El reflujo gastroesofágico sucede cuando el contenido del estómago vuelve a subir por el esófago, desandando su camino natural. Pequeños episodios de reflujo son normales en cualquier persona, pero cuando se producen con frecuencia o…
Esa noche no le esperaba. Ni la anterior. Ni siquiera la que precedía a estas dos. De hecho, hacía mucho tiempo que ya no miraba a la ventana, tanto, que empezaba a preguntarse si todo aquello no fue un sueño; un bonito e intenso sueño que le sirvió para darse cuenta de que la vida avanza, progresa… pasa. Lo quieras o no, pasa. Y que Nunca Jamás era un lugar increíble, pero no su lugar.
Su vida estaba allí, en esa casa de Londres, con Michael, John y su perra Nana. Por eso regresaron.
Ella quería ser madre, pero no entonces, y no de los Niños Perdidos. Fue divertido, fue entrañable, pero era demasiada responsabilidad para una niña, y Peter no era capaz de comprender que no se puede ser niño eternamente.
Esa noche no le esperaba, pero Peter apareció. Vislumbró su silueta tras la cortina y sintió una punzada en el corazón. De sorpresa, de alegría, de enfado, de indignación… Demasiadas emociones querían aflorar de repente. La pequeña Wendy de su interior luchaba por correr hacia la ventana, abrirla de par en par y saltar a sus brazos «Llévame volando, Peter». La Wendy visible solo quería invitarle a pasar, sentarse un rato con él y charlar. De lo que pudo ser y no fue. De lo que ahora es. Del tiempo que ya pasó.
Tumbada en la cama, apartó la pierna de la pequeña Mia, que llevaba un rato sobre su estómago, y el brazo del ya no tan pequeño Peter, que la rodeaba, y se aseguró de que seguían dormidos antes de seguir con la maniobra de evasión. «Ya no es tan difícil», pensó, recordando todas aquellas veces que en un intento de zafarse de ellos para ir al lavabo, o para acabar de cenar, los acababa despertando sin querer, para acabar desistiendo, tumbándose de nuevo y ofreciendo su pecho otra vez, con la resignación de ver que, una noche más, dormiría con hambre, o dejando cosas por hacer.
Caminó hacia la ventana, la abrió y ahí estaba él, tal y como lo recordaba. Sonriente, con su actitud segura, valiente y hasta desafiante. Con los brazos «en jarra» anunciando su presencia.
—No has cambiado —dijo Wendy serena, observando su semblante minuciosamente—. Debes estar acostumbrado a conseguir lo que quieres, cuando quieres y como quieres, ¿no? —añadió al verlo impasible.
—¿Wendy? ¿Eres tú? —preguntó extrañado Peter.
—¿Quién si no?
—Te esperaba más… niña.
—¿Me esperabas más niña? —preguntó molesta—. La pregunta es, ¿me esperabas? Porque yo sí te esperé. Te esperé mucho tiempo. Te he esperado años. Cada noche. ¡Cada puñetera noche, Peter!
Sus ojos pedían a gritos una explicación. Pero los de Peter mostraban sorpresa e incomprensión. No esperaba esa reacción. No esperaba que Wendy hubiera cambiado tanto. No esperaba que Wendy hubiera cambiado.
En su imaginación, un buen día volvería y encontraría a la niña de aquellos días, con sus hermanos, y volarían de nuevo a Nunca Jamás para vivir nuevas aventuras.
Lo vio en sus ojos. Wendy vio al niño en su mirada, otra vez. Y se dio cuenta de que ella había cambiado, pero él no («¿Qué haces Wendy? Le estás pidiendo explicaciones a un niño que vuela»), y por primera vez, junto a él, e incluso junto a la imagen de él que había evocado en sus pensamientos, se sintió ridícula.
Durante meses, durante años, imaginó que Peter regresaba, que volvía, lleno de vida, de magia, de polvo de hada, y que juntos descubrirían el mundo, la vida, a ellos mismos. Y con él sería madre. Pero una de verdad. De sus hijos.
