Noviembre de 2017. Tras haber tenido un parto de mierda (cesárea con muchos interrogantes) y con un trato penoso en marzo de 2016 con mi primera hija; tras tener miedo hasta para cogerla, cambiarla y…
Después del capítulo 3 de la historia de Yolanda, os dejamos a continuación el capítulo 4.
Cuando abrí los ojos vi al anestesista que gritaba mi nombre, y al lado a mi marido llorando.
Yo solo repetía «¿Dónde está la niña, dónde está la niña…?», y mi marido me dijo que estaba bien, que la estaban mirando. Yo enfadada, porque le había dicho que si yo no estaba que hiciera él el piel con piel, pero no le dejaron.
Me llevaron a reanimación. Casi tres horas me tuvieron allí, que fueron eternas.
Al subir a planta estaba mi marido con Emma en brazos. Al menos fueron respetuosos con mi decisión de amamantar y no le dieron ningún biberón (o bibe pirata), pues el pediatra dijo que hasta tres horas mi niña me podía «esperar».
Y una cosa más que aprendí aquí es que cuando nacen hay que ponerla al pecho tooodo lo que pudiera. Me había llevado el cojín de lactancia, pero al entrar las enfermeras me dijeron que no podía estar sentada, que me tenía que tumbar.
Yo tenía un plan B, que también leí aquí: dar el pecho tumbadas las dos. Nunca lo había hecho con Lucía, pero probé. Por suerte enganchó bien.
Mientras tanto pregunté a Alberto si sabía qué había pasado. Al parecer no conseguían despertarme de la anestesia, y durante el parto se había abierto la cicatriz de la anterior cesárea. Yo sabía que eso podía pasar, aunque en un porcentaje muy, muy bajo: pues me tocó.
Yo tengo dos cicatrices distintas, una de cada una de mis hijas. Lo estético no me importa, la pena que tenía era que ni siquiera la había oído llorar al nacer. La anestesia general, para mí, mucho peor que la anterior cesárea.
Pero no terminaban las preocupaciones. Emma estaba muy amarilla, yo la tuve en el pecho de continuo, y me daba igual lo que me dijeran las enfermeras de descansar: mi hija me necesitaba.
Al día siguiente vino una enfermera y dijo que casi había perdido un 9% de peso, que la diera biberón, a lo que me negué. Me dijo que si seguía así no me darían el alta porque había perdido mucho peso. Aun así, dije que no. Me dijo la enfermera: «Allá tú, es tu hija, tu verás».
Y entonces fue el momento en que, sin duda alguna, recibí la mayor ayuda de la Tribu CSC.
Le dije a Alberto que me diera mi teléfono y escribí en la tribu, preguntando qué podía hacer, si debía darle el biberón o qué.
Al minuto, empecé a recibir las respuestas. Hubo muchas. Todas iban en la misma dirección: ponla al pecho todo lo que puedas y si tienes que suplementar, hazlo con tu leche.
Pero por más que intentaba sacarme, no salía nada. Recuerdo lo que me dijo Armando Bastida: «recuerda que tienes calostro del bueno 😃».
Así que así seguí poniéndola en el pecho casi de continuo. Fue muy, muy cansado, pero valió la pena…
Al día siguiente me dijeron que aunque estaba algo amarilla, los niveles estaban bien. Y cuando vino la pediatra me dijo que con respecto al momento de nacer, la diferencia no llegaba a un 6% del peso, y que podía irme a casa.
Gracias a los consejos y todo lo aprendido en la tribu, conseguí salvar una lactancia que estuvo a punto de empezar con algunas dificultades.
(Continua en el capítulo 5)
Yolanda es una de las mujeres que forman parte de nuestra Tribu CSC. Al cumplir un año su segunda hija, quiso escribir un homenaje que fue publicando por capítulos y le hemos pedido que nos deje hacerlo público porque es un sentimiento muy común entre quienes forman parte: el calor, el respeto, el acompañamiento, la información y sentirte parte de un lugar en el que recibes el apoyo que puedes necesitar.
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