No tengo muy claro por dónde empezar porque creo que te tengo que decir muchas cosas y las tengo por la cabeza dando vueltas, un poco como soy yo mismo, cuando me dices que no…
El 26 de julio es el Día de los Abuelos y este año, más que nunca, se merecen nuestro más sentido homenaje. Aunque los hay más jóvenes, la mayoría de abuelos y abuelas rondan la edad para ser considerados población de riesgo durante esta pandemia por coronavirus y, lejos de ser los más protegidos, en muchas ocasiones, han seguido al frente del cuidado de sus nietos, que no tenían clases, mientras los padres de las criaturas seguían trabajando, en ocasiones, en profesiones de primera necesidad durante el confinamiento.
La especial relación con los abuelos
La relación entre abuelas/os y nietas/os es muy especial. Existirán excepciones y todo tipo de casos, ya que cada familia es un universo, pero por lo general la mayoría de las personas tenemos una imagen de nuestros abuelos en la que el cariño y la ternura suelen ser las emociones dominantes en la relación.
Siempre hemos escuchado que los abuelos consienten o malcrían a los nietos, en referencia a que les conceden más caprichos y son más flexibles con los límites, llegando a ser mucho más permisivos de lo que fueron con sus propios hijos. En más de una ocasión, nos sorprende ver que nuestros padres se relacionan con nuestros hijos de una manera totalmente distinta a como lo hicieron con nosotros. Y no es de extrañar.
Los nietos ofrecen a los abuelos la oportunidad de revivir la propia maternidad/paternidad pero centrándose solo en la parte más amable: los juegos, los mimos, los cuidados… y, en este caso, desprovista del peso de la responsabilidad de educar, que recae sobre los padres y/o madres de las criaturas.
Y a esto le añadimos que, cuando uno/a se convierte en abuelo/a, el tiempo le ha dejado claro ya que es un velocista, y la experiencia les recomienda disfrutar de la belleza de la infancia antes de que esta se evapore. Si tenemos en cuenta todo esto, no es de extrañar que abuelas/os y nietos/as adoren pasar tiempo juntos. Esta es la relación natural entre ellos; y está bien que así sea. Porque si los abuelos consienten, esa es la excepción. La regla, el día a día, es la que viven en su casa con sus progenitores.
Cuando son ellos los que crían
El “problema” viene cuando los abuelos son los que crían porque los padres tienen que trabajar y lo de la conciliación familiar y laboral en esta sociedad es un chiste de muy mal gusto. Y, una vez más, ahí están los abuelos, reinventándose y buscando el equilibrio para complacer las peticiones de su hijos sin dejar de mimar a sus nietos.
Esas abuelas que tenían un máster en hacer papillas de frutas con galletas María, y a las que ahora hablamos de BLW y les pedimos que dejen que el niño coma solo, mientras ellas intentan reprimir el síncope que amenaza con darles, entre el miedo de que el niño se atragante y el disgusto de ver cómo está poniendo el suelo de comida.
Los abuelos, que estaban deseando darle la manita a su nieta para enseñarle a andar, y a los que ahora les decimos no sé qué del movimiento libre, y nos miran con cara de estupor cuando ven que la niña se pasa el día en el suelo en vez de en un tacatá de “los de toda la vida”.
Y, aún así, ahí están siempre. Unos/as intentando aprender estas “modas nuevas” para hacer las cosas como han decidido los padres de las criaturas. Y otras/os, intentando hacer trampas y darles a escondidas la manita para andar o una chuche de estraperlo “sin que se entere tu madre, que si no me riñe”.
A veces, se nos remueven las emociones, porque las relaciones familiares son así de complejas. Hay abuelas que se sienten mal porque sus hijos están criando de una manera distinta a como lo hicieron ellas, y eso las hace sentir juzgadas, de alguna manera. Hay hijas que sienten que sus padres no están respetando sus decisiones adultas como madre, cuando cuestionan sus métodos y defienden los que ellos conocen. Y, sin embargo, ahí seguimos unos y otras, porque la vida nos mantiene en este baile de crecimiento continuo en el que danzamos juntos.
Gracias abuelos/as
Quien más y quien menos, ha necesitado en ocasiones (o a diario) la ayuda de los abuelos para poder criar a los hijos. Y es de justicia darles las gracias por esa ayuda imprescindible sin la cual, en muchos casos, sería inviable la crianza.
Y, a pesar de lo importante que es la ayuda logística que nos prestan cuando los recogen del cole o los cuidan hasta que volvemos de trabajar; a pesar de lo bien que nos sienta a todos cuando, de vez en cuando, se hacen cargo de los nietos para que podamos salir a tomar algo en pareja o con amigos, y recargar las pilas; hay algo mucho más importante aún que podemos y debemos agradecerles, y es el impacto profundo y maravilloso que tienen en sus vidas.
Gracias abuelos, por las chispas que se encienden en los ojos de vuestros nietos cuando os ven llegar de visita. Gracias por olvidaros de la artrosis y sentaros en la alfombra para jugar con ellos. Gracias por preparar sus platos favoritos cuando van a comer a vuestra casa. Gracias por leerles cuentos y contarles historias que pervivirán con ellos por siempre. Gracias por volver a jugar a juegos de mesa y a ver películas de dibujos animados, como si no hubiera pasado el tiempo. Gracias por no perderos las fiestas del colegio.
Gracias por alimentar sus corazones incluso en la distancia. Gracias por enseñarles juegos de cuando erais niños. Gracias por construir castillos de arena con ellos en la playa, y montañas de recuerdos tiernos en su memoria. Gracias por la ilusión que vuelve a brillar en vuestros ojos cada mañana de Reyes. Gracias por presumir de ellos y enseñarles sus fotos a vuestros amigos.
Gracias por compartir vuestra experiencia con sus ganas de de aprender. Gracias por ser la mano amable que despeina tristezas y los besos que curan heridas. Gracias por recordarnos que crecen muy deprisa y por el brillo de nostalgia que se intuye en vuestros ojos al mirarnos y recordar que, parece que fue ayer, era a nosotros a quienes nos enseñabais a dar nuestros primeros pasos en la vida.
Gracias, abuelos, por haber estado siempre ahí, desde el principio. Y por la certeza absoluta de que mientras os quede un ápice de aliento, seguiréis acompañándonos la vida. Gracias.
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