¿Alguna vez has escuchado que prohibir es despertar el deseo? ¡Seguro que sí! Para el cerebro de los niños es difícil decodificar una negación, pero no solo les pasa a ellos; a los adultos nos…
Estamos viviendo en los últimos tiempos (o eso quiero pensar) una época de transición desde un estilo educativo autoritario hacia una educación respetuosa. Siendo realistas, queda mucho camino por andar; aún gran parte de la sociedad sigue aferrada al «porque yo lo digo» o «te tomarán por sopa».
Pero como siempre he tenido tendencia a ser soñadora quiero pensar que este interés que cada vez más familias muestran por formas de educar más respetuosas y más dignas, es solo el comienzo del camino, que estamos cambiando el mundo. Si quieres unirte al cambio, deseas más información o necesitas asesoramiento profesional, en la Tribu CSC puedes consultar online a nuestro equipo de expertos/as en salud materno-infantil y crianza respetuosa.
El adultocentrismo como eje social
Aún así, no negaré la evidencia. Vivimos en una sociedad adultocentrista en la que pareciera que las etapas de la vida se redujeran a 3:
- Infancia, adolescencia y juventud: entendidas como una mera preparación para la vida adulta.
- Adultez: la etapa de la vida verdaderamente importante, la única que cuenta.
- Ancianidad o vejez: entendida como una etapa final, en la que solo se es importante en la medida en que seas útil para los nuevos adultos.
Es curioso ver cómo, cuando las diferencias se producen por otro motivo, ya sea el género, la raza o cualquier otro, no dudamos en «penalizar» las conductas excluyentes y hablar de sexismo, racismo u otros «-ismos». Sin embargo, cuando se trata de discriminación por motivos de edad, esto no sucede; nadie oye hablar de adultismo.
Además, especialmente en el caso de la infancia, parece que con los niños y niñas todo vale. Un claro ejemplo de esto es cómo la violencia ejercida sobre la infancia es el único tipo de violencia que aún es, no solamente tolerada, sino también defendida, por una amplia parte de la sociedad.
No hace tantos años, esta sociedad en la que vivimos daba por válidas afirmaciones del tipo «mi marido me pega lo normal», que hoy en día serían impensables; no porque hayamos acabado con la lacra que supone la violencia ejercida sobre las mujeres (ojalá) sino porque, al menos, la sociedad ha dejado de normalizar este tipo de violencia llevada a esos extremos de agresiones físicas.
Sin embargo, en el caso del colectivo infantil, la desprotección social en este sentido sigue estando vigente. No es raro encontrar en cualquier foro opiniones que defienden el «cachete a tiempo» como medida educativa válida.
Bajo la excusa de la responsabilidad parental de educar, se sigue justificando el uso del castigo físico ejercido sobre los hijos. Es más, a pesar de que la legislación española suprimió el derecho de corrección de los padres en el año 2007, sigue habiendo jueces (y alguno muy mediático) que se amparan en él para defender públicamente el «cachete» a tiempo.
Los niños: ciudadanos de segunda
Vivimos en un mundo en el que los niños y las niñas no cuentan en tiempo presente. Son importantes solo por el hecho de que serán la generación adulta del futuro.
Cuántas veces habré oído eso de que nuestra labor como docentes es muy importante porque por nuestras manos pasan las generaciones que marcarán el futuro: las futuras presidentas, los futuros médicos, las futuras abogadas, los futuros periodistas… Seguro que no tantas como cada niño y cada niña escucha la pregunta: «Y tú, ¿qué quieres ser de mayor?».
Más allá de lo poco probable que es que con 7 años sepan a qué se dedicarán profesionalmente en el futuro, ¿por qué ponemos siempre el foco en la etapa adulta? ¿Es que no es importante lo que son ahora? Niñas y niños. Patinadores, pintoras, deportistas, poetas, músicos, matemáticas… ¿no pueden ser todas estas cosas ya? ¿No lo son, de hecho, aunque no le demos importancia?
Son muchas las señales que podemos ver para llegar a la conclusión de que niños y niñas se consideran ciudadanos de segunda categoría.
Otro claro ejemplo es la proliferación de locales y eventos donde los niños no son bienvenidos. Desde las bodas sin niños hasta los hoteles solo para adultos, rematando con la última novedad: los restaurantes con entrada prohibida a menores.
