Es muy habitual darnos cuenta de que la ropa se les queda pequeña en las épocas en que cambiamos del corto al largo y del largo al corto. Son prendas que llevan meses sin usarse,…
Aunque no estés familiarizado con la pedagogía Montessori, quizá sí hayas escuchando alguna vez esta frase de Robert Louis Stevenson, en boca de su personaje Dr.Henry Jeckyll, que se atribuye a su libro “El extraño caso de Dr. Jeckyll y el señor Hyde”. ¿Te has parado a pensar la importancia que tiene el amor incondicional a la hora de acompañar la infancia de nuestros niños?
La importancia del amor incondicional
Cuando nuestro hijo actúa como un ángel es fácil que fluya el amor. Esto ocurre especialmente cuando son bebés, sobre todo cuando nos regalan esas maravillosas sonrisas que hacen que la oxitocina fluya por todo nuestro cuerpo.
Sin embargo, la cosa cambia cuando se hacen un poco más mayores. Llegan a los “terribles dos”, comienza “la etapa del no”, aparece el “mal comportamiento”, sentimos que nos desafían, que nos retan, aparecen las discusiones o las mal llamadas «rabietas» (explosiones emocionales) que nos “sacan de nuestras casillas”.
En esos momentos se activan las neuronas espejo, que son capaces de reconocer el estado emocional de otra persona y tienden a copiarlo. Es entonces cuando nos invade el enfado, la ira y un torrente de emociones.
El amor incondicional
Como su propio nombre indica, el amor incondicional es un amor sin condiciones. Aquel en el que no importa si nuestro hijo abandonó el parque sin protestar, si salió de la bañera de buen agrado, si se comió todo lo que había de cena, si se lavó los dientes cuando se lo pedimos, si tardó poco en dormirse…
Es el que se demuestra sobre todo en los momentos malos, en los que son más difíciles, en aquellos en los que nos sentimos retados, en los que nos invade una sensación de enfado justificado por su mal comportamiento. Aquellos en los que el cuerpo nos pide un “tiempo fuera” (mejor si nos lo aplicamos a nosotros saliendo a respirar…).
El amor incondicional es imprescindible para un desarrollo emocional sano, es la base para el desarrollo de un buen vínculo afectivo que construya un apego seguro, para poder tener una vida plena y significativa en la edad adulta.
Un niño querido aprenderá qué es el amor. Un niño descuidado emocionalmente no podrá hacerlo, (esto ocurre cuando se fomentan otros tipos de apego como el evitativo, ansioso, ambivalente…). Sentirá que el mundo es hostil, y creará una coraza emocional para defenderse continuamente.
Una persona, al descubrir que es amada por ser como es, no por lo que pretende ser, sentirá que merece respeto y amor. Carl Rogers
Todos necesitamos sentir que somos amados y queridos tal como somos. Si no es así, desde niños sentimos la necesidad de adaptarnos a una expectativa externa de cómo deberíamos ser. No des por hecho que tus hijos saben que les quieres. Exprésalo con palabras cada día (incluidos los malos). No lo obvies, ellos necesitan escucharlo. Los adultos también lo necesitamos.
Nuestro trabajo como adultos
Quizá al leer esto estés pensando que la teoría está muy bien, pero que la crianza es agotadora y, en muchas ocasiones, la realidad nos desvela que no podemos ofrecer esa entrega cuando de niños hemos sufrido nuestras propias carencias.
Nuestros hijos siempre están disponibles para nosotros, pero nosotros no siempre estamos disponibles para ellos. ¡Y deberíamos estarlo incondicionalmente! Una vez tomamos consciencia de esto, podemos afrontarlo con una mirada positiva. Las investigaciones nos demuestran que siempre es posible crecer emocionalmente. Las experiencias que vivimos cuando nos convertimos en padres suponen una gran oportunidad que nos ofrece la vida para hacerlo.
El primer paso será empezar por aplicar ese amor incondicional con nosotros mismos. Para ello, debemos rebajar el nivel de autoexigencia y abandonar la culpa. Esto nos resulta enormemente difícil, especialmente a las madres, tan presionadas por la sociedad.
La última lección que todos nosotros tenemos que aprender es el amor incondicional, que incluye no solo a los demás sino también a nosotros mismos. – Elisabeth Kubler
Si queremos ir un poco más allá, quizá sería un buen momento para trabajar nuestra propia infancia, remover en el pasado, encontrar nuestras sombras, todo aquello que no fue nombrado… Puede que estén en nuestro inconsciente, (el cerebro selecciona lo que recuerda), pero se puede abrir una gran oportunidad para sanar.
No se trata de culpar a nuestros padres, en absoluto. Ellos lo hicieron lo mejor que pudieron con las herramientas que tenían, de eso estoy segura.
Desaprender para poder acompañarles
La resiliencia es una de las mejores capacidades que tenemos los seres humanos, que nos permite afrontar y sobreponernos a situaciones adversas.
Si nos vemos con ganas, quizá podamos recurrir a un terapeuta que nos acompañe en el proceso, o hacerlo de un modo más introspectivo. El libro de La biografía humana de Laura Gutman propone un enfoque muy interesante, con numerosos casos prácticos a modo de ejemplo.
Esto no es un trabajo que pueda hacerse de la noche a la mañana, ni mucho menos; pero es una experiencia realmente bonita que, aunque en ocasiones nos hace pasar momentos duros, nos llena de aprendizajes. Sobre todo en beneficio de las personas que más queremos: nuestros niños.
Ese encuentro con nuestro niño interior nos permitirá, poco a poco: curar nuestras heridas, sanar nuestro corazón y empatizar con nuestros hijos para evitar en la medida de lo posible caer en ese amor condicionado.
Recuerda la importancia de tus palabras y de tus expectativas (aquí puedes leer el artículo sobre el efecto Pigmalión), así como lo odioso de las comparaciones. Toma conciencia y obsérvate, este pequeño paso te encaminará a hacerlo un poquito mejor cada día.
Quiérete y perdónate, no somos perfectos ni debemos pretender serlo. Nuestros hijos tampoco
Tal y como dice Naomi Aldort: “La maternidad es un camino hacia la madurez y el crecimiento si nos atrevemos a aprender más y enseñar menos”.
Por eso, quiérele cuando menos lo merezca, porque será cuando más lo necesite. Quiérele cuando cometa errores, vívelos como grandes oportunidades de aprendizaje. Quiérele cuando se enfada sin motivo, entiende que es porque algo en su interior no está bien. Porque cuando él siente que nos falla, también se falla a sí mismo. Porque él necesita aprender a amar para poder amar de forma incondicional.
Respira…
¿Hoy has dicho en voz alta un “te quiero” a cada una de las personas más importantes de tu vida? ¿Has practicado un poquito de autocuidado? Olvida los “no pasa nada” y los “deja de llorar”, valida emociones y abraza fuerte en los momentos difíciles.
¡Te leemos en comentarios!
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