron claves en el caso de mis pequeñas, porque hay menores que pueden verse abocados a una intervención quirúrgica si la displasia no se corrige con el tratamiento. Mis hijas hoy corren y mueven sus caderas al ritmo de la música con normalidad y alegría, como debe ser. Cuando sean mayores, si deciden tener hijos, tendrán que advertir a los profesionales de sus antecedentes. Pero de momento ninguna se acuerda de que durante unos meses fueron las ranitas más especiales de nuestra casa.
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