¿Te suena la imagen de tu peque intentando meter los dedos en el enchufe, trepando por el sofá o llevándose todo a la boca, aunque tú le digas mil veces que “eso no se hace”?…
Una de las cosas que más me decían cuando estaba embarazada era: «Ya verás qué diferentes son los niños de las niñas». De alguna manera, ya me hacían pensar que al nacer mi segundo hijo iba a notar lo que le hacía diferente de su hermana… Por ser varón, por ser el segundo, por ser moreno, por lo que fuera… ¡Claro que iba a ser diferente! El problema es cuando esto se convierte en una forma de educar, de castigar, de reprochar, de comparar entre hermanos.
Seguro que alguna vez has escuchado eso de: «¿Has visto tu hermano que bien se porta?», «¿Has visto? Tu hermano se pone la chaqueta solito sin ayuda», y muchísimas frases por el estilo. Aunque te parezca algo insignificante, comparar (aunque sea con la mejor intención del mundo), no es bueno.
Es imposible que sean iguales, aunque sean hermanos
Es imposible comparar a dos seres humanos, aunque sean hermanos, aunque sean gemelos. No piensan ni sienten igual, por lo tanto jamás actuarán igual. Posiblemente no estén en el mismo momento de desarrollo, así que tampoco podemos presionarles en eso.
Además, cada niño tiene un rol dentro de la familia. Como el resto de individuos. Todos se desenvuelven de acuerdo al papel o lugar que desempeñan en la familia. Así, el hermano mayor tiene un comportamiento diferente al hermano pequeño a o al hermano mediano, debido a sus características personales y a lo que lo tipifica como hermano que ocupa ese lugar.
Cada hermano tiene su historia. Uno era hijo único, mientras que el otro llegó rodeado de hermanos y hermanas, uno es el hermano o hermana mayor, el otro es el menor de una gran tribu. ¿Y los padres? Nunca somos los mismos padres para un hijo que para el otro.
Cambia nuestra propia historia, nuestro momento de vida… Para el primero somos primerizos pero para el segundo, tercero o cuarto; no. Y es que ellos también tienen diferentes maneras de percibirnos, según su sentir. En resumen: ninguno de tus hijos vive la misma vida. ¿Por qué le vamos a pedir las mismas cosas?
Comparación, la gran enemiga de la autoestima
Cuando comparamos a un niño, estamos valorando su comportamiento en función de lo que otro hace. Es decir, inconscientemente estamos haciéndole entender que lo que hace no es lo que esperamos de él. Que lo que esperamos es que sea «otra persona». A causa de esto el niño se construye a sí mismo en relación a un tercero.
Esto genera una crisis de autoestima tremenda porque hace que esa persona (niño) no pueda ser consciente de su valor personal. Da igual si las comparaciones son en negativo o en positivo, siempre generan una crisis de autoestima, una presión innecesaria.
Cuando comparamos en negativo, el niño tiene dos opciones: abandonar y creer que siempre lo hace todo mal, o querer superarse tanto que el estrés se apodere de sus días. Cuando lo comparamos en positivo, estamos generando el estrés de querer ser siempre el primero para que nadie le supere. En el momento que algo salga mal, el nivel de frustración y angustia va a ser estratosférico.
Comparar es etiquetar
La comparación de los hermanos consiste, en definitiva, en asignarles una etiqueta. Un papel que creerán que deben desempeñar toda su vida. ¿Y qué pasa si quieren abandonarlo en algún momento? ¿Dónde queda la libertad de no responder a lo que se espera de él?
Estoy segura de que si como adultos echáis la vista atrás, podéis encontrar todas vuestras etiquetas. Quizá es un buen momento para revisarlas. Siempre digo que los niños nos muestran muchas cosas ¡y esta es una de ellas!
¿Verdad que cuando piensas en ellas no te gustan? Pues es un buen momento para que revises qué ideas estás transmitiendo a tus hijos. Las tenemos tan instauradas que no nos damos cuenta… y les comparamos. Con todo el cariño del mundo, pero les comparamos.
¿Y cómo dejamos de hacerlo?
Evidentemente, los padres que comparan a sus hijos no lo hacen con malas intenciones. La comparación entre hermanos se suele utilizar para motivar a los niños, estimularles, proporcionarles una especie de criterio que les haga ver que pueden hacer lo mismo que otros.
Pero, ¿por qué? ¿Por qué queremos que haga lo mismo que el otro? ¿Por qué no esperamos a ver su resultado, que igual es muy diferente, pero infinitamente mejor para él? Es momento de poner atención y dejar de compararles. Podemos empezar por:
- Pensar por un momento qué pasaría si tu hijo te compara con la madre de su amigo. ¿Te parecería agradable? No, ¿verdad? ¿Qué nos hace pensar que las cosas que a los adultos nos molestan, a ellos no?
- Comparar no es útil porque genera emociones contrarias: frustración, angustia, celos, conflictos, etc.
- Obsérvalos. En lugar de ver lo que no hacen, observa lo que sí hacen. Te ayudará a conocerlos mejor y esto nos hará desarrollar un método para estimularles individualmente. Es difícil, precisa tiempo y trabajo, pero el resultado es francamente maravilloso. Eso, en definitiva, es la crianza.
Así que obsérvalos por separado. No se puede ser bueno en todo, cada uno tiene su potencial y ese es el que deben desarrollar.
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