La importancia del orden de nacimiento

«No me explico cómo pueden ser tan diferentes si los hemos educado de la misma manera”. Muchas familias se plantean por qué sus hijos/as tienen personalidades tan distintas si la educación que han recibido es la misma. Uno de los factores que influyen en la personalidad del peque es su lugar en la familia. Por eso hoy explicamos la importancia del orden de nacimiento desde la Disciplina Positiva.

Influencia del orden de nacimiento en la personalidad 

Vayamos por partes. En primer lugar, hay teorías que afirman que ciertos rasgos de personalidad tienen un componente genético, es decir, cada niña/o tiene su propia tendencia a la hora de desarrollar unos rasgos u otros y, por lo tanto, cada hijo/a es diferente per se.

Pero es que además, tampoco es cierto que les eduquemos de la misma manera. Las madres y los padres respondemos a las necesidades de nuestras criaturas y no todos/as tienen las mismas necesidades ni las expresan de la misma manera. No es lo mismo tener un bebé que duerme muchas horas desde el principio que tener un bebé que llora mucho. Nuestra experiencia es diferente y por lo tanto generamos patrones de respuesta distintos que condicionan la forma en que nos relacionamos con nuestros hijos e hijas. 

Debemos tener en cuenta, también, que la experiencia es un grado y, por lo general, con independencia de las características del bebé, tampoco criamos igual al primero que a la segunda o al tercero. La primera vez que nos convertimos en madres y/o padres, carecemos de experiencia y, habitualmente, vivimos el momento cargados/as de ilusión y expectativas. En las siguientes ocasiones ya llevamos en nuestra mochila de experiencias todo lo que hemos vivido con nuestro/a primogénito/a.

Influencia del orden de nacimiento en la personalidad

Pero es que además de todo lo anterior, existen teorías que afirman que el orden de nacimiento dentro de la familia influye de manera determinante en la personalidad de las personas. Ya sabemos que cuando hablamos de educación no existen fórmulas exactas y eso se traduce en que no siempre se van a cumplir al 100 % las teorías, pero si hacemos un análisis de las personas que conocemos observaremos que, de manera general, hay determinados rasgos que suelen ser comunes a las personas que comparten orden de nacimiento dentro de sus respectivas familias.

Así, por ejemplo, los/as hermanos/as mayores suelen ser personas organizadas, perfeccionistas, competitivas, responsables, líderes, independientes… también suelen ser personas conservadoras que no asumen riesgos con facilidad. Las/os hermanas/os pequeñas/os, en cambio, suelen ser personas más cariñosas, encantadoras, creativas, suelen tener ideas más revolucionarias… también suelen practicar más deportes de riesgo y suelen tener mentalidades más abiertas. 

En el caso de los/as medianos/as ocupan una posición más compleja por lo que es probable que adopten diferentes roles pero, en general, quienes ocupan la posición de en medio suelen ser personas conciliadoras, con gran empatía y gran habilidad para las relaciones sociales. Aunque suele haber más diversidad de roles en este caso.

La teoría del orden de nacimiento y su influencia en la personalidad de los niños 

Y, ¿por qué sucede esto? Pues porque la rivalidad entre hermanos/as es natural ya que necesitan competir por los recursos existentes. Lo habitual hoy en día en muchos hogares es que no escaseen los recursos materiales como el alimento o el abrigo, pero los recursos inmateriales, nuestra atención y nuestro tiempo, son limitados y, por lo tanto, cada uno/a desarrollará sus estrategias para conseguirlos en base a sus experiencias vitales.

La familia es como una obra de teatro. Si un papel ya está ocupado, cada uno de los hijos que nazca deberá elegir otro papel distinto para diferenciarse y encontrar su lugar en la familia. 

Quienes nacen en primer lugar, gozan de un tiempo de exclusividad en soledad con sus progenitores. Viven la primera etapa de su vida sin necesidad de competir por los recursos ni compartir con nadie. Suelen sentirse destronados/as cuando llega el segundo bebé y, al mismo tiempo, sienten la presión de dar ejemplo y diferenciarse del resto siendo los mejores. La exclusividad de ser el primogénito o la primogénita también suele venir acompañada de mayores presiones por satisfacer las expectativas de los progenitores.

Quienes ocupan la posición de en medio están entre dos aguas. Nunca han vivido la experiencia de disfrutar de las atenciones de sus progenitores de manera exclusiva como su hermano/a mayor, pero sí han sido durante un tiempo el más pequeño o la más pequeña de la casa. Han “destronado” al mayor y gozado de las ventajas de ser quien más atención básica necesita durante unos años pero, después, han vivido la experiencia de ser “destronados” por otro bebé. Y crecen sin los privilegios de ser el mayor ni las ventajas de ser el pequeño; de ahí, su facilidad para ponerse en el lugar de los demás y su capacidad de adaptación.

Quienes ocupan el último lugar de nacimiento en la familia compiten desde el principio con sus hermanos mayores. Necesitan desarrollar su creatividad y sus encantos para conseguir la atención que necesitan. De ahí que suelan ser personas más creativas e ingeniosas. También es frecuente que, ante la necesidad de competir con los mayores que suelen ser más fuertes y saber más, por una simple cuestión de edad, los pequeños o las pequeñas tengan tendencia a ser bebés por más tiempo, entendiendo que su manera de ser importantes es manteniéndonos ocupados prestándoles atención. Eso explica que, a menudo, las madres y los padres tengamos tendencia a “consentir” más a los/as pequeños/as de la casa.

En el caso de los hijos únicos nunca van a vivir la necesidad de competir con sus hermanos, sin embargo, dependiendo de cómo sea la relación con sus progenitores y sus experiencias vitales, podrán encajar más en los prototipos establecidos para los hijos mayores o los pequeños. Ya que ocupan ambos lugares al mismo tiempo. 

Como decíamos al principio de este post, esto no es una ciencia exacta que vaya a condicionar de manera irremediable la personalidad de nuestros hijos, pero tomar conciencia de estos patrones de influencia puede ayudarnos a entender y acompañar esas diferencias que suelen existir.