Muchas veces vivimos situaciones con nuestros peques que nos “sacan de nuestras casillas”, nos alteramos porque nos desbordan sus reacciones o explosiones emocionales y quisiéramos que se comportasen de otro modo, pero en realidad lo…
Voy a reconocer antes de empezar que no me gusta demasiado la expresión “sanar nuestro niño interior” porque a veces me suena a cuestiones más mágicas que reales. Pero como es una expresión muy extendida, vamos a intentar darle un significado que nos pueda ser útil para mejorar.
¿Por qué sanar al niño interior?
Los padres y las madres somos adultos, funcionales y conscientes, o deberíamos serlo. Pero fuimos niños y niñas, cada uno con sus características y sus circunstancias. Y, en ocasiones, durante la infancia las circunstancias no acompañan o se interpretan con ojos de niño (recordemos en este punto que los peques son muy buenos observando, pero interpretando son regulares).
Somos, por tanto, el resultado de la suma de nuestra herencia genética y de lo que vivimos.
Ya sabemos que la infancia es una etapa crucial de la vida y que las experiencias que se viven en ella tanto a nivel físico como psicológico pueden dejar huella en nuestro cerebro e influir en nuestra personalidad y en nuestro bienestar psicológico posterior.
Cuando un adulto ha vivido en su infancia alguna situación traumática en su propia persona o en personas cercanas y no ha recibido ayuda para poder gestionarlo, ese trauma puede arrastrarse hasta la edad adulta.
¿Qué pasa si no sano mi niño interior?
Ya hemos hablado en otras ocasiones de la importancia de establecer un apego seguro. Las personas adultas que de pequeñas han tenido una relación de apego inseguro pueden desarrollar dificultades a la hora de relacionarse con parejas u otras personas. Asimismo, pueden ser personas con problemas para gestionar la ira o la frustración.
Por otra parte, si de niño has pasado por algún suceso traumático como un accidente, haber sufrido algún tipo de abuso, el fallecimiento de un familiar cercano, un atentado, etc. las secuelas del mismo suelen llegar hasta la vida adulta.
Sin embargo, el trauma infantil no proviene solo de sucesos traumáticos sino que puede ser fruto de cualquier situación en la que el niño se haya sentido sobrepasado y no haya sido capaz de gestionar de manera adecuada. Al no ser capaz de analizarla, asimilarla y solucionarla se acaba manteniendo en el tiempo afectando a la etapa adulta.
Esta es una de las principales dificultades a la hora de encontrar causas del malestar adulto en la infancia porque la persona adulta muchas veces no recuerda nada que pudiera ser significativo en su infancia. Y esto ocurre porque la búsqueda se hace desde la mirada adulta.
Por ejemplo, imaginemos una situación en la que a cualquiera de nosotros nos hacen una crítica hiriente o nos insultan. Como adultos, quizá tengamos las herramientas para que no nos afecte demasiado. Pero el niño o la niña no tiene esas herramientas y algo así puede quedar en su memoria como una experiencia dolorosa.
O pensemos en una situación embarazosa en la que metimos la pata delante de mucha gente que se rio de nuestro error. Algunos niños o niñas asumen estas situaciones sin darles mayor importancia, pero otros/as pueden vivirlo como una situación vergonzante que va a condicionar la toma de decisiones y las relaciones con los demás en el futuro.
Otra de las dificultades que se nos plantean es que los síntomas muchas veces no aparecen de manera inmediata sino que pueden activarse en otros contextos posteriores que pueden no tener conexión aparente.
Y, puesto que lo que hemos vivido de niños/as ya no lo podemos cambiar, lo que sí podemos hacer como adultos/as es trabajar en nosotros/as mismos/as para poder ofrecer lo mejor de nosotros a nuestros/as hijos/as.
¿Cómo sanar nuestro niño interior?
Si en la actualidad sufrimos dependencia emocional hacia otras personas o, por el contrario, no conseguimos entablar relaciones sanas de pareja o amistad, si no controlamos la impulsividad y la ira, sufrimos estrés o ansiedad, o si nos encontramos muchas veces paralizados y no somos capaces de tomar decisiones, es importante que ahondemos con ayuda de un profesional para que podamos resolver todo aquello que haya influido en nuestra vida adulta.
Por tanto, la buena noticia es que el hecho de haber tenido en la infancia experiencias dolorosas, no significa que no podamos tener una vida adulta plena y feliz. Sin embargo, debemos ser conscientes de que necesitaremos ayuda profesional para “sanar nuestro niño interior”.
Muchas veces me preguntan cómo puedo hacer para que mis hijos tengan una buena salud mental. La respuesta es sencilla. Al menos el primer paso de la garantía para que nuestros/as hijos/as gocen de bienestar psicológico sí está en nuestras manos. Luego ya veremos que no podemos controlar todas las variables, pero el primer escalón es claro: si nosotros estamos bien, nuestros/as hijos/as estarán bien.
Solo por esto, merece la pena (o mejor la alegría) trabajar en nuestras emociones, nuestra forma de hacer, de decir y de sentir como primer escalón para garantizar el bienestar de nuestros peques.
Así que si tuviste una infancia difícil que te ha llevado a una edad adulta que te desborda, no lo dudes, estás a tiempo de tomar las riendas y eso no solo mejorará tu calidad de vida sino también la de tus hijos, propiciando la comprensión, el afecto y el vínculo sano con ellos.
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