El sentido de pertenencia es el sentimiento o la conciencia de formar parte de un grupo en el que adquirimos modelos de referencia, que influyen directamente en la formación de nuestra personalidad. Tiene su origen…
Los conflictos y las discusiones forman parte del día a día de cualquier familia. Somos personas diferentes, con distintas necesidades, intereses diversos, gustos particulares… Lo natural es que existan discrepancias y surja el conflicto. Ahora bien, de cómo gestionamos esas situaciones conflictivas va a depender que las relaciones familiares salgan fortalecidas de esas ocasiones o que, por el contrario, se conviertan en un problema real que acabe afectando a la convivencia familiar. Por eso, hoy hablamos del sentido de comunidad.
En Disciplina Positiva intentamos que cualquier intervención educativa, también la resolución de problemas o conflictos, nos ayude a desarrollar el sentimiento de comunidad. De hecho, son precisamente estas situaciones, los retos del día a día, las que nos ofrecen la oportunidad de modelar en nuestros hijos e hijas habilidades para la vida.
Qué se entiende por sentido de comunidad
El sentido de comunidad es la necesidad básica del ser humano, como ser social, de formar parte de un grupo. Dentro de este sentido de comunidad podemos distinguir entre pertenencia y significancia.
La pertenencia tendría relación, como su propio nombre indica, al hecho de pertenecer, de sentirse parte de un grupo social. Mientras que la significancia hace referencia a la necesidad de contribuir al bienestar de ese grupo, la necesidad de sentir que nuestra función y nuestra labor dentro de ese grupo son importantes.
Este sentido de comunidad va a repercutir de manera positiva tanto en nuestra salud mental como en el buen funcionamiento del grupo. Si yo siento que formo parte de un equipo y que mi labor es importante, mi grado de satisfacción personal favorecerá el desarrollo de una buena autoestima, incluso jugará a favor de mi salud mental. Y, al mismo tiempo, si los miembros de un grupo se sienten partícipes y sienten que su lugar dentro de ese equipo es importante y que su labor es valiosa, será más fácil que exista esa conciencia de equipo y que todas las personas que forman parte del grupo cooperen entre sí.
El primer grupo social que conocemos y al cual pertenecemos es la familia. Será necesario, por lo tanto, que aprendamos a relacionarnos con nuestros hijos y nuestras hijas de manera que fomentemos este sentido de comunidad.
¿Qué es el sentido de pertenencia en niños?
El sentido de pertenencia es una necesidad irrenunciable para niños y niñas. Su supervivencia depende por completo de la atención y los cuidados de las personas adultas del grupo, por lo tanto, en la medida en que se sientan valoradas, escuchados, tenidas en cuenta, importantes… desarrollarán en mayor o menor medida este sentido de pertenencia.
Del mismo modo que una persona adulta se muestra más predispuesta a contribuir y es más feliz en un ambiente de trabajo, por ejemplo, donde se siente valorada y existe un buen ambiente; nuestras hijas e hijos también mostrarán mayor predisposición a cooperar si en casa reina un clima de armonía; si sienten que forman parte del equipo y que su contribución es importante.
De hecho, la predisposición para cooperar y contribuir es algo innato al ser humano, como ser social que forma parte de un grupo. Para lo que no traemos nuestro cerebro “programado” es para obedecer.
Habilidades o técnicas para resolver problemas fomentando el sentido de comunidad y conectando con el niño
¿Cómo podemos, entonces, afrontar los retos del día a día, fomentando este sentido de comunidad y conectando con las necesidades de nuestros hijos e hijas? Veamos algunos pasos que podemos seguir:
1. Desconecta el automático
Nos hemos pasado media vida escuchando que los niños deberían. Deberían obedecer, deberían recoger los juguetes, deberían hacer los deberes, poner la mesa, ordenar su habitación, no moverse de la silla mientras comen… Deberían, deberían, deberían… Pues no. La realidad es que la naturaleza infantil es una y los ritmos adultos son otros. Así que antes de dar por hecho que el problema es que tu hija o tu hijo “debería” hacer tal cosa o comportarse de tal manera, echa el freno y piensa si no estarás repitiendo como un papagayo las mismas frases que escuchabas en tu infancia.
