Las comparaciones son odiosas

Y perjudican seriamente la autoestima

Este post se publicó originalmente el 31/08/2018 y ha sido actualizado en fecha 20/08/2024

Es algo muy natural que hablemos de nuestros hijos con otras personas, incluso en su presencia (ya hablamos sobre eso en otro post). Nos pasaríamos la vida observándolos y, a menudo, necesitamos sentirnos seguros de que su desarrollo y su evolución están dentro de la normalidad. Pero a menudo caemos en la equivocación de hacer comparaciones.

Aun siendo conscientes de que cada niño tiene su propio ritmo, nuestra necesidad de saber que todo va bien nos lleva, en ocasiones, a llevar un registro detallado de cada uno de sus avances evolutivos.

Hacer una descripción de su ritmo sin entrar en valoraciones, mientras nos escuchan, no debería suponer un gran inconveniente. Pero sí puede serlo si a nuestra afirmación le acompaña un juicio: no es lo mismo «Juan empezó a andar a los 16 meses» que «Juan empezó a andar muy tarde».

Y es que debemos cuidar mucho el tema de colocar etiquetas a los niños porque siempre tienen repercusión sobre su autoconcepto, sobre la imagen que construyen de sí mismos.

Comparaciones entre niños

El problema se agrava cuando no solo entramos en valoraciones personales sobre su desarrollo o sus conductas sino que utilizamos las comparaciones con otros niños, ya sean hermanos o no, para tratar de mostrarle lo que esperamos de ellos:

María es mucho más responsable, Pedro me tiene desesperada. 

Es que no tienen nada que ver uno con el otro, Rodrigo no para quieto, ojalá fuese más tranquilo, como Lucas.

Mira tu hermana lo bien que se porta que no llora, ¿ves? Tú te has portado muy mal.

¿Por qué no haces los deberes sin protestar, como tu hermana? Mira qué bien lo hace.

 

Álbum ilustrado para hermanos

 

Papá, mamá, miradme. Soy único. No soy mi hermano ni el hijo del vecino. Soy única. No puedo transitar otro camino que el mío propio. Cuando me pides que me comporte como cualquier otro niño, lo único que aprendo es que yo no valgo. No soy buena. No soy suficiente para ti. Que debo renunciar a ser quien soy y enterrar mi esencia para encajar en el molde establecido, en lo que se espera de mí. Y lo haré. Renunciaré a tener ideas propias, a soñar, a lo que haga falta con tal de conseguir vuestra aprobación porque sois los pilares que necesito para vivir.

Educar no es una tarea fácil. Respetar la esencia de nuestros hijos no puede pasar por aplaudir todo lo que hagan y no establecer límites. Pero compararlos con otros niños no solo no nos ayuda sino que interfiere de manera muy negativa ya que perjudica el desarrollo de su autoestima y los aleja emocionalmente de nosotros; por no hablar de que cuando comparamos a los hermanos, además, construimos un muro entre ellos al colocarlos en la necesidad de competir por nuestra aprobación.

Las carreras de los adultos

Es muy habitual, cuando tienes un bebé, comenzar a oír por todas partes los tiempos evolutivos de cada niño como si de una competición se tratara: «Mi hijo con 10 meses ya andaba solo», «Pues la mía con un año ya hablaba por los codos».

En muchas ocasiones lo hacemos con naturalidad, sin más intención que la de compartir nuestras experiencias como padres. En otras, percibimos que se establece una especie de absurda competición para ver quién tiene el hijo con un ritmo de desarrollo más rápido, si puede ser incluso precoz, mejor.

 

 

En condiciones normales, cuando no existen trastornos en el desarrollo, la horquilla de tiempo en la que un bebé puede adquirir las diferentes destrezas (gatear, caminar, señalar, hablar…) es muy amplia. A menos que sospechemos de un retraso importante, en cuyo caso deberíamos consultar a un especialista, lo único que debemos hacer es acompañar y respetar sus ritmos y sus procesos.

Estimular a un bebé para que camine o hable se me antoja comparable a estimular a una nube para que llueva. Lo hará. Cuando sea su momento, ni antes ni después. Y si sobre-estimulamos para intentar acelerar el proceso podemos crear problemas derivados de la falta de maduración, lo cual no es respetuoso con su naturaleza de bebés.

Ante las preguntas del tipo «¿Todavía no… anda/habla/gatea?», siempre podemos contestar «No, lo hará cuando esté preparado para hacerlo». Nunca he conseguido averiguar observando a un adulto caminar o hablar, si comenzó a hacerlo antes del año o después del año y medio, así que podríamos asegurar que antes no es mejor.

Educación respetuosa: Dame opciones y ejemplos, sin compararme

Si de verdad me estoy «portando mal», si necesitas corregir mi conducta, enséñame con tu ejemplo, dime qué opciones tengo, qué cosas sí puedo hacer, valora incluso si cabe la posibilidad de que con mi comportamiento te esté queriendo decir algo; pero hacerme saber lo bien que lo hacen los demás y lo mal que lo hago yo solo hace que me sienta pequeño, incomprendido e incapaz.

 

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Confía en mí, soy capaz de aprender todo lo que necesito para crecer plenamente y convivir en sociedad. Solo necesito tiempo, comprensión y respeto. Acompáñame para que podamos encontrar juntos mi camino.

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