¿Y si eres tú quien no tolera su frustración?

A menudo exigimos que nuestros hijos sean capaces de gestionar emociones que, sin embargo, no les dejamos ni expresar

La mayoría de adultos consideran que los niños de hoy en día no son capaces de tolerar la frustración. Y la mayoría de niños consideran que los adultos de hoy en día, tampoco son capaces de tolerar SU frustración.

¿Padres desesperados con hijos que no toleran la frustración o hijos desesperados con padres que no gestionan la frustración?

Teníamos dos o tres años cuando empezamos a sentir ira, rabia, tristeza, enfado por cosas que nos parecían injustas, o que no entendíamos ni comprendíamos, por el simple hecho de ser pequeños.

Nos parecía terrible que se nos cayera algo al suelo, se rompiera o no; que no pudiéramos tener lo que queríamos o tenían otros niños; que nos bañaran; que luego nos sacaran de la bañera; que nos pusieran la leche en la taza del color equivocado; que no pudiéramos ponernos la misma camiseta todos los días; que tuviéramos que hacer cosas cuando no nos apetecía, o no pudiéramos hacer las que nos apetecía.

 

 

Incluso nos parecía terrible que de repente perdiéramos una partida a algo con otro niño, porque ya se sabe, tu familia, tus mayores, siempre te dejaban ganar, porque en el fondo, los adultos hacemos eso… dejarles ganar casi siempre, porque nos sabe mal verlos perder los estribos al no comprender aún que no se puede ganar siempre.

Dicho de otro modo: sufríamos. Sufríamos mucho, aunque ahora visto en perspectiva nos parezca todo la mar de absurdo (si hubiéramos sabido entonces la de problemas y responsabilidades que nos iba a deparar la vida, seguro que no habríamos llorado tanto ese día en que se nos cayó un helado al suelo), y en vez de que un adulto comprendiera que éramos pequeños y por eso no entendíamos nada y sufríamos, muchos recibimos reproches por sentirnos así, desconsideraciones e incluso amenazas: «Si sigues llorando por tonterías, te daré al final un motivo real para llorar».

 

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Es decir, tuvieron la oportunidad de ayudarnos a comprender nuestras emociones y así enseñarnos a tolerar nuestra propia frustración, y en cambio nos ayudaron a lo contrario, a no entenderla, a evitarla, a no trabajarla, y se dedicaron a tratar de sacarnos enseguida de ese estado de insatisfacción.

Lo hacían haciéndonos salir rápido del conflicto, para que lo olvidáramos cuanto antes, o simplemente, negándonos la posibilidad de expresar nuestras emociones libremente.

Tampoco nosotros toleramos nuestra frustración

Ahora resulta que la mayoría de adultos parece que exigimos a los niños que toleren su frustración, como si fuéramos capaces de hacerlo desde que éramos pequeños, cuando en realidad tampoco nosotros toleramos nuestra propia frustración, porque lo único que hacemos es ocultarla:

  • A ver si consigo estar ocupado/a todo el día, quedando con otras personas, haciendo múltiples actividades y/o trabajando de sol a sol, y así no tendré tiempo de sentir… No sea que en ese tiempo libre tenga la oportunidad de preguntarme quién soy, dónde estoy, adónde voy, y cuán feliz o infeliz soy, y hasta qué punto tengo ahí una frustración que quizás no sea capaz de tolerar.
  • Quizás si compro esto seré más feliz. Porque es muy habitual que todos digamos que somos muy felices, o nos creamos muy felices, pero Amazon se ha hecho de oro mientras tanto… que nunca se nos olvide que si no somos felices con lo que tenemos, tampoco seremos felices con lo que no tenemos.
  • Si consigo parecer feliz, la gente creerá que lo soy. Y esto parte también de esa necesidad de los mayores, cuando éramos niños, de que no lloráramos, no nos quejáramos, y estuviéramos, sí o sí, contentos (ergo felices). Hemos crecido, y seguimos pensando que tenemos que ser o parecer contentos, aunque no sea el caso.
  • Cuando critico a los demás me siento bien, porque yo parezco mejor. O lo que es lo mismo: apagar las luces de los demás, a ver si así el resto ve mi lucecita.

Y entonces llega tu peque y sus emociones, y te quejas porque no tolera su frustración, cuando resulta que eres tú quien no tolera su frustración. La queja, el deseo de que deje de llorar, la necesidad de que esa rabieta cese cuanto antes, no es tanto por lo que siente él o ella en ese momento, sino por lo que sientes tú.

 

 

Porque tú nunca pudiste permitirte sentirte así de niño, o de niña, y probablemente ni siquiera ahora te permites sentirte así: ¿cuántas personas conoces que cuando lloran, se secan enseguida las lágrimas y piden perdón? ¡Muchísimas! Es súper habitual, y nos parece normal que lo pidan. No porque nos moleste, sino porque seguramente nosotros también lo haríamos: «Ay, perdón, no quería emocionarme así». O quizás, «Perdón, no quería llorar… yo no suelo ponerme así».

Incluso es habitual que cuando alguien llora, otra persona le seque las lágrimas, y le diga eso de «Pero no llores, ¡tonta!» (con cariño, abrazando e intentando calmarla o calmarlo). Que sí, se hace para intentar ofrecer un contrapunto emocional… pero en el fondo, estamos negando la mayor: «No deberías llorar por eso», como si los demás tuviéramos la potestad de poder decirle a los demás por qué se puede y por qué no se puede llorar.

Y llorar es maravilloso, os lo aseguro. Lloramos poco. ¡Deberíamos llorar más! (entendedme… no me refiero al deseo de sufrir, sino al deseo de poder soltar lastre cuando lo necesitemos, en forma de lágrimas). ¡A veces tendríamos que ser más dramáticos!

 

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Así que cuando tu peque llora, tiene una rabieta, está expresando con gritos y rabia un sentimiento, y necesitas que pare, que se calle, que deje de quejarse, e incluso crees que no sabe tolerar su frustración, el problema lo tienes tú, al no ser capaz de tolerar su frustración, ni tu frustración.

Aprender a sentir de forma consciente, para criar de forma respetuosa

¿El primer paso? Hacerlo consciente, porque cuanto antes aceptes esas emociones en ti y en tu peque, antes podrás ayudarle a conocerlas, transitarlas y trabajarlas para que aprenda a transformar su frustración en una oportunidad para aprender, y para crecer.

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