Circulan un montón de teorías alrededor de este tema y en realidad, habría que cogerlo con pinzas. Por eso hoy os hablo de varias razones por las que las sillas de coche no son reutilizables.…
Un día más como otro cualquiera, os montáis en el coche de camino al cole. Da igual lo temprano que te levantes, siempre llegáis tarde.
Si no es porque uno no encuentra los calcetines es porque al otro se le ha ocurrido ir al baño en el último momento. No hay forma de comenzar el día tranquilos. Gritos, lloros y enfados por doquier. Y encima, has perdido las malditas llaves. ¿Dónde las habrás dejado? Siempre igual. ¡Si es que no puedes seguir así!
Venga, por fin os montáis en el coche, el mayor se abrocha solo y con revisar es suficiente, bien. Pero el pequeño… ¡Estate quieto ya, hombre! ¡Quítate el abrigo! Bueno, hala, ¡pues haz lo que quieras! Arrancas y, al mismo tiempo que el sonido del motor, comienzan los llantos y gritos.
«¡Estoy harta! Siempre igual, jope. No soporto más estos lloros, ¡al final voy a tener un accidente de los nervios que me pones!». Todos los días lo piensas… Sabes que no es lo mejor pero… ¡Ya está bien, se acabó! Le das la vuelta y la silla de tu peque queda por primera vez a favor de la marcha. Ya sólo el cambio hace que se calle.
Bien. Arrancas de nuevo. Bufff, ¡qué silencio por favor, qué diferencia! Tu corazón comienza a bajar las pulsaciones, incluso piensas en poner música, tienes un rato para escuchar vuestras canciones porque tienes el cole a 15 minutos… Pero de nuevo gritos, el mayor le ha cogido al peque el juguete y se le ha caído al suelo. «¿Pero por qué le quitas el muñeco? ¡Deja en paz a tu hermano!».
Vuelves a tener el corazón a mil y la cabeza te va a estallar. Vaya forma de empezar el día, no lo soportas, la situación puede contigo y te pones a gritar tú también. El volcán, tu volcán ya en erupción. Y, de repente… Un claxon, ruidos y todo borroso. Silencio.
Sólo puedes escuchar tu respiración agitada, no puedes abrir los ojos, pero cuando lo intentas, ves todo como en otra dimensión. Intentas girarte para verles, no les oyes.
– ¡David! David! ¿Me oyes? David! Contéstame!
– Mamaaaaá.
Tu hijo mayor responde con un hilo de voz, se mueve, sí. «David, ¿Estás bien?». Al que no oyes es a Dani… «¡No, Dani no!». Y te parece verlo a lo lejos, intentas acercarte a él, sujetarle la cabeza y no puedes. Lo llamas y no responde. Estiras tus dedos… Cada vez más lejos…
Alguien te zarandea y te llama por tu nombre con una voz que crees reconocer… Una voz que cada vez se oye más alta… pero no es de adulto… Es una voz infantil… No respondes, no puedes responder, sólo quieres alcanzar a Dani…
– Mamá, ¡mamá, despierta!
Y abres los ojos. ¡Vaya, se os han pegado las sábanas! Tu primer impulso es saltar de la cama y ponerte a dar órdenes, pero en medio segundo cambias de parecer, te das la vuelta y ves a Dani plácidamente dormido de costado con una mano sujetando la manga de tu pijama. Alargas el brazo, coges del brazo a David y lo metes contigo en la cama.
– Mamá, ¿pero qué haces?
– Olerte cariño. Y escuchar vuestra respiración. Ven, dame un abrazo. ¿Te apetece que pongamos música?
Hoy la mañana ha sido exactamente igual que de costumbre. Calcetines perdidos, desayunos derramados y Dani gritando porque no quiere que le abroches el arnés.
Pero en tu cabeza suena el más atronador de los silencios, ese que no quieres que se repita. Así que con otra perspectiva y el foco puesto en lo que verdaderamente importa, así de la nada, tu saco de la paciencia se ha llenado para darte un impulso en las próximas mañanas.
Porque afortunadamente era un sueño. Un terrible y silencioso sueño.
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