—Lo siento Peter, siento haberte gritado —le dijo para apaciguar su incomprensión—. No es culpa tuya. Yo solo pensaba que volverías, y que tú y yo, juntos…
—¡Pero he vuelto! ¡Podemos volver a Nunca Jamás, y podrás volver a explicar cuentos a los Niños Perdidos! —sugirió Peter de nuevo ilusionado.
—No, Peter. Yo ya soy madre. Ya tengo a quien explicar cuentos —le dijo girándose para mirar a sus dos hijos, tumbados en la cama en posturas de lo más surrealistas—. Cada noche lo hacemos.
—¿Son tus hijos? ¿Eres una… madre? —preguntó Peter dándose cuenta de que sí había pasado mucho tiempo—. Entonces, tendrás un… un…
—Un marido. Una pareja. Sí, Peter —contestó calmada Wendy.
Peter entró en la habitación para observar de cerca a los pequeños Peter y Mia. Wendy aprovechó para cerrar la ventana y coger un batín que la cubriera un poco. Se le hizo muy extraño ver a ese niño mágico, que en otro tiempo era más alto que ella, tan pequeño, tan sigiloso, tan… similar a sus hijos. Su Peter sería pronto tan alto como él.
Se sentó, y simplemente esperó contemplativa a que volviera a acercarse a ella. Le pareció tierno, hasta divertido, ver cómo Peter Pan analizaba a sus dos hijos, los miraba respirar y los estudiaba de la cabeza a los pies, como si no pudiera creerlo.
De pronto se puso serio. Empezó a comprender. Y Wendy se dio cuenta.
—Ven, Peter. Siéntate en el alféizar conmigo —le invitó con la intención de tener la conversación que tantas veces había imaginado, pero con las palabras que no esperaba tener que decir.
¿Cómo se habla con un niño de amor? ¿Cómo se habla de ello con un niño que nunca quiso crecer? ¿Cómo, con alguien que siempre habría querido ser un niño? Porque ese no era el Peter que esperaba. Por esa ventana, durante tantos años, debió entrar un Peter que hubiera crecido. Uno que, joder, ni siquiera entrara por la ventana. «Avísame, que bajo. Espérame en la calle que nos vamos». Un Peter que creciera con ella, que la acompañara a descubrirse a sí misma, a descubrirlo a él, a descubrirlo todo, y en ese todo, el amor. Y también, por qué no, el amor más puro, el de una madre hacia su hijo, hacia sus hijos, los de ambos.
—Yo no podía ser niña para siempre, Peter. Yo sí quería crecer. Yo sí quería que todo lo que vivía y aprendía, sirviera para algo —le confesó al niño, casi susurrando para no despertar a sus hijos.
—Pero todo lo que aprendemos sirve, Wendy. Se puede ser más feliz con lo que uno aprende, pero siendo niño, ¿no? —preguntó Peter.
—Ser niño es genial, pero a menudo no nos damos cuenta hasta que dejamos de serlo. Ya sé que en Nunca Jamás puedes ser niño siempre, y no tienes obligaciones, y puedes jugar a todas horas… —le empezó a contar Wendy, mientras Peter asentía completamente de acuerdo—. Pero los niños también necesitan a los mayores, para aprender, para saber más, para comprender cómo es el lugar en el que viven, cómo son las relaciones humanas, cómo solucionar conflictos, cómo amar y cómo ser amados. No todo es jugar, Peter.
El niño agachó la cabeza. Wendy era la niña que vino a buscar hace muchos años para que pudiera contar cuentos a los niños de Nunca Jamás. Pero no pudo quedarse, no quiso quedarse, porque era una niña. Ahora, ya madre, no quería ir porque ya tenía sus propios hijos, y había rechazado la posibilidad de ser siempre niña.
—Yo quise crecer porque quería ser adulta, mujer, madre. Quería que todo lo maravilloso de ser niño me sirviera para seguir descubriendo el mundo. Y quería ver también lo bonito de los niños desde una edad más madura.
—Y por eso tuviste hijos —dijo levantando la mirada Peter.
—Claro. Verlos crecer, ver cómo aprenden poco a poco, cómo empiezan a andar, cómo empiezan a hablar… Lloré el día que oí por primera vez la palabra «Mamá». De alegría. De amor. Lloré de amor.
