Somos diversos

No sé si alguna vez os habéis dado cuenta de que algunas noticias aparecen en los medios de comunicación como por oleadas. Sucede algo y durante unas semanas nos van bombardeando con noticias similares. Como es el caso de las últimas tristes noticias acerca de peques con TEA.

Luego, pasado un tiempo, dejan de ser novedad y toca hablar de otra cosa. Como si ya no importaran.

Agresiones a niños con capacidades diferentes

Hace algunas semanas la serie de noticias de turno ha sido especialmente dolorosa para mí, y supongo que para la mayoría de nosotros, personas preocupadas por la infancia y por el cuidado de nuestros pequeños.

Agredir a un menor, de cualquier forma, es algo intolerable, pero si ese menor tiene diversidad funcional y se le insulta, pega, aparta, excluye o desatiende por esta condición, la situación cobra tal magnitud, me provoca tal rechazo, que no puedo expresarlo en palabras.

Pero sí, estas cosas pasan, y estas semanas hemos tenido que asistir a noticias tan terribles como insultos y agresiones, incluso en grupo, a pequeños con trastorno del espectro autista (TEA).

También hemos conocido cómo se ha archivado la causa de Valeria, otra menor con autismo a la que presuntamente acosaban sus docentes en el centro educativo al que asistía, y donde el juez del caso se ha referido a la condición de la menor en términos muy poco acertados.

Yo trabajo en Atención Temprana, y acompaño día a día a muchos menores y familias diversas, en toda la amplitud de la palabra. Veo como cada día ellas y sus pequeños hacen esfuerzos enormes para ajustarse, para adaptarse, para encajar en lo que los neurotípicos llamamos «normalidad». Por eso creo que me hacen tanto ruido noticias como estas, especialmente las que dejan en evidencia a nuestro sistema, el que más debería protegernos y protegerlos.

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Tras las amenazas a niños con TEA hay mucho más

Es indiscutible que para poder comunicarnos tenemos que tener unas habilidades y un lenguaje común, y en muchas ocasiones tenemos que enseñar las herramientas necesarias para su uso a estos peques; para poder convivir con otras personas tenemos que aprender determinadas normas y estrategias básicas, y nuevamente hay que enseñarlas; es necesario adquirir unas destrezas que permitan alcanzar la mayor autonomía posible en actividades básicas del día a día. Y los peques y sus familias están ahí, trabajando sin fatiga, a pico y pala, luchando como leones por alcanzar cada pequeña meta que les acerque a esa normalidad.

Pero esto no es solo un viaje de ida, o no debería serlo. Porque igual que pedimos a los peques con TEA que aprendan, que se adapten y se ajusten al sistema social en el que nos movemos, deberíamos poder ofrecerles las mismas oportunidades educativas, laborales y de ocio de las que disfrutamos las personas sin diversidad funcional.

Deberíamos poder garantizarles moverse con total libertad sin que les miren, se aparten o llamen la atención porque van saltando o gritando de alegría al disfrutar de una canción, de ver pasar los autobuses o caer el agua de una fuente; deberíamos poder ofrecer acceso adaptado al transporte público, una educación inclusiva con los recursos personales y logísticos necesarios, puestos de trabajo realmente adaptados, acceso a viviendas con personal de apoyo.

Porque no, no es suficiente una tarde sin música en la feria de turno, o unas horas a la semana sin megafonía en el supermercado para poder hacer la compra, tampoco son suficientes algunos pictogramas en determinados edificios públicos. Hace falta un cambio en la base, que empiece en la educación en valores y en la aceptación de la diversidad, en el seno de cada familia, respaldado por la administración.

Está en la mano de todos no conformarnos y pelear y denunciar todas y cada una de estas situaciones.