2. Analiza la situación
En muchas ocasiones el conflicto surge del desajuste entre su ritmo y el nuestro, nuestras necesidades y las suyas. Nuestro ritmo de vida suele ser frenético, debido a las jornadas laborales y la carga de obligaciones que acumulamos en nuestro día a día. El ritmo de la infancia, por el contrario, es lento. Están descubriendo el mundo y necesitan tiempo para explorarlo, descubrirlo, conocerlo… así como para practicar aquellas destrezas que aún no han adquirido.
Lo que para una persona adulta puede parecer una tontería, puede ser algo realmente importante para una niña o un niño. El juego, sin ir más lejos, es una necesidad y un derecho de la infancia. Tener la casa ordenada es una necesidad de muchas personas adultas. Tendremos que analizar la situación para tomar conciencia de cuál es el verdadero conflicto, dónde está ese desajuste, cuáles son las necesidades básicas que se contraponen.
3. Equilibra la balanza
Lo fundamental es encontrar el equilibrio para que todos los miembros de la familia tengan sus necesidades cubiertas. Las nuestras solemos tenerlas claras, aunque a veces, nos dejamos para el último lugar y acabamos saturadas/os por no escuchar nuestras propias necesidades. Si queremos equilibrar la balanza tendremos que conectar realmente con nuestros hijos e hijas para asegurarnos de que sus necesidades también son escuchadas y atendidas.
4. Céntrate en la búsqueda de soluciones
Olvídate de buscar culpables, hacer juicios y dirimir responsabilidades. Nadie se siente bien cuando se le señala con el dedo. ¿Cuál es el problema? ¿Que hay ropa tirada por el suelo? ¿Que quieren jugar con nosotros/as y no tenemos tiempo? Vamos a centrarnos en buscar soluciones para cada cuestión concreta que sean respetuosas para todas las partes.
5. Escucha y respeta lo que tienen que decir
A nadie le gusta obedecer órdenes porque sí. Si el problema es que dejan la ropa sucia por medio y eso nos molesta, la cuestión es buscar soluciones entre todos/as. A lo mejor, se les ocurre cambiar el bombo de la ropa sucia de sitio para tenerlo más a mano cuando se desnudan. ¡Pues vale! Y del mismo modo que buscamos soluciones para dar respuestas a nuestras necesidades, tengamos en cuenta las suyas. Si a ellos/as les molesta que estemos pendientes del móvil mientras comemos o que nunca tengamos tiempo para jugar en familia, habrá que buscar soluciones también para las cuestiones que son importantes para ellos/as.
6. Elegid una estrategia de manera conjunta
Así que la mejor opción es hacer una lluvia de ideas y elegir de manera conjunta la que nos parezca que puede tener más éxito. Es importante evitar ridiculizar o restar valor a sus propuestas. Si lo que proponen no es coherente o respetuoso lo descartaremos de la elección final de manera respetuosa, pero es importante permitir que todo el mundo exprese sus ideas y que lleguemos a un consenso sobre cuál es la solución que queremos probar.
7. Evaluad los resultados sin emitir juicios
Cuando pase un tiempo determinado que debemos definir, por ejemplo, una semana, debemos evaluar si la estrategia ha funcionado o no. Evitaremos también los juicios y nos centraremos en comprobar si ha funcionado o no en base a los logros obtenidos. Si no ha funcionado podemos recuperar nuestra lista de ideas y elegir una nueva opción.
8. Agradece su contribución
Cada contribución es importante: que aporten ideas para buscar soluciones, que se esfuercen para satisfacer nuestras necesidades, que expresen las suyas propias con respeto, que cooperen en cuestiones domésticas o familiares… Agradecerles, además de ser justo, también va a contribuir a que sientan que se les valora y que su papel en la familia es importante.
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