—Lo mejor de ser niño, viéndolo desde los ojos de una madre —dijo pensativo Peter Pan, mirando a los hijos de Wendy.
—Exacto, Peter. Ver sus vidas con mis hijos, y a través de los suyos con sus alegrías y decepciones, sus besos de babas y sus enfados «para siempre», esos que duran apenas unos minutos —hizo una breve pausa para sonreír—. Y bueno… quererlos en cada uno de los segundos de sus vidas, y de la mía.
—Con un padre… que no soy yo —agachó de nuevo la cabeza.
Wendy creyó ver un atisbo de arrepentimiento… quizás de pena. O quizás simplemente estaba comprendiendo todo lo que ella había esperado de él, sin ser él consciente de todo ello.
—¿Lo amas? ¿Le quieres como pareja y padre? ¿Eres feliz? —preguntó Peter sincero, esperanzado.
—¿Por qué lo preguntas? —dijo Wendy sorprendida ante lo directo de su pregunta.
—Quiero saber que eres feliz —contestó, esperando que la respuesta fuera «sí» a todo.
Wendy agachó la cabeza un momento para pensar, y la alzó de nuevo para dirigirla a la ventana y mirar lo más lejos que pudiera, a esas estrellas que un día vio de cerca volando con él y sus hermanos. Suspiró antes de responder. Necesitaba coger aire para tratar de soltar la ansiedad que crecía en su fuero interno.
—Sí. Y no. Es complicado, Peter. La vida de los adultos puede ser increíble y maravillosa, pero a menudo compleja y difícil —contestó Wendy sin conseguir que Peter comprendiera.
—¿Difícil?
—He llorado mucho, Peter. Y no solo por ti. Cuando ya no te esperaba conocí a Andrew, y fuimos muy felices juntos. Aprendimos todo lo que una pareja joven tiene que aprender. Aprendimos a amar. Aprendimos a disfrutar de la vida. Pero…
—¿Quizás has crecido demasiado? —contestó Peter pensando que podría ayudarla a recuperar algo de la niña que fue, para inundar su vida de nuevo de sonrisas.
—Más de una vez lo he pensado. Pero no. Parte de esa niña sigue conmigo. Solo está esperando algo… quizás que lleguen mejores momentos. Quizás que Andy se dé cuenta…
—¿Que él ha crecido demasiado? —sugirió pensando que le estaba ayudando.
—No. Que ha crecido demasiado poco —dijo Wendy con hastío—. Que no se está dando cuenta de que sus hijos crecen por momentos. Que no los ha visto crecer porque estaba demasiado ocupado con sus cosas. Que se lo ha perdido todo —añadió visiblemente emocionada, a punto de derramar las primeras lágrimas—. He estado muy sola. Me he sentido muy sola. Y he llorado mucho porque no resultó ser el hombre que debía ser cuando su familia le necesitaba.
Se llevó las manos a la frente mientras se echaba hacia adelante, como tantas veces había hecho incluso con sus hijos, preguntándose qué sentido tenía todo ello, incluso ese momento. ¿Por qué contarle su vida a un niño? ¿A un niño que apenas estaba comprendiendo la mitad de lo que le explicaba? Era Peter, el gran Peter Pan. Pero no el que creció y evolucionó en su mente a medida que ella lo hacía. Solo era el niño que una noche vino a buscarla para enseñarle el mundo de los niños con otros ojos.
—¿Qué piensan ellos? —preguntó Peter mirando a los hijos de Wendy, preocupado por ellos igual que por ella.
—No sé qué piensan. Ya no lo sé. Solo sé que le han esperado mucho tiempo, muchas veces, y que él les ha decepcionado más veces de las que ellos podrían desear, y más veces de las que yo podría desear —contestó, momentos antes de emitir un gran suspiro y volver a sentarse erguida—. Es una buena persona. O eso creía. Pero no ha sabido estar a la altura. Y ser madre es muy duro.
Peter entornó los ojos tratando de comprenderla mejor, pensativo.