Cuando aparece la niñofobia
Así es como lo llaman: niñofobia. Más allá de que cada quien puede hacer con su negocio y sus celebraciones lo que quiera, ¿sería aceptable socialmente una boda sin mayores de 60, por ejemplo? ¿Nos llevaríamos las manos a la cabeza si vetaran la entrada a las personas homosexuales en un bar?
Probablemente se solucionaría con una denuncia, ya que la constitución española recoge que no puede prevalecer «discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social»; de la edad, específicamente, no dice nada, y a la vista de esta tendencia «sin niños», no se debe considerar condición ni circunstancia personal tampoco.
Bajo la premisa de que los niños son el futuro, restamos importancia a que también son presente y, con ello, no solo nos desvinculamos del aquí y el ahora, no solo nos perdemos la maravilla y la frescura de la infancia; sino que creamos muros que nos separan de ellos y dejamos cicatrices que les acompañarán en ese futuro que tanto parece importarnos.
«Esto se ha hecho toda la vida y no hemos salido tan mal»
No faltarán quienes digan (estoy segura) que los niños de hoy se traumatizan con nada, que «a mí me pegaban y no me pasó nada ni tengo ningún problema». Y sería verdad si haber normalizado la violencia hacia los niños no fuera un problema; si no fuéramos una sociedad sumisa e incapaz de defender sus derechos, que es lo que somos.
No hace falta más que escuchar el telediario para llegar a la conclusión de que no estamos tan bien como presumimos.
¿Concilia… qué?
Tampoco en las medidas de (no)conciliación familiar que se proponen desde el ámbito político se escuchan las necesidades de los más pequeños. Se aboga por una incorporación cada vez más precoz al sistema educativo para facilitar la incorporación de los progenitores al mercado laboral, sin tener en cuenta que a quien necesita tener cerca un bebé es precisamente a esos progenitores.
Se apuesta por igualar los permisos de maternidad y paternidad en aras de la igualdad, sacrificando la necesidad de madre con m que tiene un bebé humano durante sus primeros meses de vida.
Tener hijos es importante, parecen pensar, porque necesitamos trabajadores que sostengan nuestras pensiones en el futuro; cuidarlos ya es otra cosa, un inconveniente que se resuelve tirando de los abuelos o de la escolarización precoz. A este paso llegará el día en que rellenemos la matrícula para la escuela infantil antes de salir del hospital.
Los cuidados, en general, no están valorados socialmente. Cuidar, salvo que se haga de forma profesional, no genera beneficios económicos y, por lo tanto, no interesa a este sistema social; y, sin embargo, es imprescindible.
Trabajamos y ganamos dinero con el que pagamos a otras personas para que cuiden a nuestros hijos o a las personas enfermas o a nuestros mayores. Si tuviéramos una visión menos adultista y menos centrada en la producción tal vez caeríamos en la cuenta de que todos hemos necesitado cuidados y los vamos a necesitar.
Si tan importante es preparar a los niños de hoy para que sostengan el mundo de mañana, ¿acaso hay mejor inversión para el futuro que dedicar nuestro tiempo y atención a cuidarlos ahora que nos necesitan? ¿Podemos regalarles algo más importante que nuestro tiempo y nuestro amor?
Nos llevamos las manos a la cabeza cuando oímos en las noticias que hay niños que son utilizados como soldados en conflictos bélicos. Limpiamos nuestra conciencia haciendo un donativo en alguna campaña de alguna ONG o algún tele-maratón el 28 de diciembre. Y nos olvidamos de que podemos hacer mucho también por las niñas que tenemos cerca, por los niños con los que convivimos.
Revisar los patrones que aprendimos en nuestra propia infancia y dar un paso al frente en favor de otro tipo de crianza y de educación, más dignas y más respetuosas.
Definitivamente, hace falta cambiar el mundo. Que seamos las familias quienes empecemos por tratar a nuestros hijos con dignidad y respeto es solo un primer paso, quizá el más importante; pero todos los caminos empiezan con un solo paso.
Totalmente de acuerdo! Tenemos el deber de ser punto de inflexión, para que ell@s sean mirad@s en su presente, y así puedan mirar a sus hij@s de la misma manera y se produzca un cambio imprescindible en esta sociedad.
Me encanta! Tenemos que difundir mucho este mensage! Muchas gràcias, silvia, por escribir-lo tan bien…