—No sé por qué te cuento todo esto, Peter. Supongo que porque fuiste una persona muy importante para mí. Supongo que porque necesitaba contarlo. Supongo que porque sé que dentro de un rato te irás para no volver jamás… Ser madre es muy duro porque nadie te prepara para la bofetada que te da la vida cuando todo da un vuelco tal, que te conviertes en la máxima responsable de un bebé que te necesita siempre, a todas horas, con urgencia. Porque cuando ya no tienes energía para él, cuando ya te has rendido, vuelve a llorar y te pide que des un poco más de ti. Y al final te rompes. Tu bebé consigue quebrarte. Ya no sabes quién eres, cuándo ni dónde vives. Y todo el mundo sabe cómo hacerlo, al parecer, porque todos te dan sus soluciones y resulta que eres una inútil incapaz de hacer feliz a un bebé, según ellos… entonces decides pedir un poco de ayuda y resulta que la persona que tienes a tu lado, que debería estar haciendo todo lo que le pides porque es el padre de ese bebé, sin pedírselo, no hace más que buscar excusas.
—¿Estás llorando? —preguntó Peter observando fijamente sus ojos.
—Claro que sí, Peter. Cómo no voy a llorar al contarte que la persona que debería haber estado a mi lado, codo con codo, el que tenía que ser el padre de mis hijos y actuar como tal, decidió ser como Peter Pan.
Peter se quedó mudo, observándola sin saber qué decir.
—No he crecido demasiado, no, Peter Pan. Es solo que me he hartado de esperar a que él lo haga.
Que bonito!! Me ha emocionado
Eres todo un poeta!!! Me has emocionado. quizá porque me identifico con Wendy y su Peter. Quizá porque mi pequeño da sentido a mi vida…
Puf, sin palabras,estoy súper emocionada ahora mismo
Me ha encantado Armando, que bonita historia y que final tan adecuado. Peter, Wendy y yo necesitábamos ver nuestra vida un poco en perspectiva 😉
Precioso…
uf chillo
Genial relato. Muy identificado. Mi mujer se harto cuando el crio tenia 3 meses de que yo no «creciera».
No dudo del amor de una madre y el vínculo que se crea en el embarazo, pero en mi caso ni siquiera me ha dado tiempo a enterarme, a pesar de que quiero a mi hijo y cada día mas y mas.
Leo mucho sobre apoyo a las madres, pero tampoco es fácil ser padre, y de eso se escribe poco.
Una vez mas, para quitarse el sombrero. Gracias por estos momentos de reflexion y aprendizaje.
Precioso, Armando! Gracias x tus escritos q tanto enamoran 💝
Uff muy muy identificada, y ante esto que hacemos? Es un apoyo ver que no es una historia particular y un consuelo ver que cada vez mas en la pareja los 2 son un equipo. Solo espero que mi pequeño crezca y no sea otro Peter mas, haré lo que esté en mi mano para ello y su padre a su manera también intenta…
Me ha encantado. Gracias, Armando.
Me ha emocionado mucho el texto, me siento completamente identificada con wendy , justo hoy era lo que necesitaba leer , muchas gracias
Me gustaria saber como acaba el cuento y que tiene que hacer wendy
Hola Ro, ahí acaba. Cansada de esperar. Queda a la imaginación de cada persona el cómo sigue 😉
Muy bonito Armando!
BRAVO
Q bonito! Y que real! No es ningún cuento… Una pena la gente que no evoluciona y se queda estancada en el como siempre..
Como siempre Armando, gracias por compartir tanta sabiduría! Es tan hermoso este escrito, tan real…
Muy emotivo, eres muy grande Armando, consigues llegar a mucha gente.
Menos mal que en mi caso, aunque mi marido a veces me de la impresión de que ha crecido más despacio que yo, como papá no tengo queja ninguna. Sabemos lo que es trabajar en equipo y codo con codo. Se deja la piel en su trabajo y con sus hijos.
Wow lo leí y me he emocionado al punto de sacudirme de emoción, el nudo en la garganta se hizo presente. Que escrito más claro, más bonito y más nutritivo! Te felicito!
Wow! Deberías ser escritor de novelas. Está hermoooso. Por favor sigue ese diálogo, o no sé, si tienes algún otro escrito avísame. Saludos.